El poder de las palabras, dos años con Javier Valdez

Javier Valdez-Foto-Fernando Brito

 

El poeta José Emilio Pacheco escribió sobre el periodista Manuel Buendía unos días después del asesinato. Escribió con la precisión de quien cuida cada letra: “Su muerte es la prueba trágica e irrefutable del poder de las palabras”.

Treinta y cinco años después de aquel Inventario de la primera semana de junio de 1984 en Proceso, se quiere relegar a la palabra escrita en papel a la condición de reliquia digna de exhibición en un museo. Se le da por muerta un día sí y otro también desde hace diez años. Se asegura que los periódicos adelgazan y después desaparecen.

Hace dos años asesinaron al periodista Javier Valdez. Mataron a nuestro amigo. Nadie tenemos duda de que lo mataron por sus palabras, por lo que escribió en blanco sobre negro. Su crimen, como el de Buendía tres décadas atrás, es otra prueba del poder de las palabras. Escritas en papel, nadando entre las redes del internet, o simplemente dichas en una plaza, o en el desierto.

Javier Valdez maduró en estos dos años. Sus palabras fueron tomando una vigencia superior con el tiempo. En un país que temblaba —y tiembla— de miedo, sumido en el silencio, Javier supo encontrar a quien vencía el pavor y confiaba en él para hablar. Sus textos no buscan la revelación, ese elemento diferenciador del periodismo que se sigue como la piedra filosofal, sino un escalón superior: el entendimiento. Nunca antes, como con Javier, el método de ponerse en los zapatos del otro fue tan literal.

Entender a víctimas y victimarios es crucial y es el elemento clave para comprender el trabajo de Javier Valdez como periodista. Ni la apología ni el linchamiento. Supo de siempre que no es un tema de buenos y malos. Las líneas en eso son difusas. La realidad del siglo XXI en que escribe Javier está más allá de retratar la realidad. Un retrato no basta. Hay sombras, hay fantasmas detrás de las fotos. Hay puntos ciegos.

Llegado un punto Javier dejó de pelear con los géneros. Muchos le preguntaban si sus historias cronicadas eran cuentos, refiriéndose más a la invención del tema que a la forma del texto. Nada es inventado, respondía. A alguien le pasó, alguien lo vivió, alguien le confió. Por eso las crónicas tomaban forma. Javier encontró una fórmula para narrar lo imposible, lo peligroso, la muerte segura.

Darle poder a las palabras ha costado sangre y dolor. Javier no es el único que le da poder a las palabras. Otros muchos son la prueba misma.

 

Margen de error

(A la calle) Enemigo del periodismo de oficina, del entrecomillado, Javier odia los signos de admiración o el punto y coma. El periodismo de Javier causaba admiración sin signos.

Sus textos absorben de la calle. Es enteramente un hombre de la calle. Un vago que desgasta sus suelas y sus llantas en las calles de su ciudad natal, Culiacán, que podría ser cualquier otra de este país tan desigual y tan parecido.

Hay en los textos periodísticos de Javier Valdez una descripción detallada de una realidad que no fue necesario descubrir, sino que lo atropelló; de haber nacido en un país distinto hubiera terminado empujado por el destino a México, y después sin lugar a dudas amanecería en Culiacán sin saber ni cómo ni cuándo llegó. También hay una búsqueda constante e incansable de un rasgo esperanzador, aun cuando todo parece perdido.

Para crearnos una imagen nítida, palpable de la obra de Javier Valdez, imaginemos un mural con la técnica de mosaico. Imaginemos que está completamente en blanco. Luego, se van colocando una a una las piezas pequeñitas, con su color propio, una enseguida de la otra, van formando parte de una imagen mucho mayor, y estas a su vez del mural entero. Eso mismo hizo Javier Valdez con las historias que incluyó en su obra periodística reunida en los libros. Pegó pacientemente una a una las historias, que es posible además admirarla en su conjunto y nos muestra este gran mural en que está convertido ahora México. Un mural de dolor, de terror, pero de esperanza y luces. Pero no olvidar que ese mural es un reflejo de nosotros mismos.

 

Deatrasalante

(Presencia) Javier sigue vagando con las palabras por esta ciudad y sus rarezas. La ciudad que habitan fantasmas. Insomne incorregible, Javier de seguro seguía vagando tirado en el colchón. Incapaz ya de seguir la vagancia, mantenía los recorridos sin rumbo por la ciudad. No hay destino, es la calle misma, por qué siempre hay que tener un destino final, un objetivo, por qué no solo el placer de andar sin rumbo, como quien solo juega por jugar, sin más, sin buscar trofeos.

Estos dos años apenas han sido un despiste, una vuelta incorrecta, de un viaje que siempre será un placer con él (PUNTO)

Columna publicada el 12 de mayo de 2019 en la edición 850 del semanario Ríodoce.

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