El solsticio de verano

FOTO: RASHIDE FRIAS

Hace mucho tiempo que la sorpresa de esta campaña política se acabó. Si acaso lo que queda es el suspenso. En los días que faltan para la elección, incluso el día de la votación, no habrá ningún imprevisto. Ante la ausencia de lo sorpresivo, lo que queda es la expectación. Los cineastas, más que cualquier otro artista, son quienes mejor manejan el género del suspenso y saben mantener al público al filo de la butaca, esperando algo que va a pasar. Un estado de tensión prolongado ante lo que pudiera ocurrir, a veces hasta sabiendo lo que va a ocurrir.

El crítico y director de cine, Francois Truffaut, lo explica claramente: Hay una bomba debajo de una mesa y de repente explota, hay una sorpresa porque antes había una escena ordinaria. El suspenso se alcanza cuando el público sabe que debajo de la mesa hay una bomba y que va a explotar —el 1 de julio a las 11 de la noche, por ejemplo—, los personajes charlan trivialidades y el reloj sigue avanzando sin nadie que pueda advertirles. “Siempre que sea posible, el público debe estar informado”, dice el cineasta, para mantenerlo en la tensión.

Eso sucede en México en pleno solsticio de verano. Días largos. Noches cortas. Hombres y mujeres encarrerados, sudando, intentando convencer a ciudadanos. Aunque a nadie sorprenda, la lucha electoral ha tenido en estos 90 días una fuerte carga de violencia, intolerancia y polarización. ¿Podría ser de otra manera cuando se trata del control del poder? ¿Del reacomodo de las élites, de los intereses legítimos y fácticos? No, no puede ser distinto.

Con el solsticio de verano llega también el calor, la temporada de lluvias, y el esperado fin de las campañas políticas. Fue demasiado. Ya no había sorpresa, aburrió. La clase política no demostró una capacidad reactiva ante lo que ocurría en el país. No mostraron un nuevo rostro, ninguno de ellos. Después de los temblores y el despertar ciudadano, después de la ofensiva corrupción donde ni una sola obra pública se escapa, vimos a los mismos candidatos de siempre, haciendo lo mismo, buscando lo mismo.

Reactivos, los políticos en campaña opinan de todo. Las redes sociales los envuelven: Niños y niñas atrapados en jaulas de hierro en La Perrera, alejados de sus padres por ser ilegales en territorio estadounidense… los candidatos tienen una opinión, una condena. Niños argentinos llorando en Rusia por la derrota de su selección de futbol… también tienen una opinión. El asesinato reciente de un candidato o de un militante… igual.

A unos días de retirarse, los candidatos son personajes suficientemente conocidos por los electores. Son eso: personajes en escena que cada uno intentó construirse con mejor o peor fortuna, todos en el papel que alcanzaron a jugar. Han sido vistos en situaciones reveladoras, tensos, en un drama diario, en diálogos —como en una entrevista o un debate— y en monólogos –un discurso, un acto de campaña. Muchos, a pesar de la exposición prolongada, han sido imposibles de revelar. Otros a su propio pesar, fueron desnudados.

Margen de error
(Mejor que la vida) La vida diaria carece de suspenso, o es difícil imprimirlo, por eso el cine es mejor que la vida. En Vértigo, Alfred Hitchcock arma una historia donde un policía que teme a las alturas es engañado con la identidad de una bella mujer. Su encargo es seguirla, pero solo quieren que sea testigo de un falso suicidio. El público sabe, por eso existe el suspenso, que el personaje teme a las alturas y va subiendo y subiendo escaleras a un campanario para el desenlace.

En el México del solsticio, de la lucha por el poder, más de un candidato es un travesti. Alguien que aparenta ser lo que no puede, uno a quien le es imposible retirarse el disfraz.

En esto sí han demostrado la gran mayoría de los ciudadanos una diferencia a hace apenas seis años, en 2012, cuando el PRI tenía asegurado su retorno a la presidencia luego de apenas dos sexenios fuera. Nos llevó una generación a los mexicanos entender a cabalidad la fuerza del voto, la importancia de una elección, un duro aprendizaje para un país que pasó generaciones enteras en una vida monopartidista, de régimen hegemónico.

Primera cita
(El 2) El día después es una iniciativa ciudadana impulsada por los cineastas mexicanos ganadores del Óscar —Iñárritu y Cuarón—, y el actor Diego Luna, que convoca a la reconciliación del país al día siguiente de la elección, el 2 de julio. Se trata, dicen en sus mensajes, de adaptarse a una nueva realidad y conciliar las diferencias.

Además plantea 12 compromisos ciudadanos para el siglo 21: Paz y tolerancia, no al racismo, crítica a los gobierno, no a la corrupción, combate a la desigualdad, inclusión de los pueblos indígenas, igual de género, respeto a las preferencias sexuales, solidaridad con los migrantes, apoyo a la educación, respeto al ambiente y defensa a la libertad de expresión.

Hasta dónde tendrá alcances esta iniciativa es imposible anticiparlo, pero se suma a otras muchas que desde el espacio meramente ciudadano se han impulsado y en esa premisa radica su valor (PUNTO)

Columna publicada el 24 de junio de 2018 en la edición 804 del semanario Ríodoce.

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