Es curioso que Beto Gómez (excelente Puños rosas, 2005; exitosa Salvando al soldado Pérez, 2011) y Alejandro Speitzer, director y protagonista, respectivamente, de Me gusta, pero me asusta (México/2017) sean sinaloenses y el filme termine siendo uno que contribuye, en gran medida, a reafirmar el estereotipo erróneo que se tiene de las personas originarias del Estado: que son de rancho y portan sombrero, inferiores, incultos, menos preparados, que no viajan, no conocen el mundo, no escuchan otra música que no sea regional, contrario a lo que sí son y hacen los de la Ciudad de México.
Luego de que un pretendiente le roba algunos muebles, como ultimátum, Claudia (Minnie West) escucha de su papá (Hernán Mendoza) que, si no comienza a trabajar en la inmobiliaria de la familia, le quitará el departamento en el que vive con dos amigos, en la Ciudad de México, por lo que la chica acepta la cartera de lugares para renta.
La primera llamada que Claudia recibe es la de Brayan (Alejandro Speitzer), un chico sinaloense al que su padre, también, recién le dice que debe dedicarse al negocio que han hecho los suyos por generaciones, pero ahora en la capital del país, a donde irá junto con su padrino (Héctor Kotsifakis).
El joven no solo renta la enorme casa de seis recamaras y con alberca en la que vivió Pedro Infante y paga por adelantado un año, sino que, para sorpresa y agrado de Claudia, se hace de otro predio para la sucursal de la empresa.
Aunque sus intereses y formas de vida sean muy distintos, los jóvenes no perderán de la oportunidad de conocerse más allá de los negocios y encontrar gustos comunes.
Me gusta, pero me asusta muestra varios aspectos que no corresponden al contexto sinaloense, ni al tiempo que se vive: en el Estado no se dice “bien mucho”; sí se escucha mariachi, se toca en algunas fiestas, pero si ya va haber un género regional, será por antonomasia la banda; salvo que sea por trabajo, nadie viste de charro ni como mariachi; la ropa que usan los sinaloenses de la cinta, para nada la portan los originarios de este lugar de ahora, posiblemente, sí en los setenta y ochenta; si bien es muy mexicano, el mole no es sinaloense… lo más coherente de la película es la machaca con huevo y que la gente oriunda del Estado y del norte, en general, es franca, dicharachera, imprudente e impulsiva.
Entiendo que, en el afán de hacer creer que Brayan y su familia se dedican a cierta actividad ilícita, se muestre a un sinaloense arrogante, egocéntrico, capaz de sacar sus pacas de billetes para pagar de inmediato y al contado cualquier cosa sin importar el precio; de llegar a un lugar exclusivo al que logra entrar y cambiar de música, sobornando; y que porta armas y resuelve sus problemas “levantando” gente, pero si al final se aclara que el negocio es otro, entonces ese comportamiento no corresponde a los sinaloenses, en general.
Hubiera sido interesante que se mostrara el verdadero contexto de esta región, de música de tambora/banda, ganaderos de oficio, no de espectáculo, que para celebrar comen barbacoa, frijoles puercos y sopa fría, y sí imprudentes e impulsivos, pero no ignorantes que resuelven todo con dinero y pistola. Vaya a verla… bajo su propia responsabilidad, como siempre.