Acuchillarse a sí mismo

 

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Javier Valdez Cárdenas presenta su nuevo libro Narcoperiodismo

El proceso creativo para llevar a cabo una obra literaria puede variar, eso es un hecho. Puede tratarse de una historia de ficción o una novela de amor, quién sabe. Lo cierto es que el proceso para “asesinar a la página en blanco” tiene sus vericuetos.

Y Javier Valdez Cárdenas sale de su guarida donde manufactura su Malayerba. Está feliz porque dio a luz otro hijo: Narcoperiodismo. Javier bromea, saluda, procura por el café, ese que nunca debe faltar en la redacción. Luego se pone serio y explica algo que a uno no sólo lo pone a pensar sino que lo apasiona.

“Escribir estas historias, revisarlas, escucharlas de los compañeros, darles forma, contarlas, hacerlas con este formato de reportaje o crónica fue como acuchillarme también, reconocer mis heridas”.

Narcoperiodismo es la octava obra del periodista Javier Valdez Cárdenas, y en él, el tema que detona el drama son unas simples preguntas: ¿Quién ordena la ejecución del autor de una nota que nunca debió publicarse? ¿Por qué algunos periodistas trabajan para la delincuencia organizada? ¿Cuánto vale reseñar un muerto, una granada en las oficinas del rotativo?

Con el prólogo de Juan Villoro, la más reciente obra de Javier, explicada por sí mismo, no es sólo una denuncia o una historia contada desde adentro, sino un ejercicio de autocrítica, una autopsia en vida, o bien, como dijo el mismo autor, “acuchillarse a sí mismo”.

“Es revisar el periodismo que hago yo, que hacemos todos. Hacer a un lado los pulmones, ver la enfermedad por dentro, la podredumbre, mi mediocridad. Reconocerme, reconocer estas heridas, los sangrados, lo que funciona bien dentro de uno, dentro de uno hablando metafóricamente dentro del periodismo, de las empresas. Reconocer todo: reconocer limitaciones, padecimientos, nuestro enanismo, nuestro horizonte muy corto que tenemos en el trabajo pero también la esperanza, porque es un libro que mantiene también esperanza, de periodistas que quieren más, que no están de acuerdo con lo que está pasando, entonces también a eso me refiero, no sólo es verte frente al espejo sino escudriñar dentro. Diseccionar es la palabra, es la palabra que se usa y que me gusta mucho, diseccionarte por dentro, diseccionar al periodismo por dentro”.

Entonces la entrevista sale de control, de contexto. Cuando uno pregunta, las respuestas generalmente provocan más curiosidad. Tal vez sea una condición de la retroalimentación, y en este caso, hablar con Javier de su obra no se limita únicamente a explicar el por qué contar una historia, o varias, sino la reanudación de la curiosidad, del querer saber por qué, para qué.

—En el gremio hay vanidad, hay que reconocer que somos muy vanidosos. ¿No te generó conflicto eso? No contigo sino con los demás compañeros, porque no se usa mucho en el gremio criticar o digamos poner el dedo en la llaga en algunos temas que todos sabemos que estamos jodidos. En este caso, en el narcoperiodismo pues a pesar de que, digamos, estamos en la mata del tema, sí lo adolecemos mucho de repente.

—Fíjate que tienes mucha razón en el sentido de que somos soberbios, nos creemos muy chingones en lo que hacemos, en realidad no nos especializamos en nada y creemos saberlo todo, entonces hay cierta arrogancia. Esa condición yo siento que nos retrata como un gremio que no quiere autocriticarse, no quiere revisarse, no quiere reflexionarse, entonces no hay un reconocimiento sobre la corrupción, sobre la complicidad, sobre la mediocridad. Tú dices eso y se te echan encima, creo que hace falta ese ejercicio.

El libro, pues, no se remite a una lectura diseñada para reporteros y periodistas ya sean especializados en el tema o no, sino abierto a la sociedad. A crear esa comunión que una vez existió entre medios de comunicación y sociedad, ese puente que en un momento se comenzó a colapsar, y de ahí que el libro pueda ser disfrutado por la sociedad en general.

“Creo que ahora con más razón (la lectura por todo público) por la presencia del narco, por la clase política hija del narco en Veracruz, en Sinaloa, en Tamaulipas, en todos lados. Porque esto tiene una importancia social, porque no sólo es (Carmen) Aristegui, y qué chingón que tengamos a Aristegui y hay muchos aristeguis en el país, pero al buen periodismo de este país le falta sociedad. Entonces sí sería importante, fabuloso, brincar el cerco gremial del asunto de los medios para que trascienda al ámbito académico, político, social, educativo, un libro de este tipo. No porque sea bueno o malo, sino porque puede ser el punto de partida para un debate, para una reflexión, una autocrítica”.

Y en medio de una reflexión de Javier, la curiosidad revolotea otra vez: en México se habla de más de 100 mil personas asesinadas, 30 mil desaparecidos en el periodo de Calderón y otro tanto en lo que va de Peña Nieto, más 2 mil 300 desaparecidos en Sinaloa.

“O sea, esto ya nos incumbe a todos, nos está ahogando a todos, nos determina. Entonces, si ponemos en el centro de las historias a las personas, podemos darle dignidad a esto. Dignidad significa para mí que el muerto tenga nombre y apellido y se diga, en qué condiciones vivió, qué lo llevó a tomar esa decisión, o bien a jalar el gatillo, a recibir ese balazo o a buscar a los parientes desaparecidos, no sé… hay que contar el patio trasero, no solo conformarse con contar lo que se ve o lo que a unos les interesa que se vea, sino visitar la zona, las ruinas, buscar entre los escombros la vida, para mí eso es muy importante”.

Entonces llega un silencio momentáneo. Apenas transcurren unos segundos en silencio y éste se corta con la voz de Javier. Regala una última reflexión, esa de la que partimos todos los reporteros a la hora de buscar la nota, de contar la historia, una reflexión que provoca cuestionarse a sí mismo, a acuchillarse a sí mismo.

“Entonces eso sería dignificar el trabajo periodístico y también dignificar la relación con la fuente, con el medio, con el ámbito en este caso delictivo”.

 

 

 

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