‘Calderoncito’, una entrevista hace 20 años

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Enfundado en una chamarra de cuero negra reapareció en Sinaloa José de Jesús Calderón Ojeda. Fue hace veinte años: Se sentó en la mesa tradicional del restaurante El Tabachín, ocupada siempre en aquellos tiempos por quienes buscaban ser entrevistados por los reporteros. A veces había otros esperando turno. Su pasado lo precedía, le perseguía y hasta lo marcaba. El retorno al estado no podría considerarse más que inaudito: anunciaría la búsqueda de la dirigencia estatal del Partido de la Revolución Democrática.

Es 1999. Cuauhtémoc Cárdenas es jefe de gobierno en la Ciudad de México. Juan S. Millán el Gobernador de Sinaloa. Es dirigente nacional del PRD Andrés Manuel López Obrador y del PRD estatal José Luis López Duarte. Un año antes Rubén Rocha Moya había sido el candidato de la izquierda a la gubernatura de Sinaloa. Todos conectan con Calderón Ojeda, quien murió el lunes 18 de noviembre en la Ciudad de México, donde vivía en aquellos años de su retorno a Culiacán y a donde tuvo que regresar de nuevo después de su intento fallido de volver a la política.

Con todo y su pasado, y su trayectoria, y sus empresas, José de Jesús Calderón Ojeda volvía a Sinaloa como un completo desconocido para esa generación de reporteros, que apenas habían nacido cuando sucedió el episodio que lo perseguiría siempre. A él quienes lo conocían eran los columnistas, los políticos añosos, y especialmente dentro del PRD, y no precisamente por simpatizante.

José de Jesús Calderón Ojeda nunca superó el diminutivo. Nació y murió Calderoncito, como si no tuviera nombre, como si nunca hubiera crecido a pesar del pelo completamente blanco con el que volvió a Culiacán, casi veinte años después de que dejara la Dirección de Gobierno en el sexenio de Alfonso G. Calderón (1974-1980). Ese es el Calderón sin d¡minutivos, su jefe aquellos años y quien lo opacaba incluso para usar el apellido por entero.

Calderoncito no tuvo una presentación tersa en su retorno. Después de las convenciones de cortesía y del anuncio formal sobre su retorno, la entrevista cambió de tono.

Le pregunté sobre las contradicciones de su pretensión de dirigir el PRD, un partido donde militaban algunos de quienes participaron en la lucha clandestina de finales de los años 70 por la apertura política y que además era señalado por encabezar las desapariciones de estudiantes y militantes de izquierda ocurridas en el sexenio de su jefe Alfonso G. Calderón. Respondió sereno al principio, con una voz suave, casi chillona.

Insistí ante sus rodeos. Seguramente sabía que no regresaba a Culiacán a un día de campo, pero tampoco esperaba que en la primera conferencia de prensa fuera cuestionado. Apostaba al olvido. Nunca recordamos lo que pasó antier, menos si sucedió veinte años atrás.

Formulé y reformulé las preguntas, la conferencia se volvió entrevista. Seguí preguntando solo y Calderoncito pasó de la voz suave a los agudos. En un punto casi gritaba. Yo desconocía detalles de lo ocurrido en su época de poder como Director de Gobierno, me manejé solo en los términos generales, pero suficiente para que entendiera que no era el hijo pródigo esperado con ansias en Sinaloa. Calderoncito tenía un pasado, y su responsabilidad mínima era explicarlo. Responder a los cuestionamientos de un pasado inmediato lleno de incertidumbres, de huecos negros como su chamarra de cuero, de sangre, de muerte.

En todos los testimonios de la última parte de la década de los 70, conocido el episodio como la guerra sucia, aparecía el nombre de Calderoncito. Hay documentadas 45 desapariciones en Sinaloa durante ese periodo. Muchas de ellas los señalamientos eran directos a alguna autoridad que de una u otra forma estaba relacionada con el gobierno de Alfonso G. Calderón o de sus policías y a su vez con el Director de Gobierno, o sea Calderoncito.

Margen de error
(Preguntar) Cada pregunta que le hacía a Calderoncito sentía que se la debía a la señora Chuyita Caldera, miembro del grupo Eureka y una incansable madre que buscó a su hijo José Barrón hasta su muerte. Doña Chuyita me había abierto las puertas de su casa, me mostró como si la viera por primera vez la desgastada fotocopia de la fotografía de su hijo. Me contó las historias de cada una de las madres de Eureka en Sinaloa.

Aunque fue hace veinte años, ninguna pregunta fue acusatoria, el periodismo no es juez para sentar en el banquillo a nadie. Tampoco es un púlpito para dictar sermones. Pero si alguna obligación se tiene es la de preguntar. Incómodo, sin trampas ni engaños. Directo. Profundo. Si no se responde, se vuelve a preguntar. Al final para una entrevista siempre se necesitarán dos, al menos. Cuando uno ya no quiera hablar. Ahí se detiene.

Mirilla
(Callar) Y Calderoncito mejor calló. Dejó de responderme diciendo que ya había contestado a mi pregunta, aunque yo se la volvía a hacer. Para entonces el resto de los reporteros habían apagado sus grabadoras y algunos hasta se habían ido. Pensaban que la noticia era que anunciaba ser candidato a la dirigencia estatal del PRD.

Días después, una de las personas que lo acompañaba en la aventura me llamó. Me dijo que el Doctor —así se refería a José de Jesús— pedía que nos reuniéramos. Que habláramos en corto. Yo acepté, pero con una cámara y un micrófono, le dije, para una entrevista sin límite de tema ni de tiempo. No aceptó.

Primera cita
(Caminos) Los caminos se cruzan. Calderoncito fue responsable del área de Integración de la Subsecretaria Empresarial del Gobierno del Distrito Federal con Cuauhtémoc Cárdenas en 1998. Al año siguiente buscó la dirigencia del PRD estatal en el gobierno de Juan Millán —ahijado político de Alfonso G. Calderón—, López Obrador era el dirigente nacional del PRD y ahora presidente, y Rubén Rocha Moya, ahora Senador, en aquel entonces lanzó su candidatura buscando detener el avance de Calderoncito.
El tiempo, a veces, pone a cada quien en su sitio(PUNTO)

Columna publicada el 24 de noviembre de 2019 en la edición 878 del semanario Ríodoce.

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