Huyen decenas de miles de profesionales de la Rusia de Putin a Turquía

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El País.- La vida de la periodista Valeria Ratnikova, de 22 años, dio un vuelco en apenas cinco minutos. El tiempo que tardó en comprar un pasaje de avión de Moscú a Estambul.

“Tuve que actuar muy rápido porque apenas quedaban billetes”, relata. Empaquetó de prisa el equipaje, cerró la puerta de su apartamento y se fue hacia el aeropuerto. Atrás quedaban sus pertenencias y toda una vida. Y la duda de no saber si podrá regresar. “Ha sido una decisión muy dura. Jamás pensé en abandonar Rusia”.

Ratnikova terminó su carrera universitaria hace tres años y se presentó enseguida en Dozhd TV porque quería dedicarse al periodismo político y hacerlo en uno de los pocos medios autónomos respecto de las directrices del Kremlin que existían en su país. No fue fácil: el año pasado, este canal de televisión, como muchos otros medios y periodistas independientes, fue declarado “agente extranjero”, lo que implica que deben publicar sus contenidos bajo esa etiqueta, además de sufrir mucho más control por parte de las autoridades. “Nuestro canal era uno de los pocos que cubría la guerra en Ucrania de forma objetiva y nuestra audiencia creció mucho. Eso al Gobierno no le gustó, y a los seis días bloqueó nuestra web porque decían que publicábamos bulos. Lo cual es mentira. Al mismo tiempo aprobaron la ley que condena a prisión a quienes diseminen información no oficial; por eso decidimos irnos”, afirma.

Casi todos los medios independientes han sido cerrados y hasta 300 periodistas rusos han elegido la vía del exilio, explica otra periodista refugiada en Estambul que pide que no se publiquen sus datos. Por llamarle guerra a la guerra (en lugar de “operación militar especial”) pueden caer hasta 15 años de cárcel, más que por asesinar a alguien.

Valeria es solo una de las decenas de miles de compatriotas que han escapado de la Rusia de Vladímir Putin en las últimas semanas. Opositores rusos elevan esta cifra a 300.000. Desde el inicio de la invasión de Ucrania, en el país se han disparado las búsquedas en internet de términos como “emigración”, “vuelos”, “visados”, “asilo político”…

Los cerca de 50 aviones que aterrizaban diariamente en Estambul procedentes de Moscú, San Petersburgo y otras ciudades rusas se han ido reduciendo progresivamente a apenas 15: los operados por Turkish Airlines y alguna pequeña aerolínea rusa.

De ahí que los precios se hayan elevado hasta superar los mil 500 euros, en un momento en que el rublo ha perdido más de un cuarto de su valor. Aun así, los vuelos desde Rusia aterrizan en Turquía llenos de pasajeros desde hace semanas.

Lo mismo ocurre en los países vecinos que aún mantienen las conexiones aéreas: a Georgia han llegado varios miles de ciudadanos rusos, y en Armenia están aterrizando unos 6.000 al día, según un miembro del Parlamento. Y en Israel han aterrizado otros 2.000. Hay quienes están optando también por Asia o países del golfo Pérsico, pero Estambul ofrece una vida más asequible, según apunta una joven rusa, y buenas conexiones con Europa Occidental, objetivo final de muchos de estos emigrados.

Daniil, un técnico que trabajaba con organismos oficiales y temía por su seguridad en Moscú dada su participación en las protestas contra la guerra, denuncia: “Todo está cambiando muy rápidamente en Rusia. Después del día 24 de febrero nos despertamos en un país diferente. Cada día se aprueban nuevas leyes, cada vez más duras. Antes la represión era ocasional; ahora es masiva. Antes sabías que quizás podías terminar en prisión por tus ideas políticas, ahora sabes que vas a terminar en la cárcel, cien por cien seguro. Tenía miedo de que algún compañero me delatase por algo que he dicho o hecho”.

El temor no es infundado a tenor de los últimos discursos de Putin. El miércoles, el presidente ruso denunció a los “quintacolumnistas” que “viven mentalmente” en Occidente: “El pueblo ruso siempre será capaz de distinguir a los verdaderos patriotas de la escoria y los traidores, y escupirlos de la misma forma que se escupe un mosquito que accidentalmente te entra en la boca”.

