Zopilotes en todos los tiempos

 

Cuenta Paco Ignacio Taibo II que una plaga de zopilotes invadía Ciudad de México en febrero de 1913, los días previos al episodio que ahora conocemos como la decena trágica. Pocos lo sabían, pero Francisco Madero tenía los días contados por una conspiración de la que el Presidente no hacía caso: las aves carroñeras se iban apropiando de la capital. Madero y el vicepresidente Pino Suárez serían asesinados, y en la presidencia se impuso al borracho de Victoriano Huerta. Todo terminaría para volver a empezar, porque una vez asesinado Madero, el país entero se envolvería en una Revolución verdaderamente sangrienta, incomparable con los acontecimientos previos para echar a Porfirio Díaz. Fue más fácil acabar con una dictadura de 30 años, que poner de acuerdo a los generales ganadores de la Revolución.

Un siglo después, los zopilotes no dejan de rondar la historia de México, siguiendo con la metáfora del escritor e historiador Taibo II.

La lucha por el poder es encarnizada siempre, pero en algunos momentos lo es en grado superlativo. La contienda presidencial de 2018 en México no es solo un enfrentamiento electoral entre tres —o dos— diferentes proyectos, se trata de un impresionante reacomodo de fuerzas políticas y económicas, de las élites que buscan conquistar el poder o mantenerlo a costa de todo. La historia siempre ratifica que es en las coyunturas históricas cuando se amasan las fortunas, se concentra el poder, y cada quien se va ganando su lugar a base de sangre y dolor.

Lo que se ve por encima es una guerra que parece virtual, breves mensajes en twitter que suenan inofensivos donde Anaya acusa a Meade, y el #Yomero le aplica el sarcasmo a aquel, donde López Obrador se muestra ingenioso y amoroso. Pero soterrado, abajo, en las entrañas, la pelea es a muerte.

Margen de error
(Lugar 135) Si la lista se lee al revés, México está entre los 50 países más corruptos del mundo en el Índice de Percepción de la Corrupción, que elabora desde hace 25 años Transparencia Internacional: México obtuvo 29 puntos de 100 posibles, se ubica en el lugar 135 de 180 países, donde se aplica una batería de preguntas para conocer qué piensan los ciudadanos sobre el nivel de corrupción de sus gobiernos.

Como la novedad no está en el lugar que ocupa México en el ranking más confiable hasta ahora sobre el nivel de corrupción, y cada vez que se publica apenas si se mueve, las lecturas del informe deberían estar en otro lado. Si la corrupción es ancestral en México —y hasta cultural infirió el Presidente Peña—, quién puede tener ánimos para emprender una lucha eterna.
En México se está construyendo un Sistema Anticorrupción Nacional, se están armando réplicas en estados y después hasta en municipios, pero ese gran sistema igualmente podría derrumbarse si se mantiene este ánimo de que la lucha contra la corrupción es una guerra perdida aun antes de enfrentarla.

El filósofo Gabriel Zaid propuso hace tiempo la necesidad de elaborar un mapa de la corrupción que permitiera focalizar los esfuerzos e ir ganando pequeñitas batallas, las más simples que sirven para fortalecer un perdido ánimo. Es decir, exactamente al revés del dicho de que las escaleras se barren de arriba hacia abajo.

Cuando en Sinaloa se están repartiendo los nombramientos para el Sistema Anticorrupción, bien valdría conocer cuál será la estrategia, a donde va, y si dentro de 25 años México se convertirá en un caso de éxito o seguirá rezagado.

Deatrasalante
(Desplazados) En febrero de 2012 casi 300 familias abandonaron sus casas y pueblos de la zona central de la sierra de Sinaloa, por la amenaza de guerra entre bandos del narco. Familias enteras salieron despavoridas porque de boca en boca se iba desperdigando la amenaza que se confirmaba de bala en bala. La autoridad debió darse cuenta antes, pero históricamente las montañas de Sinaloa son un área donde el Estado ejerce el control solo de manera parcial y a veces ni siquiera eso. Había que buscar un sitio seguro, y los pueblos no lo eran. Fueron cayendo en grupos a las ciudades del valle de Sinaloa, como refugiados en casas prestadas, apretujándose con familiares o conocidos.

Los arreglos del pasado no funcionaron más, y la sierra también se fue invadiendo por zopilotes. Unos y otros se apropiarían del territorio a fuerza de balas, amenazas y sangre.

Seis años después poco o nada cambió. Las familias no pudieron regresar porque las condiciones de seguridad no se recuperaron, aunque los bandos del narco hayan acordado repartición de territorios, como dueños de vidas.

La Comisión Nacional de Derechos Humanos tardó dos años en escuchar los ruegos de los desplazados y en junio de 2014 escuchó testimonios, pero al incursionar a la sierra los enviados se devolvieron asustados. Tardaría otros tres años en emitir una recomendación al gobierno, especificando las acciones que debía tomar. Para entonces los funcionarios ya habían cambiado, y quienes estaban en la administración de Malova gozaban de cabal salud en sus casas.

Con Quirino Ordaz no varió mucho la situación. Aunque atendió la recomendación de la CNDH, es decir aceptó oficialmente los términos, la maquinaria no se mueve para la ayuda a tiempo a los desplazados (viejos y nuevos, porque el año pasado fue en Concordia donde huyeron las familias). Gobiernos van y vienen, capos mueren y nacen, pero los desplazados de la guerra del narco no pueden volver a sus pueblos (PUNTO)

Columna publicada el 25 de febrero de 2018 en la edición 787 del semanario Ríodoce.

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