Sobornos, estrategias legales y verdades a medias en el juicio del ‘Chapo’ Guzmán

Las revelaciones inauditas del Rey

El 20 de noviembre en la sala 8D de la corte federal de Nueva York, bajo la mirada atenta de Joaquín Guzmán Loera, quien vestía un traje gris con camisa color champaña y una corbata marrón, Jesús Reynaldo Zambada García admitió haber sobornado a Genaro García Luna, entonces Secretario de Seguridad Pública durante la administración de Felipe Calderón, recordado por desplegar elementos militares a las calles de todo el país dando inicio a la guerra contra las drogas.

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En la sala estaba Emma Coronel Aispuro, quien reposaba la cabeza sobre las manos, encorvada hacia adelante con el cabello negro cayéndole sobre la espalda cubierta con un saco negro aterciopelado.

El soborno, en 2007, a nombre del Cártel de Sinaloa, no era el único ni había sido el primero. Antes, entre 2005 y 2006, el Rey se había reunido con García Luna por primera vez con el abogado de su hermano, Óscar Paredes, en un restaurante de la Ciudad de México. En esa ocasión, el soborno de 3 millones de dólares, era para que el entonces director de la Agencia Federal de Investigación (AFI) colocara a un hombre del Mayo como líder de la policía en Culiacán. El segundo soborno, en 2007, consistía entre 3 y 5 millones, destinado para que el cártel pudiera seguir operando sin contratiempos, dijo Zambada.

También confirmó tener conocimiento de una cantidad de 50 millones de dólares reunidos entre Arturo y Héctor Beltrán Leyva, el Indio y la Barbie para que García Luna les garantizara su protección. Según el testimonio del Rey, el funcionario tenía un fuerte compromiso con Arturo Beltrán Leyva. Con vistas al futuro, Zambada también dijo haberle pagado “varios millones” en 2005 a quien aseguraba sería el siguiente Secretario de Seguridad Pública, un hombre descrito como Secretario de Gobierno durante la jefatura de Andrés Manuel López Obrador en la Ciudad de México.

Horas antes, el contrainterrogatorio del abogado de la defensa William Purpura empezó lento, pausado. Cuántas veces se había reunido el testigo con funcionarios públicos del gobierno estadounidense para preparar su testimonio, quería saber el abogado.

Al menos ocho veces después de su extradición en 2012 cuando accedió a ser testigo cooperante, confirmó el Rey. Si probaba tener información valiosa para la fiscalía, le entregarían una carta al juez que decidirá su sentencia para reducir su pena. Después se reunió con el gobierno en otras 30 ocasiones entre 2013 y 2016, cuando lo preparaban para el juicio de Alfredo Beltrán Leyva, el Mochomo, extraditado en noviembre de 2014. Pero Zambada nunca llegó a testificar en ese juicio.

Para preparar el testimonio en el juicio contra Guzmán, el Rey se reunió con la fiscalía al menos 20 veces desde mediados de 2017 hasta pocos días antes del inicio del juicio. Nunca antes de la última serie de reuniones, cuando lo preparaban para testificar contra Joaquín Guzmán, el Rey había mencionado al acusado como líder del Cártel de Sinaloa.

Poco a poco, como una canción que llega a su clímax, el ritmo del contrainterrogatorio fue aumentando junto con las implicaciones de las preguntas.

“Si el Mayo pudiera corromper al presidente de México, ¿lo haría?” Preguntó Purpura. “Tal vez”, respondió el Rey. “Su hermano tenía un particular interés en una persona llamada García Luna, ¿cierto?” Prosiguió el abogado. “Correcto”, admitió Zambada.

Después de confesar los sobornos millonarios a funcionarios en los gabinetes de la Ciudad de México y el gobierno federal de 2005 a 2007, el abogado se enfocó en el liderazgo del cártel. Purpura caminó hasta la mitad de la sala para pararse junto a un tablero negro donde la fiscalía había pegado las fotos de la cúpula del Cártel de Sinaloa sobre tiras de velcro para facilitarle al jurado la comprensión del caso. En la fila superior, estaban de izquierda a derecha, las fotos del Mayo, Amado Carrillo Fuentes, Juan José Esparragoza el Azul, el Chapo y Nacho Coronel. Abajo del Azul, la de Arturo Beltrán Leyva y Héctor, su hermano, debajo de Guzmán Loera.