El éxodo no es únicamente de periodistas o individuos significados con la oposición. Académicos, artistas, técnicos, programadores, diseñadores y otros empleados del creciente sector tecnológico también se han unido. Alexei Levinson, analista del Centro Levada de Moscú, explica: “Se trata de profesionales con un nivel educativo alto. Hay quienes se marchan porque se sienten en peligro debido a la situación política y quienes lo hacen por la situación económica”.

“Rusia”, añade Alexei, “está a las puertas de una situación económica muy mala. Debido a las sanciones, muchas compañías están marchándose o cerrando porque no pueden proveer servicios o mercancías. Y este déficit de profesionales va a empeorar aún más las cosas”. El que los dirigentes rusos califiquen de “traidores” a quienes emigran tiene como objetivo, según este analista, detener esta fuga de cerebros.

Anna, experta en marketing y empleada en una de estas empresas, relata: “En mi avión a Yereván estaba claro, por la pinta, que todo era gente de las tecnológicas y de la intelligentsia. El vuelo se retrasaba y entró un hombre con un distintivo del FSB [servicio de seguridad interior ruso] a hacer comprobaciones. Alrededor del avión había además hombres con uniforme militar, lo cual era muy raro. Fue muy estresante. Así que cuando aterricé en Yereván suspiré aliviada”.

En la capital de Armenia se alojó durante unos días, sin parar de encontrarse rusos por todas partes: “Incluso se han marchado compañeros que eran de esos que no se despegan del ordenador y odian viajar”.

Muchos no saben qué será de ellos porque trabajaban en proyectos gestionados desde Rusia, pero destinados a empresas de Europa o Norteamérica. Además, se enfrentan a un problema: solamente disponen del dinero que pudieron retirar antes de irse. Las sanciones occidentales han hecho que sus tarjetas bancarias dejen de funcionar y la desconexión del sistema SWIFT hace prácticamente imposibles las transferencias. El diario turco Dunya publicó esta semana que se ha notado un gran incremento de la apertura de nuevas cuentas en bancos turcos por parte de ciudadanos rusos.

Anna, por ejemplo, ha tenido que echar mano de la tarjeta de su novio, que lleva años residiendo en el Reino Unido; pero otros no tienen ese apoyo. Asociaciones de periodistas en Turquía se han organizado para acoger a sus colegas rusos. Otras iniciativas, como la denominada Kovcheg (El Arca), financiada por el magnate exiliado Mijaíl Jodorkovski, tratan de ayudar también a los rusos que escapan.

Una pequeña Moscú en Estambul
Otra académica, que prefiere no dar su nombre, explica su huida en que no quería quedarse en “un Estado que se está convirtiendo en totalitario”. En su caso ha roto, además de con su patria natal, con su familia: “Mi madre me dijo que soy una traidora y que me avergonzaré de mi decisión. Lo peor es que tiene parientes en Ucrania. Yo ya he renunciado a convencerla. El problema es la televisión, mis padres se pasan el día con la televisión encendida y la propaganda estatal es como una secta: les dice que les van a mentir y que son objeto de una conspiración, y ellos se creen que es la única verdad. No han aprendido a buscar diferentes fuentes de información”.

No es la única. “Mis padres no apoyan lo que está pasando, pero tampoco entienden abandonar el país. Así que hemos llegado al acuerdo de no hablar de las noticias. Además, podría ser peligroso para ellos”, asegura Anna poco antes de despedirse de la entrevista.

Varios de los rusos emigrados temen que la “rusofobia” desatada por la actuación de su Gobierno termine por afectarles, aunque en Turquía todavía no se han dado casos como sí ha ocurrido en Georgia o en países de Europa Occidental. “Nuestra misión es explicar que no todos los rusos apoyan la guerra. Es una tarea muy importante”, sostiene la periodista Valeria Ratnikova. Sobre todo porque no saben cuánto durará su exilio.

“Muchos rusos llegan a Estambul como escala para obtener un visado e irse a otro país. Pero algunos se quedarán, porque está cerca de Rusia”, opina la antropóloga Eva Rapoport: “Así que Estambul podría convertirse en un foco de cultura rusa no putiniana, que muestre que Rusia es mucho más que apoyo a la guerra”.

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