43 papalotes por Ayotzinapa, de Toledo

43 papalotes por Ayotzinapa, de Toledo

En un par de semanas Ayotzinapa y los 43 estudiantes desaparecidos en la noche de Iguala, Guerrero, el 26-27 de septiembre de 2014 volverá a causar revuelo. Durante unos días será inabarcable el mundo de información fluyendo. Cinco años después, las investigaciones judiciales del caso y las explicaciones oficiales, son el mismo desastre que cuando empezó todo. Aquella verdad histórica, como muchos episodios en México, ni fue verdad ni llegó a ser histórica.

Ayotzinapa es una herida sin cicatrizar. Inaceptable. Vergonzosa. Y es, también, una dolorosa dosis de realidad, que en 2014 despertó a un país cíclicamente aletargado por los sueños. Sería el preludio del desastroso retorno del PRI al poder.

Hasta antes de aquella larga noche de fines de septiembre, se vivía el mexican moment —el español no alcanzaba a explicar los rumbos que el país emprendería. Enrique Peña Nieto y su gestión eran el ejemplo mundial de cómo se utiliza el poder en el nuevo siglo: Las Grandes Reformas, con mayúsculas, eran posibles. La élite política se ponía de acuerdo con el Pacto por México, y con nuevas leyes desaparecería la desigualdad, el narco, la pobreza, los últimos lugares en aprovechamiento educativo.

Con el regreso del PRI se dejaría de hablar del narco, y quedaba atrás aquel episodio que había enlutado a miles de familias. Pero como todos los niños, un día descubren que cerrar los ojos no basta para que los monstruos desaparezcan.

Ayotzinapa demostró, desde la misma noche-madrugada en que ocurría todo, la gran separación existente entre la percepción de la clase política empoderada en México y la realidad que en las calles, comunidades y ciudades ocurría. La primera comprobación es que Ayotzinapa se trató como un asunto judicial, aislado. En ningún momento se visualizó como un episodio que concentraba la podredumbre interna de un sistema anacrónico.

La mejor explicación de lo que ocurría está en la definición de socavón: En la parte subterránea se provoca un hundimiento, el suelo desaparece o queda debilitado, pero la superficie se mantiene aparentemente intacta; en algún momento todo colapsa y desde afuera nadie se da cuenta.

Ayotzinapa es el gran socavón de todo el sistema político mexicano. Así de grande, así de fuerte. La tragedia embarró a todos por igual, aunque muchos siguen haciéndose los desentendidos. El PRI con el desastre de la investigación federal de Jesús Murillo; la izquierda al postular al Alcalde de Iguala, José Luis Abarca, y al gobernador en funciones en ese momento, Ángel Aguirre; el Ejército por una participación aun sin esclarecer del todo; la Policía Federal; las Policías locales y estatales… al final —y aunque se siga negando— el Estado en pleno.

Margen de error
(Papalote) Francisco Toledo era un mito en vida. Durante todo este siglo, era común escuchar que Toledo era el artista vivo más importante en México. El pintor oaxaqueño no solo era una voz plástica de enorme influencia, sino una conciencia. Su aparente fragilidad física mostraba una presencia casi imperceptible, aunque era exactamente lo contrario al momento de fijar su posición política y social. Entonces era inquebrantable, firme, sólido. Lo dicho, una conciencia.

La potencia de su voz resultaba de tal calibre que sus oponentes quedaban acabados. El hombre de camisa arrugada, cabello indomable y barba sin atención, alguien que si te encuentras en la calle ni siquiera volteas a verlo, tomaba las luchas con una intensidad épica. A inicios de siglo se opuso a la instalación de un McDonald’s en el Centro Histórico de Oaxaca. Parecería la queja de un globalifóbico más, pero en el caso de Francisco Toledo tomaba dimensiones de enfrentamiento contra el Imperio. Al final, por supuesto, el McDonald’s no se instaló.

Unas semanas después de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, mientras la clase política se justificaba y culpaba a otros, Francisco Toledo organizó un acto aparentemente humilde y minúsculo pero de gran significado. Diseñó 43 papalotes con los rostros de cada uno de los jóvenes desaparecidos, todos papalotes reales, listos para echar a volar. Él mismo corrió por las calles de Oaxaca mientras el papalote era arrastrado por el viento. Lo mismo hicieron niños de primaria con los demás rostros de los estudiantes.

Toledo habló del simbolismo. De la costumbre en el sur de México en el día de muertos de volar papalotes. “Como a los estudiantes de Ayotzinapa los habían buscado ya bajo tierra y en el agua, enviamos los papalotes a buscarlos al cielo”.

Mirilla
(Libre) La nueva fiscalía, y el nuevo régimen de Andrés Manuel López Obrador tiene en el caso Ayotzinapa otro de los grandes retos de su gobierno. Apenas a inicios de este mes otro de los acusados de participar en la desaparición y muerte de los estudiantes, Gildardo López Astudillo, fue absuelto por un juez.

Con él son 44 los acusados del caso que han tenido que ser liberados, principalmente porque los jueces han considerado que las pruebas se obtuvieron mediante tortura en los interrogatorios.

Al llegar el quinto aniversario de la desaparición de la noche de Iguala, tomará a este gobierno en igualdad de condiciones que su antecesor. Lo que se sabe es que no se ha aportado una sola prueba nueva en la investigación, por el contrario, se siguió la inercia de lo que ya estaba armado y por eso resultó absuelto el acusado 44 —que ironía, 44 liberador y 43 que siguen desaparecidos (PUNTO)

Columna publicada el 8 de septiembre de 2019 en la edición 867 del semanario Ríodoce.

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