Crónica de un veredicto: El ‘Chapo’, culpable

chapo guzman

“Culpable”, dice el Juez Brian Cogan al leer el último cargo de las imputaciones en contra de Joaquín Guzmán Loera durante la semana número 13 del juicio al interior de la corte federal de Nueva York en Brooklyn. Es el 12 de febrero de 2019 y el juicio del siglo acaba de terminar. Todos en la sala guardan silencio.

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Minutos antes, pasadas las 12:00 horas (tiempo local) del sexto día de deliberaciones, Melanie Clark, una de las trabajadoras de la corte, sale por la puerta del jurado diciendo en voz muy queda “hay veredicto“. Una de las reporteras sentada en las sillas de los alguaciles federales, aburrida en la angustiosa espera de días, la ve y –brincando de su asiento– grita “¡Veredicto!”. El mundo al interior de la sala 8D se convulsiona.

Son las 12:06, una de las intérpretes del Chapo entra por la puerta. Trae un suéter rojo y un saco negro. Se sienta en su lugar de la mesa de la defensa. Entran detrás de ella, los fiscales que llevaron el caso: Gina Parlovecchio con su coleta de pelo rubio y traje sastre, Andrea Goldbarg con el cabello ondulado y su característica mascada cayéndole al frente del pecho, Amanda Liskamm con un collar de perlas y el cabello lacio rubio hasta los hombros, Adam Fels con la mirada adusta, pelo jaspeado y sus casi dos metros de altura, Michael Robotti igual de alto con lentes y Anthony Nardozzi con un copete negro aplacado de lado con una gruesa capa de gel. Junto a su mesa, los abogados de la defensa, William Purpura el hombre pequeño, calvo y elegante, Eduardo Balarezo también calvo con lentes y Jeffrey Lichtman con su cara bofa y pelo quebrado, esperan de pie. Uno a uno, se saludan con un apretón de manos, reconociendo el trabajo ajeno. A la sala entra después Richard P. Donoghue, el fiscal del Distrito Este de Nueva York.

El resto de los reporteros que no estaba dentro empieza a llegar en un flujo constante, inundando la sala 8D. “Estoy nerviosa”, dice una de las escritoras que ha seguido el juicio desde el principio. “Yo también”, le responde otra reportera. Son las 12:12 cuando entra Emma Coronel Aispuro.

Adam, el alguacil federal enviado desde California para supervisar la seguridad del juicio, repite las mismas instrucciones que ha dicho hasta el cansancio. Una vez iniciada la lectura del veredicto, nadie puede salir de la sala hasta que el juez termine. El público asiente. Sandro Pozzi, el periodista de El País que cubrió todo el juicio, aprovecha el silencio para agradecer al alguacil por estos tres meses. Todos aplauden. Le agradece también a Carlos y Dolores, otros dos alguaciles que estuvieron a cargo de mantener a todos al interior de la sala 8D seguros durante las 13 semanas. Hasta el fiscal del distrito, Donoghue, sonríe.

Uno de los hombres del escuadrón antibombas entra a la sala, no con su uniforme de siempre y sin su perro labrador negro. Trae pantalones de mezclilla y una camisa de franela. Por la puerta detrás de la mesa de la defensa entra, finalmente, el Chapo. Trae un traje negro con corbata gris. Saluda con la mano en el aire, como los 43 días anteriores, a su esposa sentada en la banca de la defensa. Después saluda a sus abogados de mano. Se ve nervioso.

Los miembros del jurado entran por la puerta opuesta. Se sientan en sus lugares y le dan la hoja del veredicto a la señora Clark para que se la entregue al juez. Una de las ocho mujeres, la joven latina, es la encargada del jurado. A las 12:26, el juez les pregunta a esos 12 habitantes de Nueva York si es cierto que llegaron a un veredicto unánime. La joven latina responde que sí.

El veredicto, no es una sorpresa, pero eso no lo hace menos impresionante. “Culpable”, lee el Juez Cogan. Es el primero de 10 cargos que se le imputaban a Guzmán Loera. Ese cargo por sí solo implica cadena perpetua. El acusado, escuchando a la intérprete junto a él, se rasca la nariz.

“Culpable”, vuelve a decir el juez, leyendo en esta ocasión el cargo número dos. Los miembros del jurado escuchan atentos los resultados de las deliberaciones que les tomaron seis días. “Culpable”, dice Cogan con su misma voz solemne y sobria. Coronel Aispuro escucha sentada desde la que habría sido su banca por los últimos tres meses. Viste un saco largo color verde bandera, botines negros de tacón grueso y el pelo lacio suelto sobre la espalda. Empezó ese juicio en el rincón de la segunda fila de bancas, rodeada de abogados. Lo termina ahí mismo, pero rodeada de reporteros que durante semanas la han abordado con esperanzas de conseguir una entrevista y con los que ha convivido dentro del micro universo que ha sido el juicio del siglo.

