“Rastreadoras” encuentran 9 cuerpos. Hay más sepultados, suponen

 

Traspatio macabro

Tres meses antes, las madres con personas desaparecidas asociadas para su búsqueda en el colectivo conocido como “Las Rastreadoras” supieron que a espaldas de la ciudad había un nuevo panteón clandestino con una indeterminada cantidad de cuerpos.

Pese a tener indicios vagos, ellas no pudieron rastrear el lugar porque más información se fue agregando a su memoria de corto plazo, y fue quedando sepultada. En ese periodo de 90 días, al menos, tres búsquedas resultaron fallidas, y otras tantas positivas, según sus propios términos.

Pero el domingo 19 de noviembre, en lugar de descansar con sus familias, se reunieron para un día más de búsqueda, tal y como lo han hecho desde que se formaran, en 2015.

Con sus propios medios, armadas con palas, zapapicos, machetes y varillas se organizaron. Eligieron un lugar: a espalas de Urbi Villa del Rey, en donde les comentaron que había cuerpos sepultados, y además, meses atrás ya habían encontrado un cadáver, por lo que una corazonada les hizo un trayecto imperioso.

Llegar al lugar no era difícil ni accidentado, pues se encuentra justo atrás de la ciudad. Es como el traspatio de Los Mochis, que para mayor similitud, también es un basurero enmontado. El terreno es geométrico, casi cuadrado, no mayor a dos cuadras, unos 200 metros lineales. Se llega por dos vías. Ambas se desprenden hacia abajo del bulevar Centenario. Una es el bordo del canal Taxtes, hacia el sur de la ciudad, y la otra el bulevar Alameda. Hay que cruzar todo el caserío, hasta llegar a un camino de tierra que divide las parcelas sembradas de maíz, con el monte.

Ese corto e insípido cordón umbilical de tierra conduce al traspatio macabro. Para entrar al predio se puede hacer desde cualquier punto. No hay cercas que lo impidan, ni puertas que no lo permitan. Pero hechos por el hombre, hay dos brechas que acusan tránsito de aquellos que lo eligieron para tirar ramas, hojarasca, basura y hasta gruesos troncos de álamo, pero también por los sepultureros clandestinos que en las cajuelas de sus autos o en las cajas traseras de sus camionetas transportaban cadáveres, cuerpos de personas que desde entonces dejaron en la desesperanza a sus familias.

Una vez adentro hay que desplazarse con cuidado para no espinarse con cardos o pisar excremento de humanos, rodear los montones de basura y agudizar la mirada para descubrir aquello que parece intencionalmente puesto para ocultar algo.

Así, con la experiencia acumulada en decenas de búsqueda, las “Rastreadoras” se distribuyeron en el predio. En pareja o grupos de cuatro toman distintos rumbos. El primer equipo observa dos grandes piedras colocadas encima de ramas a medio secar. Lo toman como un indicio. Mueven las rocas con sus manos desnudas, pues lo que no tienen son guantes de carnaza para protegérselas. Quitan las ramas y descubren tierra removida. Escarban apresuradamente y hacen un agujero del que brota un olor nauseabundo. Desentierran huesos que les parece de humano, pero es aún incierto. Sacan más tierra, y descubren el esbozo de una osamenta. Se calman, rezan, y se refieren a él con palabras piadosas. Le ofrecen que tendrá una sepultura en donde su familia le llorará. Le dicen que ya no estará solo, que pronto descansará con los suyos, de los que nunca, nadie, ni policía ni matón, debió alejarlo nunca. Le preguntan qué fue lo que hizo para merecer ese destino. La osamenta no responde.

Cumplido el protocolo mortuorio, ellas llaman a servicios periciales de la Vicefiscalía de Justicia Zona Norte para entregar la escena del crimen. Llegan bravos, rabiosos, mal encachados, blandiendo sus fusiles, quitando a todos, amenazando con detenerlos si contaminan el lugar con sus pisadas. Los funerarios los siguen. Para ellos no hay ley. Se burlan del desconocido, desdeñan huesos, maldicen, amenazan. Son ellos, los desalmados.

Ellas que ya están curadas de espantos y no se inmutan ante los desplantes de los policías y peritos, mucho menos se amedrentan con los altaneros funerarios.

Toman distancia, agarran aire y se reorganizan. Pican aquí y allá. Y escarban. Nada encuentran, pero no se desaniman.

Ya se han separado unos 50 metros de la fosa clandestina con la osamenta, y los periciales ni en el mundo las hacen. Observan el lugar y descubren hojarasca. La retiran y ven tierra removida. Escarban, y unos huaraches aparecen. Ellas no lo saben entonces, pero adentro están dos cuerpos. Horas después y por versión de los familiares, sabrían que eran los del mecánico Marco Antonio “N”, de 50 años y de su acompañante, Manuel Salvador “N”, de 22 años, quienes fueron sacados de una casa el 17 de octubre pasado.

Están ahí calladas. Mudas. Caminan unos pasos, cuatro, a lo sumo, y ven más tierra removida. Escarban, y otro cuerpo aflora; se emocionan, limpian; más tierra removida, escarban, y el cuarto cuerpo sale a la luz; siguen, encuentran más tierra removida y el quinto cuerpo; continúan y encuentran el sexto cadáver; siguen, y de repente todo se calma. Ya no hay más.

