El tiempo pasa y marcha en contra de la exigencia de justicia. Se cumplieron cien días del asesinato de Javier Valdez y en las fiscalías, la estatal y la federal, solo hay mutismo, evasivas, líneas agotadas que nunca condujeron a nada, horas-hombre y recursos dedicados a líneas falsas —tal vez premeditadamente distractoras—, tecnología que emociona pero que al final no aterriza en ninguna parte.
Hace 40 días, el titular de la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos contra la Libertad de Expresión (FEADLE), Ricardo Sánchez Pérez del Pozo, se comprometió, ante Ríodoce, la familia de Javier y el representante en México del Comité para la Protección de Periodistas (CPJ), Jean-Albert Hootsen, a dar una conferencia de prensa conjuntamente con el fiscal de Sinaloa, Juan José Ríos Estavillo.
Solicitamos, y así se aceptó, que ésta fuera en Ciudad de México, para que tuviera una mayor cobertura. En ella, se acordó, se darían a conocer avances de las investigaciones y Sánchez Pérez del Pozo asumiría públicamente la responsabilidad de la investigación. (Porque en los hechos es lo que ha ocurrido, que la fiscalía estatal solo está actuando como coadyuvante).
Pero ni una ni otra cosa ocurrió. En reuniones posteriores que tuvimos con la FEADLE, se nos informó que no tenía caso realizar la conferencia de prensa porque esto podría echar abajo los “avances” de las investigaciones. Se nos dijo también que las líneas que se habían abierto —por necesidad— y que tenían qué ver con la vida personal de nuestro compañero, se habían agotado, sin que se encontrara relación alguna con el crimen.
Otra línea a la que se le invirtieron recursos y semanas de trabajo fue la que se abrió con las insólitas declaraciones de un tipo que dijo que a él le habían pedido que matara a Javier y que había una lista de periodistas que también serían asesinados. Esto originó que la FEADLE lo llamara a declarar y que a partir de esto se le diera seguimiento a los datos —nombres, domicilios, apodos— que ofreció, pero que al final de cuentas no arrojaron ningún resultado relacionado con el crimen del periodista.
La parte “científica” de la investigación tampoco arrojó gran cosa. Se crearon expectativas a partir de los primeros datos que arrojó el seguimiento de mensajes y llamadas en todo Culiacán horas antes, durante y después del crimen de Javier. Se habló de millones de datos que se cruzaron y se fueron depurando hasta ubicar un puñado que al final tampoco les condujo a nada o a casi nada.
Así, a la vuelta de cien días, las fiscalías siguen guardando silencio. Y lo hacen porque no tienen pistas sólidas sobre los asesinos de Javier. Y porque temen enfrentar a un gremio que, saben, no se va a quedar con los brazos cruzados. El fiscal de Sinaloa nos pidió tiempo para darnos información. Dos meses —recuerdo que nos dijo— para elaborar al menos la teoría del crimen: quiénes lo mataron, quién ordenó el crimen y por qué. Pero ya vamos para cuatro meses y él ni siquiera está en condiciones de decirnos nada porque le fue arrebatada la investigación.
Pero ni uno ni el otro. Y entonces nosotros nos preguntamos qué vamos a hacer, qué otros caminos explorar. Se nos ha propuesto que se integre un grupo de periodistas nacionales y extranjeros que venga a Sinaloa a realizar una investigación propia y lo estamos valorando. También la posibilidad de pedir la intervención de organismos internacionales que coadyuven en la investigación. Y mantener la protesta en las calles y la exigencia de justicia. Con el mismo coraje, con el mismo dolor, sin darle cabida al desánimo y al olvido, con inteligencia. Las formas de lucha son infinitas.
Bola y cadena
¿QUE SI NOS HACE FALTA JAVIER VALDEZ? Claro que nos hace falta el compañero de redacción, el amigo, sus apapachos, sus chistes con chiste y sin chiste y sus leperadas, sus risotadas, su pan de los viernes y más tardecita su “salud” con tequila. Y sus bolsas de café cada vez que salía de viaje y brindar con él los martes en El Guayabo. Y sus malas yerbas. Pero sobre todo le hace falta al periodismo nacional, esa mirada tan peculiar sobre uno de los fenómenos más destructivos de la humanidad en la época moderna y como se expresa en nuestras calles, en nuestras ciudades y pueblos, en nuestras familias.
Sentido contrario
MIENTRAS, EN MÉXICO SE SIGUE matando a los periodistas. La semana pasada le tocó a otro compañero de Veracruz, Cándido Ríos Vázquez, asesinado a balazos mientras platicaba con un ex inspector de policía. El Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas le había proporcionado algunas medidas, pero no fueron suficientes. Fue acribillado. Horas después, otro periodista, Humberto Padgett, fue agredido en Ciudad Universitaria de la UNAM, con golpes de pistola en su cabeza por un grupo de vendedores de droga al menudeo sobre los cuales realizaba un reportaje. Y días antes vimos con pavor las amenazas contra Héctor de Mauleón, un periodista y escritor que ha estado escribiendo sobre las bandas criminales en Ciudad de México. Un país, pues, el nuestro, en manos de la criminalidad.
Humo negro
POR ESO ES URGENTE QUE LOS PERIODISTAS desarrollemos nuestras propias formas de protección, como lo están haciendo los colegas en otros países del continente. No es que vayamos a liberar al estado de su responsabilidad de proteger el trabajo periodístico, pero es evidente que lo que ellos hacen no es suficiente. Protección física, jurídica, laboral, legal, sicológica. Protección. El periodismo es ahora, hay que reconocerlo, un oficio de alto riesgo.