Cepillín, cuando la fama era de unos cuantos

RICARDO GONZÁLEZ. Adiós a Cepillín.

Hace quince años Cepillín, un payaso de glorias pasadas a quien los niños de esos y estos tiempos ni habían oído hablar, estuvo en Culiacán con su circo. La llamaba una gira de despedida. Todas las funciones tenían asistencias considerables, nada de llenos o tumultos, pero suficiencia de público. No eran los niños quienes pedían asistir al circo del payasito de la tele, eran los papás nostálgicos quienes los llevaban. Payaso al fin, los niños no sabían de famas pasadas, solo del espectáculo del momento.

Entrevisté a Cepillín en su remolque con Lorenzo Bastidas grabando video y Andrés Yanes tomando fotos. Un equipo de reporteros solitario no era nada comparado con los tumultos que esperaban a Ricardo González cuando la fama lo acompañaba. Estuvo encumbrado y se codeaba con otras estrellas. En el circo, ya pasadas aquellas glorías, vivía de las regalías que a veces es posible arrancarle a la fama.

El remolque era austero, los tiempos de lujos habían pasado como a su ocupante. Estaba acompañado de su pareja, que lo esperaba en el remolque con un fuerte olor a cigarrillo. Cepillín, el dentista de profesión –de ahí su nombre- fumaba o convivía con un fumador.

A decir verdad no recordaba un solo sketch del Cepillín que me tocó ver en televisión de niño, ningún chiste, parte de algún programa, ni su estilo como payaso…pero sí tenía presentes algunas estrofas completas de sus canciones. La melodía de esas piezas simples y pegajosas. Me atraía el personaje que había tocado la fama y ahora deambulaba un poco olvidado por el interior de la república como nos llaman desde la capital del país. La entrevista fue por ese camino justamente.

En Ríodoce titulamos el perfil con una frase que jugaba con esa dualidad: Cepillín contra la caries del tiempo. El dentista se aferraba con una fuerza más allá de su físico a lo que le restaba de fama. Si ésta no lo perseguía como tiempo atrás, él iría a buscarla donde pudiera encontrarla. Esa era un poco la lógica de una gira por ciudades pequeñas como Culiacán. Recordaría que en su gira anterior por esta ciudad había llenado el estadio de béisbol, se refería al Ángel Flores, que ahora evidentemente le hubiera quedado muy grande. Pero podía mantener asistencias al circo, eso era suficiente.

Cepillín estuvo en todas las portadas de los periódicos con su muerte, en todos los titulares de noticieros en televisión, un reconocimiento a un personaje que formó parte de la gloria de un medio de comunicación hoy en crisis: la televisión.

En la segunda mitad de la década de los 70 y todos los 80, México tenía a los reyes en cada género de programa televisivo: el periodista de noticias Jacobo Zabludovsky; el presentador del show musical, Raúl Velasco; el comediante mayor, Chespirito y sus personajes múltiples; y por supuesto el payasito de la tele, Cepillín.

Él tenía su numeralia de la fama al dedillo: 5 mil programas de televisión, seis años ininterrumpidos en Monterrey, tres años en canal 2, y tres años en canal 5. En esa numeralia lo que no se movía era el peso de Cepillín. No había pasado un solo kilogramo desde que estuvo en la cima. Su caso era el del boxeador que estaba intentado reconquistar el campeonato en otra categoría, no de peso, sino de escenario. Si en la tele ya no tenía esos espacios privilegiados, podía aun atraer audiencias en los circos por ciudades pequeñas y nostálgicas.

Me dijo que no quería morir en los escenarios como dicen los artistas. Solo quería despedirse de su público y por eso llamaba a su gira de despedida.

“No me ha ganado el tiempo, pero me estoy adelantando al paso del tiempo. Calculo que en el circo tardo tres años en darle la vuelta al país, completo mis 60 años…no voy a abusar de diosito, y me retiro.” Dijo aquella noche en el baldío a un lado de la ribera del río Humaya donde todos los circos se han instalado en los últimos veinte años en Culiacán.

Temía a la lastima en el escenario. Decía que no podía faltarle al respeto a los asistentes al circo. Por eso incluía un cuadro de lucha libre real, con un par de enmascarados.

– ¿Te dejó dinero tus años en la fama en televisión?

– Sí tengo para poder decir me retiro por el resto que me quede. No tengo más porque si no me hubieran sacado de la televisión.

Aun guardaba aquel recuerdo de la lucha feroz en el negocio del espectáculo. Una pequeña mafia conectada donde la fama se negocia y se paga.

– ¿Cómo da y quita el mundo del espectáculo? ¿Es ingrato?

– Ya lo sabe todo mundo. Un señor que se llamaba Raúl Velasco, que en paz descansa, movió influencias para que me quitaran (del programa en televisión abierta). Yo no lo veo para mal. Lo que está, está de dios. ¿Quién crees que esté más amolado? Pregúntale a él, con una operación de corazón abierto, y que le cambiaron el hígado. A lo mejor me hizo un favor.

Cepillín decía no tener rencor. Era difícil asociar esa afirmación con la realidad al escucharlo. Su voz de Ricardo González, grave, confrontaba con verle la cara con maquillaje. Era como si Cepillín sonara a otra persona. Se refugiaba al fin en la fama, de nuevo: “La gente me guardó en su corazón, me tiene en sus álbumes, me tiene en sus videos que conservan. Hay gente que me trae las fotos que me tomé con ellos la primera vez que vine a Culiacán al parque de béisbol. A mí me gusta que me guarden en sus casas.”
No volvió a la televisión.

La gira de despedida se prolongó más de tres años y la repitió hasta donde pudo.

El dinero que decía le alcanzaría para vivir, no alcanzó.

La fama sí fue suficiente, el impulso lo catapultó a las nuevas plataformas que sus tiempos de televisión ni soñaban. Los videos de sus canciones suman millones de visitas, en especial la pieza La feria de Cepillín supera 100 millones de reproducciones. Ni se digan Las Mañanitas cantadas por él, que aun amenizan algunas fiestas o los cumpleaños de cuarentones (PUNTO)

Columna publicada el 14 de marzo de 2021 en la edición 946 del semanario Ríodoce.

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