Los ‘pandemial’, una generación desilusionada

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Los adultos jóvenes, de 15 a 24 años, están padeciendo su segunda gran crisis mundial.

Su niñez estuvo marcada por la crisis financiera del 2008 y ahora están viviendo la pandemia de mayor impacto en decenas de años. Arrancaron su vida con limitaciones y hoy enfrentan serios desafíos para su educación, perspectivas económicas y salud mental.

El riesgo de “desilusión de los jóvenes” está siendo subvalorado pero se convertirá, según argumenta el Foro Económico Mundial, en una amenaza crítica para el mundo en el corto plazo. Los logros de la sociedad, por los que se ha luchado arduamente, podrían desaparecer si la generación actual carece de caminos adecuados hacia las oportunidades futuras y pierde la fe en las instituciones económicas y políticas de hoy.

Muchos de estos jóvenes han levantado la voz en las calles y en el ciberespacio. Han sido muy activos en temas como las dificultades económicas, la desigualdad, el fracaso en la gobernabilidad y la corrupción pero también han expresado decepción y pesimismo.

Muestran un sentimiento, cada vez mayor, de traición por parte de la generación en el poder derivado de una acción insuficiente en materia de justicia social y climática, cambio político y corrupción.

Esta perspectiva de desilusión y falta de oportunidades puede ocasionar problemas sociales constantes si no se resuelven sus causas.

Los jóvenes del mundo se han enfrentado a presiones excepcionales en la última década y son particularmente vulnerables a perder por completo las oportunidades para el futuro. La creciente fragmentación de la sociedad, puede tener graves consecuencias en una era de riesgos económicos, ambientales, geopolíticos y tecnológicos agravados.

Para las empresas, las presiones económicas y tecnológicas del momento amenazan con crear una gran depuración de trabajadores y empresas que se quedan atrás en los mercados del futuro.

Dada la naturaleza cambiante del mercado laboral, se necesitan más inversiones en formación profesional y en el trabajo. La inversión en tecnología educativa debe ir acompañada de adaptaciones de la infraestructura educativa física para que las escuelas puedan continuar ofreciendo servicios en persona mientras aprovechan el potencial de la Cuarta Revolución Industrial.

Para tener éxito, las escuelas deben mantener su papel fundamental en la prestación de servicios de nutrición y salud física y psicológica, y actuando como refugios seguros para niños y adolescentes en riesgo.

Para los gobiernos, el reto es equilibrar la gestión de la pandemia y la contracción económica, y al mismo tiempo crear nuevas oportunidades que son fundamentales para la cohesión social y la viabilidad de sus poblaciones.

La brecha entre los que “tienen” y los que “no tienen” se ampliará aún más si el acceso a la tecnología y la capacidad siguen siendo dispares.

Una brecha digital cada vez mayor puede empeorar las fracturas sociales y socavar las perspectivas de una recuperación inclusiva. El progreso hacia la inclusión digital se ve amenazado por la falta de inversión en infraestructura digital, el rezago local respecto al ritmo acelerado de la automatización mundial, ausencias en la regulación tecnológica y lagunas en habilidades y capacidades tecnológicas.

Las nuevas formas de aprendizaje tienen el potencial de ser más inclusivas, adaptables e integrales, permitiendo a los estudiantes desarrollar habilidades del siglo XXI tales como creatividad, innovación y habilidades interpersonales avanzadas. Sin embargo, es más crítico que nunca que el sector público y el privado inviertan conjuntamente para asegurar la conectividad de todos los jóvenes.

La crisis actual también ha revelado y exacerbó las desigualdades de género en la educación y el trabajo. Reconocer esta brecha es el primer paso para cerrarla. Las escuelas y los empleadores deben adoptar medidas para cerrar la brecha de género, como adoptar un trabajo flexible y a distancia, garantizar que las mujeres jóvenes puedan regresar a la escuela o el lugar de trabajo después de largas ausencias para cuidar e implementar programas de apoyo a víctimas de violencia de género.

La pandemia ha expuesto la vulnerabilidad de los jóvenes a las crisis económicas y sociales generalizadas. Los sistemas políticos y económicos deberán adaptarse globalmente para abordar directamente las necesidades de los jóvenes y minimizar el riesgo de una generación perdida.

La inversión en la mejora de los sectores de la educación y en la mejora de las competencias y la reconversión, garantizar esquemas de protección social adecuados, cerrar la brecha de género y abordar los efectos en la salud mental debe estar en el centro del proceso de recuperación.

Quienes están en el poder, o quieren estarlo, deben dirigir un esfuerzo global para abrir caminos para que los jóvenes adquieran las herramientas, habilidades y derechos necesarios para un mundo pospandémico más sostenible.

Artículo publicado el 24 de enero de 2021 en la edición 939 del semanario Ríodoce.

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