Cine: ‘La chica que amaba a los caballos’

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El día de Sarah (Alison Brie) transcurre entre sus tres pasiones: su afición a los caballos; su trabajo en una tienda de telas y manualidades; y los programas de televisión policiacos. Su rutina se ve alterada cuando Nikki (Debby Ryan), su compañera de departamento, le presenta a Darren (John Reynolds), con quien intenta iniciar una relación de pareja, pero el sonambulismo, los sueños extraños, los delirios y las alucinaciones se le presentan cada vez más frecuentes, lo cual la lleva a una desestabilización psíquica y emocional, y a tomar decisiones contundentes, al convencerse de que es un clon de su abuela, con posibilidades de ser víctima de abducción.

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Si algo caracteriza a La chica que amaba a los caballos (Horse Girl/EU/2020), dirigida por Jeff Baena, es su distanciamiento con los lugares comunes. La cinta que se desarrolla entre la comedia, el drama, el suspenso y la ciencia ficción, a pesar de estar ubicada en el presente, posee elementos que la hacen lucir varios años atrás: la forma de vestir de Sarah; el aspecto de su cabello; el automóvil que maneja; el giro y la atmósfera de la tienda en la que trabaja; y el uniforme que usa para esa actividad.

Escrita por Baena y Brie, director y protagonista, respectivamente, la película no es sencilla. Por un lado, su narrativa obliga al espectador a pensar más de una vez en lo que sucede y ni así es capaz de decidir una postura –las dudas no desaparecerán, incluso después de haber terminado la cinta, sobre todo por ese poco claro, surrealista, mágico y casi poético final. Por otra parte, su temática, que aborda una especie de “locura”, obliga a quienes están sentados del otro lado de la pantalla a enfrentarse a aspectos poco frecuentes, difíciles de comprender y ante los cuales hay diversos tabúes y resistencias.

En medio de esta historia poco clara, al filme disponible en Netflix le favorece la impecable interpretación de su protagonista: Alison Brie encarna a la perfección a esa joven en duelo por haber perdido recientemente a su mamá, solitaria, aislada, depresiva, que insiste en el encierro en su departamento, y quien, ante la insistencia de la gente a su alrededor, de llevar una vida más sociable y hacer más actividades, prefiere fingir que atiende esas sugerencias, cuando, en realidad, ni siquiera intenta lo que le proponen. La chica apasionada de los equinos también es muy convincente en cómo asume, disimula y ataca esos pensamientos que la hacen ser vista por los demás como diferente y extraña.

Otro aspecto interesante de La chica que amaba a los caballos es que, en caso de rechazar la duda y el cuestionamiento para facilitar su comprensión, si el espectador decide creer que los relacionado con la clonación, los viajes en el tiempo y las abducciones suceden como realidad en la trama y no solo en la mente de Sarah, la historia se cuenta de manera creíble, dentro de esa lógica mágica/fantástica. Ahora que, si opta por concluir que se trata de delirios y alucinaciones debido a que la chica padece una enfermedad mental, también la narración se percibe verosímil. Sin embargo, esa sensación de confusión, desorientación, indecisión y frustración que puede dejar el filme, es una posibilidad para el público de sentirse igual o similar a la incomprendida y señalada protagonista y empatizar más con ella. No se la pierda… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

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