Pregunta en la redacción: ¿”Ya no se ha sabido nada del periodista de Oaxaca”? Lo mataron el 2 de mayo, unas horas antes del Día Mundial de la Libertad de Prensa. Se llamaba Telésforo Santiago y había fundado una radio comunitaria. Periodista y defensor de derechos humanos, líder indígena. Iba manejando su auto cuando le dispararon. Fue emboscado como si se tratara de un peligroso criminal que pudiera responder al ataque. Mierda pura el crimen.
“No —dijo Roxana—, pero acaban de matar a otro en Puebla”.
En Puebla fue el activista Leonel Díaz Urbano, asesinado adentro de su casa, en el municipio de Zacapoaxtla. Era la noche del 9 de mayo cuando le dispararon. Fue el principal opositor a la construcción de una planta hidroeléctrica en San Juan Tahitic. Díaz sostenía que la obra traería daños severos al medio ambiente, irreversibles. Su caso es semejante al de Samir Flores, asesinado el 20 de febrero en Morelos cuando salía de su casa. El activista se oponía a la construcción de una planta termoeléctrica en el municipio de Yecapixtla. Apenas un día antes del crimen había estado en una reunión de comuneros donde explicó los riesgos que implicaba la obra. Era tan controversial el proyecto que el presidente Andrés Manuel López Obrador ordenó una consulta a pesar de que, como candidato, se había opuesto a que se construyera. Y aunque tan grave resultaba su crimen por esa controversia, la consulta no se suspendió. “Tenemos que continuar; no podríamos detenerla”, dijo el presidente. Y la hizo. Ganó el “sí” con el 60 por ciento y el 40 restante votó por “no”… según sus números. Quién lo duda: tiene autoridad moral, dice.
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Y así se pueden ir eslabonando los crímenes, como cuentas tristes de un rosario. El 3 de enero habían asesinado a otro activista, Sinar Corzo, esta vez en Chiapas. Comunicador y defensor de las mejoras causas, con una gran trayectoria de lucha, fue acribillado en el municipio de Arriaga por un sicario montado en una motocicleta cuando Sinar caminaba por la calle. Dos semanas después, en el municipio de Amatán, también de Chiapas, fue asesinado Noe Jiménez Pablo, otro activista defensor de los derechos de su comunidad. Su cuerpo fue encontrado en un basurero junto con otro compañero y con crueles huellas de tortura. Noe fue uno de los 50 pobladores de Amatán que fueron desaparecidos por un comando y cuya acción fue atribuida a los hermanos Carpio Mayorga, que gobiernan el municipio desde 2001, antes por el PAN y el Partido Verde y ahora con Morena.
En Veracruz también se han asesinado activistas. Apenas el 30 de marzo fue muerto a golpes el defensor de derechos humanos Abiram Hernández Fernández. Lo mataron en su domicilio. Abiram estuvo muy ligado a la lucha de los familiares de personas desaparecidas en la zona de Xalapa.
A mediados de marzo la Secretaría de Gobernación anunció que se reactivaba el Plan de Contingencia para Prevenir Agresiones a Periodistas y Activistas. Anunció 52 acciones. Muy bien, pero a dos meses de haberse reactivado el Plan ¿qué tenemos? Más periodistas asesinados, más activistas víctimas de los grupos caciquiles y políticos —tal vez de las empresas trasnacionales—, del crimen organizado, todos cruzados con la misma maldita vara: la impunidad. Como ocurrió en Culiacán con el asesinato de la señora Sandra Luz Hernández, muerta a tiros un día como hoy, 12 de mayo de 2014, hace exactamente cinco años.
Si algo debiera avergonzarnos como seres humanos, si algo debiera hacernos volver la vista al espejo y pensar en la sociedad que no queremos ser, es este crimen. Sandra Luz era parte del colectivo Voces Unidas por la Vida, conformado por mujeres que buscaban a un familiar desaparecido. Había perdido a su hijo Edgar García Hernández y acusaba a Luis Gabriel Valenzuela Valenzuela de haberlo levantado y desaparecido. Pero en vez de encontrar a su hijo se topó con la muerte. Le tendieron una trampa, le dijeron que tenían información sobre el paradero de su hijo y acudió a una cita. La estaban esperando para matarla. Mierda pura el crimen.
Bola y cadena
CON JAVIER VALDEZ PASÓ LO MISMO. No buscaba a sus hijos perdidos pero era igual. Se miraba todos los días en el espejo y salía a la calle para encontrarse con las historias, casi todas estrujantes, inhumanas, impunes. Perseguía la justicia con la pluma y trataba de conjurar la desesperanza con su prosa. Soñó siempre con un mejor país, con otros soles y otros cielos, con menos sombras. Y encontró la muerte.
Sentido contrario
JAVIER VALDEZ SE QUEJABA MUCHO de que a los periodistas nos hacía falta sociedad, que la sociedad no apoyaba a los periodistas. Y tenía razón. Pero no es culpa de la sociedad. En realidad los periodistas no nos apoyamos ni entre nosotros mismos. En Sinaloa en vez de tener una organización tenemos seis o siete y a nivel nacional ninguna. Parece que no nos queremos como gremio, como oficio, como si no amáramos lo que hacemos, al grado de decir “no pasen esta raya porque esta cancha es nuestra”. Y algo tenemos que hacer para que esto cambie. O nos seguirán matando.
Humo negro
DICE GALEANO QUE UN DÍA le regalaron un conejo de Indias, que llegó a su casa enjaulado y que al mediodía le abrió la puerta de la jaula. Cuando volvió a casa al anochecer vio que el conejo estaba tal y como lo había dejado, adentro de la jaula, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad. Creo que a muchos de nosotros nos pasa lo mismo, tenemos la oportunidad de ser libres y preferimos seguir adentro de la jaula.
Columna publicada el 12 de mayo de 2019 en la edición 850 del semanario Ríodoce.