Hoy no hay muertes por Covid, mañana tampoco

enfermera

Nuestra enfermera se llama Diana, pero podría llamarse Perla, Jema, o Claudia. Ella es única, aunque como ella, para fortuna de los pacientes, hay muchas más. No son todas, aunque no son pocas.

Lea: Cómo se juega la vida la ‘primera línea’ dentro del Hospital General de Culiacán https://bit.ly/2AXwAi3

Hace mucho sabe, porque lo vive todos los días, que los muertos que se reportan públicamente no son todos los muertos. Lo sabe porque lee y escucha los reportes, porque solo en su hospital en un día han muerto más de los que anuncian. No hace falta más prueba.

La última semana de mayo explotó. Si todo el mes había sido extenuante, con el Hospital General de Culiacán a tope, y la Secretaría de Salud reportando promedios de ocupación menores al 50 por ciento o máximo al 60 por ciento, la semana del 25 a 29 de mayo llegó a ser insoportable.

Nuestra enfermera, habituada a convivir con la muerte, ese es su trabajo a veces, rompe en llanto ante lo que enfrenta diario. Y llora. Cuenta y llora. Primero llora por los muertos y luego llora por ella misma. Llora también por sus compañeros en la batalla diaria. Porque como dice el cansado refrán, gastado y casi sin sentido, están en la batalla sin fusil. Ni estímulos. No llega nadie a decirles un discurso, ni a darles una palmadita. Al revés, les regatean todo. El mundo de cabeza: Les reprochan quejarse, exigir lo básico. En un país donde los valientes reciben reproches y los cobardes que huyeron hace tres meses, cobran fácilmente. A esos nadie les dice nada.

Nuestra enfermera perdió la cuenta. Duda en su propia certeza si fueron seis u ocho los muertos en un solo día, y trata de recordar cuántos muertos el jueves y cuántos el lunes. Los días han perdido sentido. Es viernes, está por concluir su jornada pero insiste en que es jueves, y que mañana tendrá que volver a su trabajo.

La deuda que tenemos con todas las Dianas, y con todos los Marios y Rafaeles, no la podremos pagar nunca.

Hay un Hospital en Culiacán donde las enfermeras todavía lloran a sus muertos. Los sufren y hasta dan la vida por intentar salvarlos. No siempre se puede, muchas veces no se puede.

 

Margen de error

(Vicios ocultos) Los datos oficiales en México sobre la pandemia, cumplen cabalmente con lo que en derecho civil se conoce como vicios ocultos. Al realizarse una compra-venta, una de las partes puede denunciar que después de la transacción encontró defectos que inicialmente no los reconoció y que, por supuesto, el vendedor no alertó sobre ellos. Al enterarse los denuncia, aunque no necesariamente recibe una aceptación de su contraparte.

En esa situación están nuestros datos oficiales sobre la Covid: Nos ocultaron los vicios, los mantuvieron enterrados durante semanas esperando que nunca fueran descubiertos. Al paso de las semanas fueron apareciendo las grietas, las inconsistencias, y las fallas estructurales que ocultaban los vicios de nuestro sistema. Todo salió a la luz por sí solo.

Una vez revelado el defecto, las autoridades de salud en cada estado terminaron por aceptarlo, pero en ningún caso reconociendo que desde un inicio sabían del vicio oculto. Y ahí está la trampa, por eso es un vicio y por eso está oculto.

Es imposible que ellos mismos no estuvieran enterados que para cuando informaban sobre las muertes, en realidad habían pasado días, semanas o meses del fallecimiento.

¿Qué pasó entonces? Nunca había –ni hay- muertos del día. Todas son de ayer, de antier….y hoy no hay muertes por Covid-19, todas son del pasado.

No son tiempos para ironías, menos en las muertes por la ola de contagios que son casi una sentencia fatal para muchos grupos poblacionales en todos los países. Aun así, es casi surrealista la paradoja de que las muertes por Covid-19 siguen incrementándose en México, cuando nunca se reportan fallecimientos del día.

Entonces ¿cómo es posible que la cifra ronde los 700 decesos en Sinaloa y los 13 mil en el país?

Antes que el reproche público a las autoridades de salud estatales y la federal, sobre muertes que no se registran en la plataforma, y que quizás terminarán por no registrarse nunca, convirtiéndose en una cifra negra, está por encima este vicio oculto: el retraso en las muertes que sí están aceptadas, pero que tardan días o hasta un mes en llegar a la plataforma.

Al ciudadano común le cuesta entender este comportamiento oficial. Por eso una vez que se revelan situaciones como este retraso en las cifras, la primera reacción ciudadana es pensar qué más permanece oculto. Y ahí alcanza hasta donde la imaginación logre abarcar.

Ya no es importante tanto el vicio oculto descubierto, sino todo lo adicional que permanece en los cimientos, en el relleno, tras el enjarre, bajo el piso, entre los muros…

Si hace dos meses, a principios de abril, el Secretario de Salud Efrén Encinas, o el gobernador Quirino Ordaz, o el Subsecretario Hugo López-Gatell, o el Presidente López Obrador, hubieran salido explicando que la cifra de muertos que todos los días salían a entregar, por la que daban la cara, era de días o semanas anteriores, se hubieran ahorrado esta suspicacia.

A cambio, prefirieron que la bomba les explotara en las manos. Pensando, como hacen los médicos, que los errores ya estaban enterrados.

 

Mirilla

(Suma cero) Todos hubiéramos comprendido que en México nuestros sistemas de información están desarticulados, empobrecidos, manuales, sin recursos ni personal, añejos.

Si son incapaces de contar a los muertos, podrá tenerse certeza de que sepan dónde están las camas, los ventiladores, los cubre-bocas del personal, enfermeras y médicos de permiso, los contratados para la emergencia y un largo etcétera.

Administrar datos o personal, equipos y recursos, son tareas similares aunque cada una con sus particularidades, por ahora en salud el desastre abarca todo (PUNTO)

Columna publicada el 07 de junio de 2020 en la edición 906 del semanario Ríodoce.

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