‘Ya no quiero ver morir a más gente’, el testimonio de un enfermero

HOSPITALES COVID. La dramática lucha del personal médico.

“No me importa que me quede sin trabajo, ya no quiero ver morir a más gente”, expresó en medio de su desesperación un enfermero a su compañero en el hospital del IMSS en Mazatlán. Había recibido un contrato Covid por trabajar como personal de salud de refuerzo para enfrentar la tercera ola.

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Llegaron directo al ruedo. No hubo tiempo para una capacitación de inducción a la institución, ni adaptación a la jornada de trabajo. Más que físico, el desgaste para el personal ha sido psicológico. En más de una ocasión pensaron en no regresar al siguiente día.

Relatan, desde el anonimato, que en los días más críticos en el Hospital General de Zona No. 3 del IMSS en Mazatlán, tenían entre seis y siete fallecimientos por turno, pero luego el escenario se complicó y en una anoche llegaron a contar hasta 10. El personal de salud asegura que la tercera ola no tiene ninguna comparación con lo vivido en la primera ola del año pasado. Primero habían llegado personas adultas mayores, muchos con enfermedades crónicas, pero en el mes anterior las víctimas eran personas jóvenes e incluso atendieron a algunos niños.

Adentro, tras las paredes del hospital del IMSS, han existido dos dramas paralelos. Por una parte la de los propios pacientes que entran en depresión porque temen morir, sobre todo porque estarán solos, sin ningún familiar que los acompañe; y por otra parte el estrés del personal que se enfrenta a la escases de insumos como el desabasto de medicamentos, la falta de camas o de insumos tan elementales para dotar de oxigeno a los pacientes más críticos.

Por las características de COVID-19, especialmente por la variante Delta, las visitas de familiares no están permitidas. Esta circunstancia entristece a los pacientes, muchos de ellos piden a las enfermeras les tomen la mano en sus momentos más críticos. Una joven enfermera vivió el drama de tener que soltar la mano de uno de sus pacientes porque requería atender de urgencia a otro y cuando regresó el primero ya había fallecido. La escena provocó el desplome emocional de la enfermera que debió ser confortada por sus compañeros.

Las historias abundan. Por ejemplo, la de un paciente que tras tres semanas de internamiento parecía que había salido victorioso y se preparaba su alta, pero justo ese día entró en paro cardiaco y murió.

La incertidumbre del desenlace de la enfermedad ha provocado incluso el intento de suicidio de algún paciente en medio de un hospital saturado de enfermos y personal que intenta multiplicarse para atender la urgencia sanitaria.

La escasez de insumos como puntas nasales, mascarillas para oxígeno, medicamentos de sedación para pacientes que requieren intubarse ha sido parte del drama vivido por personal de salud como de pacientes.

A todo ello se suma el dolor de ver los casos de compañeros que se han contagiado y fallecido, o atender a familiares y amigos que llegan como pacientes con cuadros complicados de Covid y no logran salir adelante.

El personal médico y de enfermería ha vivido en las últimas semanas entre dos mundos. Adentro del hospital luchan contra la muerte, pero cuando salen ven una ciudad indiferente que se mueve como si no pasara nada.

Una enfermera lamenta, incrédula, cómo es posible que tras más de un año de la pandemia, todavía hay mucha gente que todavía no ha aprendido a usar correctamente un cubrebocas que puede evitar el contagio, o no cree que pueda enfermarse.

Adentro muchos de los pacientes también los creyeron, pero se contagiaron cuando fueron a fiestas, velorios o al antro, y otros porque fueron contagiados por éstos cuando llegaron a sus casas, comenta.

El personal que está en las áreas Covid, debe resistir jornadas de seis horas continuas de trabajo sin descanso para poder atender al mayor número de pacientes. El equipo de protección que tiene un material plástico provoca sofocos, un intenso calor que produce en algunos mareos cuando lo usa por primera vez por dos o tres horas continuas. Ir al baño es una necesidad que no es posible atender como parte del protocolo de protección.

“En nombre sea de Dios”, dice otra enfermera, cada vez que se prepara para entrar al área Covid y se enfunda en el traje de protección que los deja empapados de sudor, como si les hubiesen vaciado una cubeta con agua, cada vez que lo usan. La rutina no tiene espacios para el descanso, las maniobras de atención deben realizarse con precaución en el menor tiempo posible para atender a la mayor cantidad de pacientes.

Lo más experimentados, curtidos por la faenas médicas de años anteriores tampoco han podido ser insensibles a lo vivido por la tercera ola, que por fortuna ven que va bajando.

El personal con más años de servicio tenía miedo contagiarse al principio de la pandemia; ahora el temor no ha cesado, pero ahora es llevar el virus a casa. En lugar de llegar a abrazar a los suyos siguen un protocolo personal estricto de lavar de inmediato la vestimenta usada para trabajar y bañarse, ante de tener contacto físico con la familia.

Ninguno quiere volver a vivir lo que ha sido trabajar en la tercera ola en un hospital. Quienes tienen mayor antigüedad habían visto casos dramáticos de enfermos terminales por cáncer o situaciones provocadas por accidentes, pero nada comparado con el drama visto en la tercera ola de Covid, cuando el área de trabajo social no se daba abasto para la entrega de los cuerpos de los fallecidos a los familiares.

Si las personas no se internaban de inmediato, es que no había más espacios, a pesar de que dos pisos completos de la clínica del IMSS se habían convertido en totalidad en áreas de Covid, relatan. Aseguran que han aplicado el sistema Triage, un sistema de filtros para clasificar la prioridad de los pacientes que llegan al área de urgencias con problemas respiratorios y sospechas de Covid.

La presión ha bajado. De atender diario un promedio de 70 pacientes ahora oscilan entre 50 y 40. Tanto para médicos como enfermeras, la disminución del número de pacientes es alentador, pero están a la expectativa de lo que pueda ocurrir con el regreso a clases.

“¿Qué cree que va a pasar?” No los sabemos, responden preocupados con lo cuidados que puedan tener los niños, cuando ven a los adultos que todavía se resisten a seguir con disciplina las indicaciones para protegerse de Covid.
Una cuarta ola, no la quieren ver, ni sufrirla en carne propia.

Artículo publicado el 22 de agosto de 2021 en la edición 969 del semanario Ríodoce.

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