Podrido

NORMAL DE AYOTZINAPA. Escuela de Lucio Cabañas.
NORMAL DE AYOTZINAPA. Escuela de Lucio Cabañas.

Al Bobadilla, preocúpate cuando El Ñacas sea bienvenido.
(Guerra en el paraiso) La historia del estado de Guerrero “es la historia de los muertos a la mala”, dijo el sociólogo Armando Bartra —muchos años antes del asesinato y desaparición de los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa—, “de los caciques, de los héroes trágicos, esta idea de que los guerrerenses no mueren de muerte natural… es un camposanto de muertos a la mala que penan por su afán libertario.” Bartra, se refería entonces a la guerrilla de Lucio Cabañas, asesinado en la sierra de Guerrero por el Ejército mexicano después del secuestro de Rubén Figueroa, pero quedan exactas ahora, hoy.
La vergüenza de este podrido episodio de México ya lo equipara Human Rights Watch con la matanza de estudiantes en 1968, de ese tamaño es ya el asunto cuando apenas se sabe una pequeña parte de lo que sucedieron aquellos últimos días de septiembre hasta hoy.
Mientras más se sigue la enredada madeja, más se descubre que la muerte y desaparición de los normalistas de Ayotzinapa embarra a todo el sistema político: un Alcalde ligado al narco, aprobado por partidos nacionales —PRD, PT y Movimiento Ciudadano—, mantenido por la estructura estatal de Guerrero, nunca investigado por la PGR; Jesús Murillo Karam fue informado del caso aun cuando no existiera denuncia, el presidente Peña en un selfie con él, decenas de policías armados y ligados a un grupo de narcos con todo y evaluación de control y confianza, al Ejército por un testimonio de un alumno que asegura que militares los tenían ahí ubicados en la balacera y en ningún momento los protegieron.
La lista de lo ocurrido en esa escuela normal rural de un pueblo perdido en la sierra de Guerrero es larga:
1988, un policía estatal asesina a tiros al estudiante Juan Manuel Huikan.
1997, desalojan violentamente a unos normalistas que tenían bloqueada la avenida del palacio de gobierno, en Chilpancingo. Días después los policías ministeriales estuvieron persiguiendo estudiantes y encarcelándolos. Y desalojos similares se dieron en el sexenio de René Juárez.
2011, dispersaron a tiros una marcha por la autopista del Sol, en donde murieron Gabriel Echeverría de Jesús y Jorge Alexis Herrera Pino, estudiantes ambos. Dos ministeriales pasaron solo un año en la cárcel por el delito, y luego liberados.
Se ve débil la respuesta del gobierno federal: formadito todo el gabinete de seguridad debería estar no para presentar a Vicente Carrillo, sino para explicar lo que hasta ahora se tiene en la investigación del asesinato de seis estudiantes y la desaparición de 43. Reconstruir lo que pasó en la última década es de prioridad.
MIRILLA
(Ñacas) El Bobadilla se agüitó pero él mismo resolvió el asunto. De habérselo encargado a El Ñacas y a El Tacuachi, sicarios a la orden, esto quien sabe cómo hubiera acabado. La negativa de COBAES a exponer sus cartones, pese a que ya lo habían invitado, sí se convierte en censura porque desde la institución educativa se emitió un juicio y un dictamen sobre la obra, reprobando una parte de ella. Y esa es una de las definiciones de censura.
La segunda afirmación del COBAES en la respuesta oficial se refiere a que los contenidos no son afines a la filosofía educativa que inculcan en los jóvenes. Ese argumento es comprensible si se refiere al cartón El Profe, donde Bobadilla dibuja al hijo del Ñacas pidiéndole que tome medidas con su maestro de quinto año que lo reprobó. El Ñacas lo embosca pero antes de sacar la pistola lo reconoce, “Ingatuuu, el profe Julián”, dice. Con todo y bastón el profe lo toma de las patillas, le quita la 45 y lo pone de rodillas con ladrillos en las manos. Esa debe ser la filosofía que no comparte el COBAES, castigar a los alumnos.
El Ñacas tiene ganado un respeto como personaje en la línea de antihéroes. Como suele ser todo personaje de ficción exitoso, es ante todo verosímil, redondo, y hasta empático —incluso cruelmente simpático—. No es la pistola siempre a la mano sino la palabra, la frase certera de El Ñacas la que da el disparo final. Dicho en boca del propio Ñacas al Tachuachi: “No hay términos medios mi Tacuachi”, concluye luego de dispararle a un trovador que le cantaba una canción crítica y después de amenazarlo la recompone solo con halagos, “por lambiscón” y le dispara.
COBAES no tiene la obligación de exponer sus cartones si no lo quiere el director, pero tampoco tendría que censurarlos. Tiene una responsabilidad con una generación de jóvenes en Sinaloa, pero ninguno de ellos se volverá sicario por leer al Ñacas señor Juan de Dios Palazuelos.
DEATRASALANTE
(Lucio Cabañas) Nadie como Carlos Montemayor tejió documentalmente el episodio de Lucio Cabañas en Guerra en el paraíso. Noveló, imaginó una historia donde cada dato, personaje y testimonio son quirúrgicamente reales. Lucio Cabañas estudió justamente en esa Normal Rural Raúl Isidro Burgos, y luego de ser maestro en diversas poblaciones tomó las armas en el preludio del capítulo que conocemos en la historia como guerra sucia. Los municipios y poblados de la Costa Grande, en Guerrero, fueron los más asediados por la fuerza represiva del estado. Ahí emergió el movimiento del profesor Lucio Cabañas.
Luis Suárez escribió otra biografía del guerrillero y encontró unas grabaciones con la voz del propio Lucio: “Estábamos cansados de la lucha pacífica sin lograr nada. Por eso dijimos, nos vamos a la sierra…“nos metimos con los problemas… se creó el movimiento. Entonces se enojó Don Gobierno y nos mandó un montón de judiciales y nos hicieron una matanza el 18 de mayo (1967)”. Otra matanza en Guerrero de la larga lista, es en Atoyac, que empezó como una simple protesta por las cuotas exageradas de la directora de una primaria, la policía disparó directo y murieron cinco personas, entre ellas una mujer embarazada.
La voz de Lucio Cabañas es casi la de un niño, aflautada pero sin titubeos diría a finales de los sesentas: “Yo solito con otro éramos todo el movimiento armado en Guerrero”(PUNTO)

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