Conforme se acercaba a la pizarra, Purpura pidió al testigo que se pusiera de pie para ver bien. El abogado empezó a recapitular los eventos narrados en días anteriores. “Ya dijimos que murió Carrillo Fuentes”, dijo Purpura arrancando la foto del Señor de los Cielos de la pizarra mientras el sonido del velcro inundaba la sala. Zambada lo confirmó.

“El Azul, fallecido”, dijo el abogado.

“Eso creo”, contestó el Rey, parado desde el estrado de los testigos, con otro tronido del velcro.
Nacho Coronel, fallecido”, continuó Purpura arrancando la foto a la derecha del Chapo en el tablero.

“Así es”, respondió Zambada.

“Arturo, muerto”, dijo el abogado.

“Muerto”, asintió el Rey mientras la foto de Beltrán Leyva desaparecía.

“Héctor…”, pausó Purpura. “No sabe dónde está, pero no está aquí, ¿no?” Dijo el abogado sin aclarar que Héctor Beltrán Leyva —preso en el Altiplano— había muerto tres días antes de un infartó al corazón.

“Creo que está preso”, dijo el Rey, mientras el sonido del velcro confirmaba la ausencia del H.
“Eso deja a su hermano, ¿dónde está?” Preguntó Purpura frente a un tablero casi vacío.
“Probablemente en las montañas”, admitió Zambada.

Quedando solo el Chapo en la pizarra, el abogado preguntó entonces cuál era la clave del Rey para salir de prisión.

Una objeción de la fiscalía impidió que el testigo respondiera, pero las preguntas y la imagen de una pizarra casi vacía ya habían causado una impresión en los presentes.

Entre las confesiones que Purpura le arrebató a Zambada también estuvieron el hecho de que el Rey estudió seis meses de bachillerato en Las Vegas, manejando un Porche que le regaló su cuñado Antonio Cruz Vázquez antes de ir preso por narcotráfico. Pareció, también, que el Rey habla y entiende inglés después de corregir un par de veces a sus intérpretes y contestarle a Purpura una larga pregunta sobre finanzas antes de que se la tradujeran.

Días antes, en una conversación filtrada entre los abogados y el Juez Cogan, se dijo que el Rey confesaría haber sobornado al presidente de México. Antes de la última sesión de testimonio de Zambada, la fiscalía presentó una moción para suprimir una línea de interrogación que podría implicar a terceros. El Juez, aceptando la moción en parte y negándola en parte, permitió que la defensa sacara el tema de los sobornos a García Luna y el funcionario de López Obrador. La parte que permaneció secreta sigue siendo un misterio.

Antes de salir de la corte para un descanso de tres días para celebrar el Día de Acción de Gracias, se congregaban en mesas contiguas de la cafetería de la corte en el tercer piso, el abogado de la defensa, Eduardo Balarezo y sus pasantes, Emma Coronel con sus zapatos de tacón negros y sus leggins de mezclilla, los hombres con pantalones de cargo verdes del escuadrón K-9 antibombas, miembros del público que habían ido a ver el juicio, incluyendo un abogado rumano y un hombre cuyos amigos habían muerto a manos del crimen organizado, así como un despliegue de periodistas de España, Estados Unidos, México, Venezuela y Argentina.

Todos haciendo la misma fila para pedir un plato caliente o pagar una ensalada en las cajas registradoras custodiadas por una mujer estadounidense mayor y una chica joven latina, ambas sonrientes, alegres y amables. Ambas operando bajo estrictas reglas de no repetir nunca conversaciones que floten hasta sus oídos en la ebullición de la cafetería de la corte federal de Nueva York.

Artículo publicado el 25 de noviembre de 2018 en la edición 826 del semanario Ríodoce.

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