Los contrastes en la libertad

ismael con erik

Ninguna democracia es perfecta. Suecia tiene los estándares más altos en el mundo cuando se habla de derechos humanos, de la libertad de prensa, del cuidado del medio ambiente, de la salud, de un Estado que vela porque cada ciudadano tenga garantizado un buen nivel de vida. Este país es de los cinco más seguros del mundo, con niveles de criminalidad menores a Suiza, Alemania, Japón y Luxemburgo.

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Por eso los suecos se espantan de lo que está pasando en México, donde están matando a más de un periodista por mes. En un país donde los niveles de impunidad son bajísimos, no dan crédito a los que existen en México. Si les dices que en seis años se registraron 850 agresiones a periodistas cierran repetidamente los ojos. Y si les sueltas que el 99.6 por ciento de esas agresiones no se castiga, se echan hacia atrás. Quién sabe qué pensarán, pero parece que no lo creen. Deben considerarnos una selva. Y a nosotros pequeñas víctimas de la depredación.

Tienen una gran tradición de prensa libre por eso debe dolerles más lo que nos pasa. Los suecos crearon la Ley  de Libertad de Prensa en 1776, antes de la Revolución Francesa (1789), que inspiró las libertades en el mundo occidental y casi 200 años antes de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. No solo eso: ellos ya tenían un Ombudsman de la Prensa cuando nosotros andábamos a caballo haciendo una revolución. Nació en 1916 y tiene un prestigio impecable.

No hay muchas agresiones a periodistas en los países nórdicos. Por eso cuando uno les cuenta lo que se vive en México preguntan ¿Y cómo sobrevive usted? ¿Y de dónde saca fuerzas para seguir adelante si le han matado al compañero de al lado?

En 2017 una periodista sueca, Kim Wall, fue asesinada en Dinamarca por un inventor. La reportera y el ingeniero pactaron una entrevista sobre un pequeño submarino que él estaba construyendo y cuando se encontraron la atacó, la violentó sexualmente y luego la asesinó. Estrictos en sus análisis, muchos periodistas suecos no consideran éste un ataque a la libertad de expresión, sino un acto brutal cometido por un loco.

El año pasado, un miembro del Movimiento de Resistencia Nórdico, de corte neonazi, fue detenido por la policía cuando intentaba asesinar a dos periodistas. Los neonazis han estado creciendo en ese lado del mundo. Lo han hecho en Dinamarca, Noruega, Finlandia y de unos años acá están amenazando la hegemonía del partido Socialdemócrata sueco, que ha ganado todas las elecciones desde 1917. En la última elección del parlamento, los neonazis ganaron casi el 18 por ciento de los escaños, algo que hace pocos años era impensable.

En 1986 mataron al Primer Ministro Olof Palme. Esa noche había salido del cine con su esposa y caminaba cuando alguien lo atacó a balazos. Han pasado 33 años y no se sabe aún quién lo mató. Detuvieron a un presunto culpable y éste ha negado siempre haberlo asesinado. Fue dejado en libertad. Y sobre la autoría intelectual hay más versiones que en una novela negra. Los de derecha dicen que lo mataron los radicales de izquierda. Los de izquierda que los radicales de derecha; los rusos dicen que lo mataron los gringos y éstos que los rusos.

Pero Palme no ha muerto para los suecos. Sobre la banqueta, Justo donde lo asesinaron, hay una placa de bronce que consigna el hecho. Y no lejos de allí, en el templo Adolfo Frederico, está su tumba y sobre ella su firma grabada. Nunca faltan las rosas rojas ni alguien que llegue, guarde un poco de silencio y se vaya a sus quehaceres. Pero el crimen sigue impune.

 

El día que nos cambió la vida

Todos los periodistas preguntan por Javier Valdez. Les interesa saber por qué matan periodistas en México y qué esperanzas tenemos de que las cosas cambien con el nuevo gobierno. Les cuento que no muchas en el corto plazo. De hecho ninguna. Ahí están los muertos. El compañero de Nayarit el mismo día en que Andrés Manuel López Obrador tomó posesión de cargo, como si fuera un mensaje macabro para el nuevo presidente y para nosotros también. Y los que le han seguido. El caso de Telésforo Santiago Enríquez, asesinado en Oaxaca unas horas antes del Día Internacional de la Libertad de Prensa, cayó como agua helada sobre todos nosotros. Era, en el día en que se celebra esta “libertad”, una ratificación funesta del drama que vivimos los periodistas en México todos los días, en todos los rincones del país, sin que nadie hasta ahora pueda detenerlo.

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Una fotorreportera sueca explica cómo la beligerancia verbal del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, contra algunos medios, ha puesto en riesgo a muchos periodistas que cubren actos del Partido Republicano y yo aprovecho para decir que en México está ocurriendo algo semejante cuando el presidente agarra pleito con el diario Reforma y lo que llama la “prensa fifí”. Y no porque no tenga derecho a la réplica, sino porque lo hace desde lo más alto del Estado contra un medio que le es crítico… también con todo su derecho.

Hasta la muerte de Javier Valdez, los que conformamos Ríodoce pensábamos que éramos inmunes. Habíamos navegado este barquito de papel durante casi 15 años solo con raspaduras leves y amenazas de hundimiento que no pasaron de ser sacudidas en medio siempre de un cielo borrascoso, por muchas razones.

Tocar los temas del narcotráfico trajo problemas desde que arrancamos. Amenazas veladas y abiertas nos alertaron de que debíamos irnos con mucho cuidado. Pero ellos siempre están ahí, en cada esquina. El 15 de mayo de 2017, después de 14 años de estar bregando con el tema, asesinaron a Javier. Y a partir de ese momento, nos cambió la vida.

Artículo publicado el 12 de mayo de 2019 en la edición 850 del semanario Ríodoce.

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