La desolación en Culiacán; ‘pero no querían creer, los canijos’

hombre trabajando

Era muy temprano por la mañana del primer lunes de marzo. El gobernador Quirino Ordaz Coppel publica una fotografía en su cuenta de Twitter donde explica que el Covid-19 en Sinaloa está controlado. Pero 26 días después vino la primera muerte. Y luego otra. Y otra. Casi todas en Culiacán, (30 hasta este lunes). Hasta que cerraron el centro de Culiacán.

La medida fue tomada por autoridades de salud, el mismo gobernador y el alcalde Jesús Estrada Ferreiro. Los contagios en Culiacán al alza y algo debían hacer. Reaccionar. Y la reacción fue cerrar las calles al tráfico: nadie entra al centro.

El mercado municipal Gustavo Garmendia fue el primer sitio en los alrededores en cerrar. Lo anunciaron el martes previo, como sabiéndolo, como adelantándose. Rodeado por las calles Carrasco, Rubí, Hidalgo y Ángel Flores, el recinto luce desolado.

En el suelo las hojas rosas de las amapas adornan la soledad del sitio. Sin barullo, sin la muchedumbre, uno de los sitios más concurridos de Culiacán luce diferente en la ausencia de la gente. Apenas unas pocas personas pasan caminando, el tránsito peatonal está permitido.

Los negocios por la Carrasco cerrados. Tiendas deportivas, negocios que colocan uñas postizas, estéticas, mueblerías, el tianguis, todo cerrado. La calle Hidalgo luce igual o peor. El restaurante de comida china está cerrado, no está afuera el perifoneo con el que anuncian las ofertas del día, el menú favorito.

Metros al sur sobre la Rubí está la tienda Ley. Está abierta pero no lo parece. Muy poca gente haciendo fila para entrar a comprar, guardan la sana distancia. Y su banqueta, intransitable a esa hora en cualquier otra circunstancia, está vacía.

En la esquina del bulevar Francisco I. Madero con la avenida Álvaro Obregón un payaso hace malabares a los pocos carros que circulan por ahí. Se amontonaron por un momento ante un operativo montado por la Policía Estatal. Termómetros en mano, agentes toman la temperatura a automovilistas.

Es poco después de mediodía de un viernes posterior a la quincena. Ni siquiera en los bancos se aprecia movimiento. Apenas habían pasado poco más de 12 horas del cierre del sitio y en el lugar se percibe el abandono.

HIDALGO Y RUBÍ. Peor que un domingo.

Un hombre mayor camina por la calle Rubí. La costumbre lo hace detenerse en la esquina de Benito Juárez y mira al oriente. No viene ningún carro, mucho menos algún camión. Se detiene y se anticipa a la entrevista, él se convierte en el entrevistador y pregunta para qué el cubre bocas.

“Pero no querían creer los canijos”, dice riendo el viejo y entonces cruza la calle.

Sobre esa misma rúa hacia el norte se encuentra la oficina de correos. El servicio postal mexicano. En la amplia banqueta siempre hay vendedores de diversas mercancías. Desde el elote, el vaso con frutas, las artesanías, de todo. Pero ahora hay nada. Está solo.

Y sobre la Ángel Flores hacia Catedral la cosa no es diferente. El estrecho pasillo que hace de banqueta es en realidad amplio. La ausencia de la gente lo pone en evidencia. Cualquier otro día caminar por ahí a esa hora es toparse con decenas de estudiantes, amas de casa cargando las bolsas del mercado o los trabajadores de la plaza Fórum a la espera del “Canal 3”, la ruta del transporte público que los deja en el sitio.

Pero hasta los camiones hicieron ausencia. El día del cierre un grupo de choferes se manifestaron en el Palacio de Gobierno ante la exigencia de mayores medidas de bioseguridad y apoyos por la baja en su giro. Pero la baja es en todos los giros.

Un hombre empuja su carrito de cocos. Se cubre con una gorra la cabeza y el rostro con un cubre bocas. Camina a su paso por el Madero hacia el oriente. Llega a la esquina de Riva Palacio, de las pocas calles abiertas al tránsito, y cruza. La venta no va bien.

Sobre Riva Palacio, hacia el norte, la bella plazuela Antonio Rosales, a los pies del edificio central de la UAS. Ahí se detuvo el domingo. Lleva así varios días. Rebosando de calma.

Un sitio muy concurrido se vuelve uno diferente en la soledad. La Catedral sola. La plazuela Obregón a un costado también en la desolación. Las amapas a un costado hacia la Hidalgo dejan caer hojas y el viento de vez en vez las levanta. Y esa danza de hojas vuelve más densa la solitud.

Frente a la iglesia emblemática de la capital sinaloense, las puertas de la Parisina. Encontrar un lugar bajo el umbral es encontrar un pedazo de oasis. El aire acondicionado refrescando de arriba abajo. Quién no lo ha hecho. Quien no lo haya hecho no ha visitado Culiacán. Pero ahora está cerrado.

Y la gente comenzó a creer en Culiacán y sus 30 defunciones por el coronavirus. Tuvo que creer porque van más de 350 casos en la ciudad. Y por si quedan dudas, tuvo que cerrar el Ayuntamiento de Culiacán las vialidades del centro.

La cosa sí va en serio. Esta vez no a través de un tuit con un mensaje de ánimo. La imagen es bella pero cruda. El centro está solo. De regreso a ese lunes 2 de marzo, la foto de Quirino Ordaz en su tuit luce sonriente y a su lado su esposa Rosy Fuentes. Pero las fotos, 40 días más tarde son muy diferentes. Y Culiacán lo ilustra. Es la imagen de la desolación.

Artículo publicado el 19 de abril de 2020 en la edición 899 del semanario Ríodoce.

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