La ‘autoridad moral’ y las tentaciones autoritarias

La ‘autoridad moral’ y las tentaciones autoritarias

El Presidente plantea una salida aparentemente fácil: necesito dinero extra para atender la emergencia y libertad para disponer de él. Mando una iniciativa de reforma a la ley federal de presupuesto para que la Cámara de Diputados lo autorice y asunto arreglado. Se trataría de reasignar recursos en medio de la emergencia. Y cuando se considerara que hay alguna otra “emergencia”, pues ya quedaría asentado en la Ley.

Pero el Presidente tal vez no midió la reacción pública, la de los partidos y la de sus “adversarios”. Y menos las que al interior del mismo bloque gobernante surgieron, cuestionando si era conveniente o no dar ese paso, que le daría a Andrés Manuel López Obrador facultades metaconstitucionales sobre algo que siempre será polémico dada la historia de corrupción que nos acompaña desde hace décadas: el dinero público.

Nadie, en ningún país democrático, debiera torear las tentaciones autoritarias. Y menos en nombre de la autoproclamada “autoridad moral”. Si ésta existiera no se proclama, mucho menos se presume o se ondea como una bandera, ni se esgrime como escudo contra la crítica.

En nombre de esa “autoridad moral” se han asignado cientos miles de millones de pesos en contratos sin licitación pública en varias secretarías; en nombre de esa autoridad —cuya raíz solo el Presidente conoce… tal vez porque enarbola la bandera de que siempre serán primero los pobres, lo cual podría discutirse— se han sostenido proyectos a capricho cuando la realidad, la terca realidad, por sí misma, nos dice que ahora y aquí son sacrificables; en nombre de la misma autoridad moral siguen formando parte del gabinete figuras tan controvertidas como Manuel Bartlett Díaz al frente de la Comisión Federal de Electricidad y se sigue apoyando a empresarios tan turbios como Ricardo Salinas Pliego.

La “autoridad moral” de que hace gala, le permite al Presidente definir quién es un buen periodista y quién no, quién es un medio conservador y cuál no, quien comete “errores” y quien publica con dolo para entorpecer la Cuarta transformación.

Con esa autoridad moral, Andrés Manuel López Obrador pretende ahora manos libres sobre el presupuesto porque la emergencia sanitaria y la económica que trae consigo así lo exigen. Y no es que se lo vaya a llevar a su casa —ni los más recalcitrantes enemigos de su proyecto piensan eso—, sino que simplemente no se tiene la seguridad de que lo va a aplicar adecuadamente. Y aun si se tuviera la certeza de una buena aplicación de los recursos, estaría fuera del marco constitucional, y de lo que se trata ahora y desde hace rato, es de fortalecer la instituciones, no de erosionarlas, ahora con el pretexto de una emergencia.

Muchos de sus programas sociales son acertados pero otros han sido un fracaso. Y no se ha invertido poco dinero en ello. Buena parte de sus proyectos “estratégicos” pueden diferirse ante la emergencia, pero el señor Presidente sigue aferrado a que no se van a detener, con el argumento de que van a generar empleos y esto ayudará a que se reactive la economía. Keynesiano el argumento, le cae, este sí, como anillo al dedo.

La pregunta es dónde quedaría la Cámara si se le da al Presidente esta facultad; dónde el papel de un órgano que tiene como una de sus funciones principales definir el gasto: cuánto, cómo, dónde y hasta porqué se asignan los recursos. Y, en resumen, a dónde se mandaría la división de poderes.

El viernes, a cierre de esta edición, Mario Delgado, líder de la mayoría morenista de la Cámara anunció que el periodo extraordinario donde se discutiría la iniciativa de reformas del Presidente, no se llevaría a cabo atendiendo una recomendación del subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell. Nadie piensa que esa fue la razón para suspenderla o diferirla, pero fue correcto hacerlo. Fue muy dura la presión de legisladores de oposición, de las dos cámaras, ante lo que se denunció como la intentona de un manotazo autoritario.

Bola y cadena

PERO LA TENTACIÓN DEL PODER sin límites está allí, agazapada, tal vez no con intenciones aviesas, seguro que no es por eso. Pero pensar que se tiene la razón por sobre todas las cosas puede llevar a equívocos muy costosos para el país. Por eso son tan importantes los contrapesos como el poder legislativo. Por eso voces como la de Porfirio Muñoz Ledo –que en este caso se pronunció rápidamente en contra- son vitales en estos casos. Como también el debate, la polémica, la discrepancia.

Sentido contrario

LAS DISCREPANCIAS EN SALUD son desconcertantes. Salud estatal afirma que la parte más alta de la curva de casos positivos por Covid-19 llegará en 15 días, mientras que Salud federal, en boca de Hugo López-Gatell, sostiene que el pico ya pasó. ¿Y entonces? ¿Qué hacemos? ¿Hacia dónde volteamos? ¿Qué medidas adoptamos? El coronavirus, no cabe duda, nos trae locos a todos.

Humo negro

LA PRIMERA REFERENCIA QUE TUVE de la película Los caifanes, donde aparece Óscar Chávez fue de mis hermanas mayores, en un comentario que les alcancé a escuchar por allá a finales de los años 60’s. La habían visto en el cine Victoria, a cielo abierto. Les parecía muy chingón que toda la cinta contara la historia de lo que pasa en una noche de reventón. La vi muchos años después, tal vez cuando ya cantaba La niña de Guatemala entre los humos y los humores de las revueltas estudiantiles. Cuando Óscar Chávez era ya un símbolo de la rebeldía. Con eso nos quedamos.

Columna publicada el 03 de mayo de 2020 en la edición 901 del semanario Ríodoce.

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