Cine: ‘Toy Story 4’

toy story 4

Todos hemos tenido ese objeto con el cual nos hemos encariñado, apegado, inclinado y entregado por horas. Chico o grande; de madera, plástico, metal o cartón; manual o a control remoto; barato o costoso; nuevo o viejo… Serán muy pocas las personas que no hayan apreciado, al menos, un juguete, así haya sido de material reciclado.

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Desde su primera parte estrenada en 1995, la franquicia Toy Story tiene claro que su principal propósito es emocionar a los espectadores hasta el llanto: los hace pensar en sus propios juguetes y en la relación que tuvieron con ellos; en si hablaban, sentían, pensaban… si en verdad tenían vida, con lo cual las cintas y esos recuerdos se vuelven más cercanos y entrañables.

Mientras veía Toy Story 4 (EU/2019), dirigida por Josh Cooley, me preguntaba en qué momento mis objetos más preciados dejaron de serlo y bajo qué circunstancias: ¿Los usé hasta que se acabaron? ¿Los perdí? ¿Me los robaron? ¿Los regalé? ¿Cuándo dejé de tenerlos? ¿Qué es en realidad un juguete? ¿Cuál fue el último que tuve? ¿Andará alguno por ahí, todavía? ¿En qué momento se volvieron basura?

Alejado de la vida de Andy, el arriesgado, terco y leal Woody ahora le pertenece a Bonnie, la niña que, para animarse en su primer día de clases, con material de desecho crea el juguete que se convierte en su favorito: Forky, un tenedor de ojos dispares, por lo que hace a todos los demás a un lado, incluido Woody, quien se resiste a aceptar que ya no será el número uno para su dueña. Aun así, el vaquero está dispuesto a enseñar a Forky cómo agradar a la chiquilla que lo carga a todas partes, sin imaginar que, a la vez, se lleva a sí mismo a tomar la decisión más importante de su vida.

Las películas de Toy Story, si no las más, son de las más exitosas, coherentes, serias, sanas, disfrutables, entretenidas e inteligentes de todos los tiempos. Al igual que en las tres anteriores, en la más reciente están la amistad, el compañerismo, la lealtad, el amor, el apego, el aprendizaje, el crecimiento personal, las aventuras; y la impecable, minuciosa, detallada y extraordinaria animación. Sin duda alguna, la cuarta entrega, también, evoca los recuerdos más lejanos, a esos cuando solo se quería estar con el juguete preferido.

La riqueza de la cinta escrita por Andrew Stanton y Stephany Folsom es que se trata, posiblemente, de la más profunda y reflexiva de la saga, al menos en lo que se refiere a Woody. Su evolución y crecimiento es al grado de tomar la decisión más fuerte e importante de su vida, lo cual no hubiera logrado sin esa insistencia en buscar a Forky y en decirle qué es y cómo se comporta un juguete: en realidad se buscaba a sí mismo y se decía a él lo que significaba para su dueña y qué debía hacer al respecto.

A varios días de ver el filme, todavía no respondo todas las preguntas que me hacía, pero cada vez que pienso en mis juguetes siento la misma emoción que cuando los tuve la primera vez. No recuerdo haber tirado alguno, pero es seguro que muchos de ellos los arrinconé hasta que los olvidé y desaparecieron, o quizás tomaron la digna decisión de irse antes de eso y ahora tienen otro dueño o viven escondidos de los insensibles, injustos y crueles humanos. Véala… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 30 de junio de 2019 en la edición 857 del semanario Ríodoce.

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