Regresan sobre sus pasos y descubren que con las fosas se dibujó una media cara con una sonrisa macabra, un semicírculo cuya nariz es un arbusto.

Están cansadas y se han retirado. Han entregado las nuevas fosas a periciales. El trabajo se ha acumulado.

Ellas se retiran. Están en su relax, caminando sin rumbo, picando tierra sin buscar, por inercia. Se recargan en un álamo joven y observan ramas en un montículo, las quitan y ven polvo removido. Lo pican y desentierran unos calcetones. Luego un pantalón y descubren piel. Han encontrado otra tumba clandestina. Los periciales sacan dos cuerpos: un hombre y una mujer.

Ellas sabrían más tarde que eran los cadáveres de Blanca Sarahí “N”, de 34 años y de Sergio Alberto “N”, de 42 años, quienes desaparecieron el 7 de noviembre, días después de que fueron detenidos por la Policía Municipal y señalados de ser ladrones domiciliarios.

De los ocho cuerpos desenterrados en el traspatio macabro, las “Rastreadoras” ya tenían indicios firmes de la identidad de cuatro de ellos, y al pasar los días se enteraron que otros dos serían José Candelario “N” y Luis Daniel “N” , dos jóvenes que desaparecieron juntos.

Al día siguiente del hallazgo, el noveno cuerpo fue encontrado por policías que atendieron un reporte ciudadano.

Mirna Nereyda Medina Quiñónez, fundadora de la asociación civil “Desaparecidos de El Fuerte”, conocidas como las “Rastreadoras” dijo que regresan al predio porque están seguras que hay más tumbas clandestinas aún sin ser descubiertas.

Aseguró que los  números de desaparecidos en Ahome y El Fuerte son escalofriantes, pues tienen informes de 594 personas ausentes, de las cuales han recuperado 113 cuerpos y de ellos se han entregado 89 cadáveres a los deudos.

“Las cifras son irreales, porque todos los días siguen llegando mujeres a reportarles más y más desaparecidos. Ni nosotros, ni la fiscalía de justicia tiene el número de los desaparecidos”.

Dijo que sólo en noviembre se han reportado 22 casos.

Para ese momento, una mujer de El Fuerte reportaba el caso número 23, pues su hijo que era burócrata y que fue despedido por la alcaldesa, Nubia Ramos Salazar, se había perdido recientemente.

En calidad de desconocidos

Para la Vicefiscalía de Justicia en la Zona Norte, el caso del traspatio macabro es un misterio pues no han entregado ninguno de los cuerpos reclamados por los supuestos deudos. Para ellos, es requisito insalvable la prueba genética.

Y los números son también incongruentes, pues sólo en noviembre tienen 17 desaparecidos.

“Tema preocupante”

Álvaro Ruelas Echave, alcalde de Ahome, dijo que el hallazgo de las fosas al surponiente de la ciudad es “un tema preocupante” que se responderá con mayor coordinación institucional.

Manifestó su duelo y pesar con los deudos, y aseguró que estos ni el grupo de las “Rastreadoras” estarán solos porque “tienen el apoyo institucional y personal ante una situación tan dura”.

“Lo que ellas hacen es una labor ardua, pero loable, que debe ser respaldada”.

Complicidad, omisión, impunidad

Para el catedrático del derecho penal y Presidente del Colegio de Criminólogos del Noroeste, Leonel Alfredo Valenzuela Gastélum, el haber encontrado ocho tumbas clandestinas en la zona urbana de la ciudad confirma que es la delincuencia la que gobierna el municipio y que el Estado fracasó en sus políticas de combate y de prevención delictiva porque los resultados son nulos.

“Es evidente que la autoridad ha sido omisa y debe ser investigada como copartícipe y corresponsable de la ola criminal que nunca se ha alejado, sino que se ha mantenido; es evidente que la impunidad campea porque no hay investigadores eficientes, aunque existan en nómina porque son ineficientes; los resultados que maximizan en informes están fuera de contexto y de la realidad”.

Martín López Félix, abogado litigante y no alineado el gobierno, dijo que en Ahome hay una ejecución forzada de civiles por grupos criminales o de la autoridad que aplica una supuesta justicia sumaria, cuya sentencia es la ejecución, “aunque la pena de muerte está prohibida en el país”.

Se pronunció por una investigación a fondo que permita a las familias la justicia por la pérdida de su ser querido”.

Sin embargo reconoció que la justicia no se aplica como el papel lo señala, porque la carpeta de investigación debe iniciar con el hallazgo de las “Rastreadoras” y profundizarse para evitar que ellas sigan ‘trabajando’, “pero la autoridad es complaciente con el grupo, pue les facilita el trabajo.

El regidor Miguel Ángel Camacho Sánchez, secretario de la Comisión de Seguridad Pública en el cabildo de Ahome, dijo que los hechos en urbi villa deben investigarse a fondo, incluyendo a todas las policías que operan en el municipio. “Podemos hablar de una omisión cómplice”.

 

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