Cine: ‘Polvo’

polvo

Tras 10 años de ausencia, en 1982, Chato (José María Yazpik) regresa a San Ignacio, no como la estrella hollywoodense a la que aspiraba, sino para recuperar la mercancía de una avioneta que se estrella cerca de ese pueblo. Con el cuento de que se trata de un medicamento a prueba por una farmacéutica importante y dinero de por medio, la estrategia parece fácil, pero se complejiza en medio de un despertar de pecados capitales y la resolución de asuntos añejos a los que se someten y de los que ya no pueden salir los habitantes de ese lugar de Baja California Sur.

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Con Polvo (México/2019), su debut como director, Yazpik acierta en mostrar al narco en un segundo plano, quizás, sugiriendo que hace casi treinta años no estaba tan expandido y no se dimensionaban sus alcances maliciosos, como les pasa a sus personajes, quienes no todos saben de él y a muy pocos les interesa, porque es algo de fuera, que no les pertenece, que, si les llegara, sería por error o casualidad. Incluso, no tendrían la capacidad de reconocerlo, así lo tuvieran frente a ellos y se beneficiaran de él.

El también escritor de la cinta junto a Alejandro Ricaño, atina en exponer una sociedad más pura e inocente que se topa con una manera muy fácil de conseguir dinero y se deslumbra, embelese y embriaga al grado de crearse necesidades para gastarlo en lo que sea, pero que se note, evidencie la opulencia y un nivel alto, para lo cual están los que saben aprovechar las oportunidades de hacer negocios. Entonces para estar a tono y ganar más, ahora la cerveza se sirve en copa, los trajes se usan diario, la tierra de cultivo se fragmenta para construir viviendas, las mesas se cubren con manteles, el despilfarro caracteriza a los festejos, y los donativos al templo se hacen en función de lo que se gana, o hasta donde el pago de deudas muy viejas lo permita.

Otra virtud del filme es que se sale del repetitivo contexto citadino, capitalino, metropolitano y presenta, como El Jeremías (2015), uno casi inexistente en las películas, con personalidad y actitudes propias: la forma de hablar; los varones bebiendo cerveza en la plaza; las parejas tomando alcohol juntas; las platicas de los vecinos en la baqueta; la posibilidad de aprovechar el insomnio afuera de la casa, contemplando el cielo y conversado; y el esparcimiento en contacto con la naturaleza, entre otras.

A pesar de que a veces el ritmo se enlentece, la historia funciona mayormente —Polvo es uno de los casos en los que un corto promocional es más atractivo que la película—, quizás porque su elenco es otro punto a su favor, en donde cada uno de los grandes y frecuentes actores tienen un desempeño más allá de cumplir con el trabajo, sin llegar a lo muy artificioso. Llama la atención la capacidad de Mariana Treviño y José María Yazpik para apropiarse de un estilo de hablar, de expresarse, aunque no logran la naturalidad de Angélica Aragón y Jesús Ochoa, ni la gracia de Joaquín Cosío y José Manuel Poncelis.

Polvo no representa la mejor o gran cinta del país, pero sí es ejemplo de una muy consistente, que logra alejarse de algunos lugares comunes, busca crearse su propia identidad y se da el lujo de arriesgarse con un final abierto que muchos podrían tomar como una interrupción que la deja inconclusa. No se la pierda… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 17 de noviembre de 2019 en la edición 877 del semanario Ríodoce.

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