Los reyes de un pueblo que no existe

picachos

Es el título de un documental que se presentó durante el Festival Internacional de Cine de Guadalajara 2015, la semana que acaba de concluir. La directora es Betzabé García, una joven  mazatleca que documentó a través de muchas horas de grabación y entrevistas la historia de San Marcos, un pueblo donde vivieron alguna vez 300 familias y ahora solo viven en el tres de ellas que en realidad son tres parejas más un hijo, o sea siete personas: Pani y Paula que regentean la tortillería y en los tiempos libres se encargan de cuidar la iglesia abandonada “porque lo asumimos cuando nos salvamos de que nos mataran la gente de arriba”; Yoya y Jaimito, que con la alegría de la gente del campo llevan la vida y sus miedos.  “Las almas en pena no las puedes lazar tú, porque tú no eres Dios”, le dice Yoya a su marido. Miro y sus padres quieren irse pero no pueden, es grande el arraigo de la tierra. La nostalgia invade a Miro cuando en una canoa lleva tortillas a unas vacas que quedaron atrapadas en una isla de vegetación exuberante.

El desalojo de ese pueblo de casas grandes está asociada a dos fenómenos: La construcción de la Presa Picachos y la violencia criminal. El primero tiene que ver con esa obra de infraestructura hidráulica que ha sido motivo de una larga conflictividad entre los comuneros y el gobierno estatal.  En tanto, el segundo, con los grupos del crimen organizado que se han asentado en la sierra de Mazatlán y se han transformado en los amos y señores de la región. Ambos han provocado el fenómeno de los desplazados por la Presa Picachos que se han ido al puerto o a los nuevos centros de población ubicados alrededor del vaso de la presa.

Sin embargo, aunque esta historia es también digna de contarse por sus componentes políticos, el equipo que encabeza Betzabé García enfocó su interés en esos “reyes” que contra viento y marea permanecen y es muy probable que mueran en el pueblo. Están ahí con sus recuerdos y alegrías. Sus miedos y pesadillas. Sus pobrezas y necesidades. La exuberancia de la hierba y las noches estrelladas.

Pero, ante todo, están ahí con la mirada franca y esa sonrisa grande con la que se espera un futuro que no existe. Dice doña Yoya, una de las tres mujeres, que el día que llegue la muerte solo “le pido a dios que sea rápido pues no tenemos dinero para sufragar los gastos de una enfermedad larga”. Mientras eso ocurre, todos los días se levantan con el ánimo de consumirlo en las actividades de la casa y las charlas interminables, todas ellas llenas nostalgia de un tiempo mejor, menos solos.

San Marcos es hoy un pueblo fantasmagórico con ligeros ecos rulfianos. En esas calles solas deambula un burro en primavera incapaz de saciar su naturaleza y un perro que se le acabó el ladrido. Unas gallinas que se alimentan del grano de unas mazorcas desgranadas. Una extraña música producida por unos jóvenes le da con el sonido de sus instrumentos un destello de alegría mortecina al documental. Unos muros agrietados por el tiempo y el olvido de sus antiguos pobladores. Una tempestad que encuentra a Jaimito en su caballo, envuelto en un plástico, mirando estoico la nada entre el agua torrencial.  O quizá sí, recordando otro tiempo, el de las fiestas del día de las madres.

Betzabé García, al optar por una beca para hacer esta película, cumple con un ritual de los cineastas mazatlecos en su lucha contra el olvido, recuperar una historia crisol como antes lo hizo Roberto Rochín con su cortometraje Ulama, el juego de la vida y la muerte, que narra la vida de esos campesinos de pueblos también olvidados que siguen manteniendo ese juego milenario con una extraña combinación de tradición, placer y apuestas, o la película nostálgica de Oscar Blancarte Entre la Tarde y la Noche, de la escritora que vuelve a Mazatlán tras treinta años de ausencia, o las que dedicó a la obra teatral de Oscar Liera: El Jinete de la Divina Providencia y Dulces compañías.

Sin embargo, la película de Betzabé García tiene un toque especial, pues recupera una historia del Sinaloa profundo que resulta necesario contar, tanto por las resistencias colectivas como por las individuales, que ha provocado la construcción de la Presa Picachos y los zarpazos violentos del narcotráfico que sigue sacudiendo al estado de los once ríos.

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