Parecía que Martin Scorsese ya había contado (casi) todo sobre gánsters, mafia y poder, y que una película más acerca del crimen organizado era innecesaria, pero con El irlandés (The Irishman/EU/2019), el director estadounidense comprueba que los temas son inagotables, que su atractivo radica en cómo se expongan y que, a sus casi 80 años, aún tiene mucho qué decir, así repita actores y, en apariencia, de entrada, su historia luzca como un extenso y repetitivo anecdotario.
Si a El irlandés se le cataloga como una gran película y para algunos es una obra maestra, no es porque se trate de algo nuevo en la cinematografía de uno de los directores más consistentes, coherentes y creativos, sino porque cuenta con varios elementos que la hacen altamente disfrutable, como las actuaciones, la fotografía, el diseño de producción y la música.
Indiscutiblemente, el gran trabajo del director neoyorkino es Buenos muchachos (1990), con la que estableció una interesante y particular forma de contar historias de asesinos, a quienes no puede caracterizarse solamente como malos: también tienen su lado “humano”. El irlandés no es una continuación ni una repetición de ese clásico imprescindible, sino una trama única e independiente que, por su manera de precisar el proceder de los matones, podría considerarse una enciclopedia de un estilo inigualable, que se ve, escucha y huele desde lejos.
En esta ocasión, Scorsese se centra en Frank Sheeran (Robert De Niro) un veterano de la segunda guerra mundial y chofer de camiones convertido en el pistolero, estafador y mediador más solicitado por los grandes y verdaderos poderosos, para quien, si bien, la fidelidad y la honestidad a sus jefes es indispensable, está consciente de que entre ellos hay niveles y que, cuando alguien estorba en el camino, lo más viable es eliminarlo, para servir a quien, de verdad, lleva las riendas.
La cinta, escrita por Steven Zaillian, basado en el libro de Charles Brandt, no solo posee una buena historia, realmente disfrutable y contada de manera magistral, aun con sus altas y bajas en el ritmo y sus 3 horas y 29 minutos de duración. Además, reúne a esos actores del universo scorseseniano: Robert De Niro y Joe Pesci; y a otros que, curiosamente, apenas incursionan a él, como Al Pacino. Sin duda alguna, los tres se mueven como peces en el agua y hacen excelentemente bien su trabajo —extraordinaria esa escena en la que el Hoffa de Pacino regaña a sus trabajadores y el Frank de De Niro le reclama por recordarle a su mamá.
La película llama la atención en cómo rejuvenece a sus actores, por medio de los efectos especiales; por esa información extra de los personajes de cuándo y cómo van a morir; por esa particular frase de “pintar casas”, para referirse a “matar”, y cómo se ejemplifica o ilustra; y por su estilo para navegar en tres épocas distintas y retratarlas a la precisión, logrando una impresionante fotografía a cargo del mexicano Rodrigo Prieto.
La cinta, producida por Netflix, puede verse desde hace semanas en esta plataforma, la cual, por cierto, dejó claro su posicionamiento al conseguir, entre películas y series, 34 nominaciones para la próxima premiación de los Globos de Oro, de las cuales destacan, Historias de un matrimonio (2019), Los dos papas (2019) y la que nos ocupa ahora. No se las pierda… bajo su propia responsabilidad, como siempre.
Artículo publicado el 15 de diciembre de 2019 en la edición 881 del semanario Ríodoce.