Otro jueves negro en Culiacán: el monstruo solo sacó la cola, pero allí está

Otro jueves negro en Culiacán: el monstruo solo sacó la cola, pero allí está

Pasaban apenas la tres de la tarde cuando empezaron a circular versiones de un enfrentamiento entre fuerzas federales y narcotraficantes en la zona de Jesús María, tierra de los Chapitos, una de sus zonas de control y de resguardo, a pesar de que desde allí fue sacado a sangre y fuego Ovidio Guzmán López.

Si el gobierno entra por carretera a ese pueblo, será avistado por los punteros desde que sale de sus cuarteles y seguido durante todo el trayecto con el mismo descaro y la misma impunidad con que lo han hecho durante años, sin que nadie les diga ni les haga nada. Y entonces los narcos se esconden y dejan pasar, llegar, establecerse, incluso, como lo han hecho otras veces en las que hasta instalan puestos para trasquilar niños.

CULIACÁN. Ciudad desierta.

Pero si entran por Mojolo el resultado puede no ser el mismo. Deben salir de la ciudad por una carretera angosta llena de caseríos: la Palmita, la Nanchi, Los Ayales, Los Pochotes… De Mojolo a Paredones ya el camino es de pura terracería hasta llegar a Jesús María. El gobierno humanista no ha transitado por ahí.

El enfrentamiento fue en Los Peñascos, un pueblito que está enseguida de Paredones hacia el norte. No se sabe —porque nadie ha informado al respecto— si la Guardia Nacional estaba llevando a cabo un operativo dirigido contra alguno de los blancos de la FGR, o si el encontronazo fue circunstancial. Una camioneta de la Guardia Nacional, que iba de refuerzo, volcó cerca de Mojolo al toparse con “ponchallantas” y un militar resultó herido.

Se dijo que iban por el 27 o el Perris, encargado de la seguridad de la zona, pero fue mera especulación. También que habían detenido a un primo hermano de Ovidio y Joaquín, pero tampoco esto se confirmó.

AUTOS QUEMADOS. Las huellas de la violencia.

La especulación por las redes sociales, a las que medios locales y nacionales —algunos de estos de gran “prestigio”— le dieron vuelo, llegó al grado de afirmar que habían detenido a Iván Archivaldo Guzmán. Habían pasado horas y cuando la ciudad ya estaba en calma, por la noche, todavía se seguía transmitiendo la “presunta” detención del hijo del Chapo Guzmán y ahora líder de la organización.

Solo por trámite le pregunté a un contacto si sabía algo de eso y me dijo, “nombre, si se lo hubieran llevado ya hubieran quemado Culiacán”.


Y estuviéramos ardiendo todos. Por eso las declaraciones del secretario de Seguridad, el general Gerardo Mérida, a las cuatro y media de la tarde diciendo que todo estaba bajo control, pueden escucharse hasta con cierta compasión… por nosotros. Nada está bajo control cuando la cabina de mandos la tiene el narco. Diez minutos después de que se dio el enfrentamiento había al menos cuatro camiones ardiendo atravesados en distintos puntos de la periferia, todos rumbo al norte; y un bloqueo justo donde terminan las filas de moteles, donde mataron a Chalino Sánchez hace 32 años.

LOS BLOQUEOS. El narco asoma la cabeza

Estuvimos en la salida norte y los sicarios que resguardaban el bloqueo en los dos sentidos, con una pipa y un autobús AUS, se daban el lujo de pedir coperacha a las camionetas refresqueras pa’ calmar la sed, de fresa o de naranja, no importa, gracias.

No había colas porque los conductores solo daban vuelta en U y se regresaban a la ciudad. Y la carretera fue desbloqueada cuando los sicarios recibieron la orden de hacerlo, alrededor de las cuatro y media, no por la acción del gobierno.

POLICÍAS MUNICIPALES. Resguardados en el Centro.

Cobraba sentido, entonces, que alguien había sido detenido y ante la presión ejercida por los comandos del narco, como en el primer jueves negro, pero ahora con incipiente intensidad, éste había sido liberado.

Ni una patrulla de la policía municipal fue vista después de que inició la embestida de los narcos hasta entrada la noche porque recibieron la orden de guarecerse en sus cuarteles o agruparse en las calles del centro ¿y la ciudadanía indefensa?


Igual que en los otros culiacanazos, la ciudadanía quedó a merced de la violencia hasta por la razón de que el servicio de transporte se paralizó, los camiones se salieron de sus rutas y abandonaron a miles de culichis que tuvieron que caminar kilómetros para llegar a sus casas, mujeres, niños, ancianos.

No hay protocolos ni para eso a pesar de que ya son parte de nuestra jorobada realidad. En las escuelas los alumnos fueron prácticamente echados de las aulas —donde estarían más seguros—a las calles y los que traían vehículo atestaron las calles produciendo embotellamientos porque lo que querían era llegar a casa.

CULICHIS A LA DERIVA. El miedo en las calles.

El pánico caminando en tenis sobre los puentes de la ciudad, el pánico rodando por el asfalto, el pánico en las redes, en los teléfonos celulares, mientras el gobernador diciendo desde la Ciudad de México que “ya no hay nada, todo está en calma”.

Y sí, todo estaba en calma: los comandos del narco se habían retirado a sus guaridas después de poner de cabeza la ciudad. Otra vez, y ahora sin un rasguño.


Justo un día antes, un periodista alemán de paso por esta esquina del infierno, Jens Glüsing, de la revista Der Spiegel, me preguntaba si consideraba que podía ocurrir un nuevo culiacanazo. Le dije que sí y se lo expliqué con una metáfora que he usado otras veces. Culiacán es como si estuvieras en medio de un lago apacible con tu mujer y tus hijos en una panga, remando o tirando la piola, y de repente sale del agua un enorme monstruo que parece querer devorarlo todo.

MILITARES. Los patrullajes.

Aquí, le dije, la vida transcurre normal hasta que algo pasa. El jueves, enterándose por las redes de lo que estaba ocurriendo, me preguntó alarmado por chat ¿Crees que va a haber un nuevo culiacanazo o es una cosa esporádica que afecta más la periferia? Esto último, le dije: el monstruo solamente sacó la cola, pero allí está.

Artículo publicado el 01 de septiembre de 2024 en la edición 1127 del semanario Ríodoce.

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