Los asesinos… impensable y aterrador

FOTO: CUARTOSCURO.COM

Al periodista Javier Valdez lo mandó asesinar el narco Dámaso López porque la información que se publicó sobre él y su hijo revelaba el lado que pretendían ocultar. Le era incómoda. El narco aludido, Dámaso, recorrió una larga lista de puestos en materia de seguridad —desde ministerial hasta jefe de custodios en un penal de máxima seguridad— hasta llegar a socio en la principal organización delictiva en México.

A los tres estudiantes de cine en Jalisco los disolvieron en ácido porque estuvieron haciendo una tarea en la casa donde los de Nueva Generación esperaban a un narco contrincante para matarlo. No entraron a la fuerza a la casa, se las había prestado la tía de uno de los miembros del equipo; nada tenían que ver con el narco que esperaban, pero a pesar de que en algún momento supieron eso, los asesinaron.

Apenas dos pinceladas para describir a un México atroz, incomprensible. Un país que multiplica sus historias, una peor que la anterior. Donde nadie parece inmutarse.

El cineasta recién galardonado con el premio Oscar, Guillermo del Toro —por casualidad además jalisciense— lo dijo mucho mejor y con menos letras: “Las palabras no alcanzan para entender la dimensión de esta locura. Tres estudiantes son asesinados y disueltos en ácido. El por qué es impensable, el cómo es aterrador”.

Sí, impensable el crimen de Salomón Aceves, Marco Ávalos y Daniel Díaz, los tres aprendices de cineastas filmando en una casa prestada. Igual a la de otros miles más en este periodo de violencia en México, que también tienen nombre y apellido. El cómo sucedió es aterrador, como escribe Guillermo del Toro: Son privados de su libertad, trasladados a una casa de seguridad, posiblemente interrogados para después asesinarlos y meterlos en un recipiente con ácido donde desaparecerán por completo.

Impensable y aterrador lo que ocurre aquí, a nuestro lado, con nuestros vecinos, conocidos, y los seres queridos. Desde hace mucho tiempo las palabras dejaron de alcanzar para entender esta locura en que se hundió México.

Margen de error
(Asesinos) Las declaraciones ministeriales en la investigación del asesinato de Javier Valdez señalan que una de las retribuciones por cometer el crimen fue una pistola con el rostro de los autores intelectuales en las cachas. La célula integrada por tres sujetos, conocidos y de confianza entre sí, actuó como suelen hacerlo a quienes se les encarga el trabajo del día. Sin más.

Mientras esto se escribe y después mientras se leerá, grupos como los del Koala y el Diablo —dos de los tres que asesinaron a Javier Valdez la mañana del 15 de mayo de 2017— rondan las calles de las ciudades, salen con la agenda de trabajo enviada por los jefes que deciden vidas y muertes, y algunas veces vuelven con vida para la siguiente jornada. Normalizada la situación, el resto fluye sin contratiempos.

La autoridad: policías, ministerios públicos, alcaldes, gobernadores, jueces, están rebasados porque son otros quienes se mantienen apoderados de pueblos y ciudades. Una horda al servicio criminal que igual monta a vigilantes en las calles, que infiltra a las fuerzas armadas y a las policías locales. Que siembra el miedo en un vecindario y hasta en una ciudad entera. Que se apodera de un antro, de un restaurante, de una calle o una plaza.

Mirilla
(A correr) Los días siguientes al asesinato de Javier Valdez, la célula que integraba el Diablo —Luis N— y el Koala —Heriberto N— participaron en otros enfrentamientos armados y asesinatos. Aunque tenían los días contados porque pasarían de perseguidores a perseguidos, debilitados por la aprehensión de Dámaso López padre.

El segundo al mando, el hijo de Dámaso, terminaría por buscar el refugio con los americanos y la protección del sistema que permite arreglos judiciales a cambio de información —y sobre todo dinero—. Al garete la célula, el Diablo, el Koala y el jefe de ellos, terminarían desperdigados, sin ninguna protección y como siempre estuvieron aunque no lo sabían, dejados a su propia suerte.

Primera cita
(El fondo) La primera gran mentira que busca tranquilizar a los incautos es que algún día se tocará el fondo. Y es mentira porque el fondo no existe, siempre se presentará una caída más profunda, una visita a los infiernos.

Todos los días ocurren en este país demostraciones de que la caída al fondo parece no tener fin. El nuevo episodio se llama Los tres estudiantes de cine de Jalisco (PUNTO)

Columna publicada el 29 de abril de 2018 en la edición 796 del semanario Ríodoce.

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