El plan 80-20 para la seguridad en México

peje mocorito

Traía prisa Felipe Calderón. El 2 de enero de 2007 abrió un segundo frente de guerra en Tijuana, Baja California. Tenía un mes en la presidencia y anunciaba el envío de más de 3 mil efectivos federales (2 mil 600 militares, 510 de AFI y PFP y 162 de la Marina). Al día siguiente, en su natal Michoacán, donde iniciaron las operaciones contra las organizaciones criminales apoderadas de territorios completos, desfilaría frente a las tropas desplegadas con la casaca militar y la gorra con cinco estrellas de Comandante Supremo. Esa foto lo perseguiría todo su sexenio.

Pasaron dos presidentes, de diferentes filiaciones políticas, y doce años de guerra contra el narco. Andrés Manuel López Obrador, contendiente de aquellos dos mandatarios, declara concluido aquel episodio: “Oficialmente ya no hay guerra. Nosotros queremos la paz”, dijo AMLO en la mañanera del 30 de enero. Para fortalecer su argumento dijo que también se acabaron las acciones espectaculares, porque “ya no es la estrategia de los operativos para detener capos”.

Esta misma semana el General Secretario, Cresencio Sandoval, anunció que mil 800 efectivos militares reforzarán la seguridad en Tijuana, Baja California. Y que lo mismo estarían haciendo en Guanajuato, donde igualmente se reporta un incremento en los homicidios. Además, esas operaciones están en marcha en condiciones similares a lo que será el trabajo de la Guardia Nacional, aun en discusión legislativa en el Senado. En esta última parte está la segunda semejanza con aquel arranque de Calderón en 2007 y los tiempos actuales: El gobierno federal preparaba en aquel momento una “nueva” policía, que en realidad era integrar en un solo cuerpo federal a la PFP, la AFI, Migración y Aduanas. AMLO anda en algo parecido con la Guardia Nacional, integrada por las Policías Militar y de Marina, y un nuevo reclutamiento.

Andrés Manuel López Obrador, tan dado a los paralelismos históricos, tendrá que alejarse en los hechos, más que con la palabras, del pasado reciente. No son suficientes esas dos grandes similitudes para comparar las acciones de uno y otro gobierno, al menos no todavía, pero las semejanzas son preocupantes.

 

Margen de error

(Otra temporada) Hay un rasgo que no mostró ni Calderón al arranque de la guerra, ni Enrique Peña en la continuación. Es la fuerte apuesta a los programas sociales. Ambos siguieron una inercia de la política social desplegada desde Carlos Salinas y Ernesto Zedillo.

López Obrador lo llama el 80-20: “Vamos a buscar serenar al país con trabajo, con bienestar, eso es lo fundamental en la estrategia de seguridad; 80 por ciento es oportunidades de empleo y bienestar, y 20 por ciento es lo que tiene que ver con garantizar la seguridad pública, trabajando de manera coordinada todas las fuerzas y con mayor presencia con la creación de la Guardia Nacional y con orden, perseverancia, profesionalismo”.

 

Mirilla

(Lo que no es) Mucho de lo que sucede en los gobiernos ocurre en un punto ciego para los ciudadanos. Por eso nunca es suficiente para entender las declaraciones desde el poder, o de cualquier funcionario, se requiere más. La falta de información, los negros, el ocultamiento en las declaraciones, no es exclusividad de Andrés Manuel, como se quiere hacer ver. El tema de moda entre los acérrimos críticos —tan vagos y bajos como quienes lo idolatran— es su conferencia mañanera donde pone en la agenda los temas que quiere y esquiva cuestionamientos.

Se le quiere pedir a una conferencia de prensa lo que no es. Una estrategia de comunicación política no es transparencia, así como transparencia no significa rendición de cuentas.

 

Primera cita

(Prueba de amor) Quirino Ordaz salió bien librado en la visita de Andrés Manuel López Obrador. A pesar de los abucheos en plena explanada de gobierno, en un masivo mejor a los tiempos de la campaña electoral, y de acusaciones de los trabajadores del movimiento Más que 53 ante AMLO, de que el gobernador no los atendía, el Presidente lo defendió en todo momento. Si Quirino le dijo que nos iría “a toda madre”, López Obrador encaró a los abucheadores gritándoles que Quirino es un buen gobernador, porque su “pecho no es bodega”. Quedaron a manos.

El juego cambió y Quirino y su comitiva se adaptan. La clase política acostumbrada a sillas reservadas y espacios restringidos, se queda desperdigada entre los asistentes. Los priistas de hueso colorado refunfuñan entre dientes frente a las tasas y camisetas de López Obrador que se venden, no se regalan como antes, como un rockstar no un político. Una especie de Mike Jagger del 60 y más. Incluso Rossy Fuentes, la Presidenta del DIF, lee en público el poema Las pompas de jabón, de Pessoa, junto a Beatriz Gutiérrez y Paco Taibo, al concluir el lanzamiento en Mocorito de la estrategia nacional de lectura.

El juego político y el ejercicio del poder se alimentan de estos espectáculos armados: Las multitudes que persiguen, vitorean y rechiflan. Pero como en toda relación, la de Quirino y Andrés Manuel, no será un fin de semana eterno de fiesta en fiesta —de mitin en mitin, pues—, tendrá que pasar por la vida real, las decisiones que terminarán en desencuentros. Quirino Ordaz no le debe lealtad a López Obrador, aunque tampoco muestra intentar la confrontación como la busca todos los días y en todos los temas Enrique Alfaro, el gobernador de Jalisco. Cuestiones de futuro político.

 

Deatrasalante

(Aguilar) En cualquier otro país no sería noticia que el gobernador de un estado ingrese como docente en una universidad. En México sí. Acostumbrados a que la alta jerarquía política, cuando alcanza la cúspide no se le vuelva a conocer un trabajo.

Por eso llamó la atención la llegada de Jesús Aguilar Padilla a las aulas de clases como académico en la Universidad Autónoma de Occidente, porque además no contaba con una carrera docente. Si fueron sorpresivas algunas de sus acciones como gobernador, esta igualmente pareciera una excentricidad  (PUNTO)

Columna publicada el 3 de febrero de 2019 en la edición 836 del semanario Ríodoce.

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