“Culpable”, dice el juez después de leer el cuarto cargo. La cara de Guzmán Loera se desencaja. “Culpable”, añade Cogan tras leer el quinto, sexto, séptimo, octavo y noveno cargos. “Culpable”, dice el Juez Cogan una vez más, esta vez al leer el último cargo de las imputaciones en contra de Joaquín Guzmán Loera. El jurado ha encontrado culpable al Chapo de todos los cargos. Eduardo Balarezo, su abogado ecuatoriano americano, niega con la cabeza. Es el 12 de febrero de 2019 y el juicio del siglo acaba de terminar.

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Una vez alcanzado el veredicto, queda dictar sentencia. Cogan dice que lo hará el 25 de junio a las 10:00 am. Antes de despedir al jurado, les agradece por la atención prestada esos meses y termina diciendo “la manera en que se condujeron en este juicio fue destacable y me hizo sentir orgulloso de estar en América”. Una vez dicho eso, Guzmán Loera se pone de pie, se despide de su esposa, poniéndose la mano sobre el corazón y levantando después los pulgares. Tras un breve apretón de manos con sus abogados, se va escoltado por los alguaciles.

Haga click en la imagen para consultar una copia del veredicto.

El juicio contra Guzmán Loera empezó un martes de noviembre de 2018 y termina exactamente tres meses después, un martes de febrero de 2019. La fiscalía presentó 56 testigos en total, de los cuales 14 eran criminales colaboradores. La defensa presentó un único testigo para argumentar su caso completo, que duró menos de 30 minutos. Mientras el Chapo es encontrado culpable de crímenes que le valdrán cadena perpetua, 14 de sus colaboradores y amigos, asesinos confesos, narcos colombianos y mexicanos, sicarios y lugartenientes, esperan la reducción de sus propias sentencias. Uno de ellos, incluso ya ha terminado de purgar su sentencia de seis años y otro nunca enfrentó cargos.

Afuera del edificio de la corte, la nieve cubre las banquetas y la calle; cae constante sobre las carpas de los medios de comunicación donde esperan decenas de reporteros con cámaras las declaraciones oficiales de la fiscalía y del equipo de la defensa. “Este caso, y más importantemente, esta condena, sirven como un mensaje irrefutable a los capos que quedan en México y a todos aquellos que aspiran a ser el siguiente Chapo Guzmán: en algún momento van a ser arrestados y enjuiciados”, dice –en una declaración– el fiscal general en funciones de los Estados Unidos, Matthew G. Whitaker.

En el otro extremo de la calle espera un tercer grupo de camarógrafos aglutinados contra una barda, esperando tomarle video y arrancarle alguna declaración a Emma Coronel Aispuro. Pero la esposa de Guzmán Loera decide no hablar. “El veredicto de culpable contra Joaquín Guzmán Loera, uno de los capos de la droga más violentos y temidos de nuestros tiempos, es prueba del arduo trabajo y valentía de la primer línea de ataque de los agentes del orden de los Estados Unidos”, dice la secretaria de Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen en una declaración.

Por su parte, el equipo de abogados del Chapo, dividido después del juicio por diferencias en la estrategia elegida, expresa su decepción con el jurado. Hablan de las arduas condiciones del encierro de su cliente que le impidieron asistir en la estrategia de su defensa y de la cantidad de evidencia que la fiscalía soltó a cuentagotas en los meses previos al juicio.

“Planeamos apelar”, dice Mariel Colón Miró, una de las abogadas del equipo de la defensa caminando sobre la banqueta, afuera de la corte, mientras intenta subirse al coche que la espera. La nieve le cae en la cara mientras las cámaras la persiguen. “Sabíamos que era culpable desde el inicio, pero estamos muy satisfechos con nuestro trabajo”, añade.

Algunos reporteros que quedan adentro del edifico de la corte federal se despiden de los empleados del Bayway Café, la cafetería de la corte donde periodistas, abogados, alguaciles y hasta Emma Coronel comieron lado a lado, todos los días del juicio. “Gracias a ustedes tengo con qué pagar las vacaciones”, bromea uno de los empleados. “Gracias por todo”, añade la cajera, una mujer paciente y generosa que cobraba los desayunos y las comidas del grupo ecléctico de reporteros que se encontraron en esa corte para cubrir el primer juicio en la historia de un narco de la talla de Guzmán Loera.

En la planta baja, antes de salir, otros periodistas le agradecen a los alguaciles por haberlos mantenido a salvo. “Los esperamos pronto de regreso”, dicen los guardias, como si a la corte federal se fuera seguido. En el sexto piso, dentro de la sala de prensa improvisada para la cobertura del juicio del siglo, quedan los últimos reporteros tecleando palabras para intentar narrar los eventos del día que inmediatamente se convierten en historia. En la historia del final de la leyenda del narco sinaloense que fue el Chapo Guzmán.

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