Faltan tres semanas para el día de la votación. Todo parece decidido en la elección presidencial. Nada más aburrido que anticiparse a un anticlimático final. Cierre de aburrimiento será la llamada elección histórica, la más grande de todos los tiempos por el número de funcionarios a elegir.
Meade está desinflado, él mismo pregona su derrota con un insulso spot donde anticipa el triunfo de una candidata al Senado por Morena, “Andrés Manuel, queda en tu conciencia”, reza. Ricardo Anaya recibe otro gancho al hígado con una grabación que niega, donde un empresario especifica la ruta del dinero para fondearse —real o falso, el golpe está dado.
Todavía queda un tercer debate entre los contendientes, pero igual será de trámite. A estas alturas Ricardo Anaya tendría que noquear a López Obrador, de una manera contundente, tipo Julio César Chávez en el round 12 a 17 segundos del final contra Meldrick Taylor. Tendría que salir un original conejo de la chistera, distinto al Peligro para México, o que seremos Venezuela, el voto útil… y demás.
La campaña se muestra en un impasse de bostezo. Demasiado larga ha resultado, y demasiado pronto se anticipó el final. Cuando las cosas marchan bien, resultan incluso a pesar de uno mismo. Por eso ni López Obrador pudo destruir a López Obrador. En contraste, cuando un chivo entra en una cristalería por más que intenta detener el quebradero sigue estrellando ceniceros y botellas.
Con Meade nada resultó: ni fue ciudadano, ni fue militante. Ni su facha de niño nerd sirvió, terminaron confundiéndolo con Ñoño. Igual con Anaya, ni el Frente de (casi) todos contra AMLO, ni el voto útil, ni sumar en la recta final a los seguidores de Margarita Zavala resultará.
Conocer el final de este episodio no quiere decir que la historia ya no interese. En Crónica de una muerte anunciada, García Márquez anticipa la muerte del protagonista desde el arranque. No hay incertidumbre en el final, pero lo mejor está en el desarrollo de la historia. En lo que estará ocurriendo a cada momento.
Margen de error
(Sonríe) Andrés Manuel López Obrador necesitará para el cierre más que audacia verbal para crear jingles como el de Ricki Riquin Canallin. O el de abrazos, no balazos. Desde hace meses que apela a la sonrisa de los ciudadanos ante el triunfo, luego de 18 años en campaña permanente.
López Obrador cayó y se levantó en todo ese tiempo. Desde el 2006, cuando tomó la avenida Reforma acusando el fraude electoral, y todos pensaban que sería su sepultura. Hasta ese recorrido persistente por cada municipio del país por años.
Pero estar en campaña no es igual que gobernar. Predicar está muy lejos de actuar. El análisis de la coyuntura del país no se resuelve con buenos deseos.
La agenda de pendientes del país es amplia, el rezago en muchos de esos pendientes es abrumador: corrupción —¿Cómo? ¿Por dónde empezar?— pobreza, inseguridad, salud…
Mirilla
(De lo perdido lo ganado) Hay un final conocido de antemano, pero esta historia tiene más de un final:
El PRI esta avocado por rescatar algo del naufragio, más que intentando conservar la presidencia.
Diputaciones, Alcaldías, cualquier trinchera servirá para los próximos seis años. Las encuestas revelan una catástrofe mayúscula para el partido invencible por casi un siglo, el que han dado por muerto desde hace décadas y que tuvo el tamaño de volver a la presidencia.
El PAN cedió mucho en el camino a los partidos del Frente y tendrá que sobrevivir en los tamaños de hace décadas, cuando era una oposición de campañas aguerridas pero sin espacios.
Por lo que respecta al PRD, podría estar al borde de la extinción. Entre la desbandada a Morena y las alianzas, ese sol quedará calcinado.
Movimiento Ciudadano en cambio, podría ser una verdadera fuerza solo con los resultados de Jalisco.
Morena es una incógnita. Es normal que los partidos en el ejecutivo busquen el control de sus fuerzas en los otros poderes, en concreto en el legislativo. El PRI lo hizo muchos años, y lo que sí se resuelve de la incógnita de Morena es que con López Obrador no será la excepción.
Deatrasalante
(Fox) En el cambio de siglo Vicente Fox iba construyendo la idea de que el PRI no era eterno y de que sacaría víboras prietas, tepocatas y quien sabe qué más reptiles de Los Pinos.
El 17 de marzo del 2000, en un mitin multitudinario de Culiacán, la tierra del aspirante presidencial del PRI Francisco Labastida, atacó directo al ex gobernador Antonio Toledo Corro. Gritó en la calle Álvaro Obregón, ante cuadras y cuadras de simpatizantes: Me pediste nombres (Juan Millán, entonces gobernador), pues ahí te van. Antonio Toledo Corro, descarado jugando con el narco Félix Gallardo”.
Ruidoso siempre, Fox se llevó las portadas de todos los medios con la acusación de narco a un ex gobernador del PRI. Luego Toledo demandaría a Fox, pero ante la contundente derrota del PRI ni quien se acordaría de la denuncia por difamación, infamia y calumnia.
Hace apenas 18 años. Fox ya fue presidente y desde hace seis años es uno de los impulsores de los aspirantes presidenciales priistas, no panistas. Peña Nieto en su momento, y ahora José Antonio Meade.
Fox ya no es aquel candidato que arengaba: “si me paro empújenme, si retrocedo mátenme”. Cada vez que lanza un tweet contra López Obrador, su enemigo político desde aquellos 2000, le reprochan hasta la falta de un acento. Perdió el brillo, la entereza, y sobre todo se gastó la credibilidad. (PUNTO)
Columna publicada el 10 de junio de 2018 en la edición 802 del semanario Ríodoce.