Rastreadoras suman 151 cuerpos desenterrados en Ahome

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Ella se cubre el rostro con sus manos. Solloza. Aprieta los dientes, su rostro se endurece, sierra sus ojos, y dos hilillos de lágrimas gotean por sus mejillas.

Pretende ser fuerte, pero no puede. Está a punto de quebrarse como espejo estrellado en el piso.

Respira, respira y su pecho se ensancha. Y cuando parece que va estallar en llanto, llega una mano salvadora, la toma de las palmas y la conduce a la trastienda.

Allí se quiebra. Y llora.

En su cerebro rebrota aún aquella frase que el sujeto desconocido le comunicó: “Sí, es tu padre. Estaba sepultado junto a su amiga, la China y aquel hombre de mediana edad”.

Los tres, el hombre maduro de 60 años de edad que resultó ser su padre, la amiga de él, y otro individuo, lo habían encontrado sepultado en una tumba clandestina el viernes 12 de abril en un panteón ilegal a espaldas de Juan José Ríos.

El lugar era la laguna de oxidación de las descargas sanitarias de Juan José Ríos. Un sitio que nunca tuvo utilidad legal, aunque ahora funciona como panteón clandestino de grupos delincuenciales.

Ese martes 16 de abril, el grupo de búsqueda de desaparecidos, al que ella se había unido cuando supo que su padre se había esfumado de la faz de la tierra a manos de un grupo armado, regresaría a extender la exploración en ese descampado al que llegaron por mera casualidad, luego de seguir varias pistas falsas.

Ella, en ese momento sólo llora y no recuerda lo que sucedió 96 horas antes. Ese viernes, el grupo Rastreadoras de El Fuerte decidió ir en pos de una pista que conocieron un mes antes. Buscaban un huerto, porque eso les había dicho el informante anónimo, en el estero de Juan José Ríos.

Habían salido de la ciudad, llegado a Juan José Ríos, cruzado el polvoriento pueblo y penetrado en sus entresijos agrícolas. Se toparon con la calle cien, frontera entre los municipios de Guasave y Ahome, y dudaron el rumbo a seguir cuando estuvieron en la encrucijada. Una breve maldición de suerte y doblaron hacia la derecha, siguieron adentrándose en una zona árida, reseca y caliente hasta por 7 kilómetros, y entonces dieron con la primera seña, el puente sobre un dren. Supieron que era el camino correcto, pero la huerta no se veía por ningún lado.


Ninguna se descorazonó. Y todas siguieron firmes, calladas, mudas, pero firmes.

Aferradas como son, siguieron, viraron en un canal, y se toparon con un camino que chocaba con una parcela. El hombre que la cuidaba, las despistó más cuando negó que en ese sector hubiera una huerta. Nunca les dijo, que en ese punto, esa huerta había estado precisamente en ese lugar, pero ahora era tierra de labor.

Ellas siguieron su peregrinar, olfateando el aire, penetrando la tierra con sus miradas, arañando el salitre del aire con sus manos.
Entonces se encontraron con un hombre campirano, quien parco respondió a preguntas. “No aquí está muy tranquilo, No pasa nada. Yo aquí trabajo, y nunca he visto nada anormal, ni feo”.

Ellas no desconfiaron, pero les pareció sospechoso aquel hombre.

Entonces, el cuerpo comenzó a reclamar atención.

Decidieron apearse de la troca, y meterse entre madroños y cardos, alejarse de la vista de los hombres para saciar los apremios. Y en cuclillas como estaban, observaron el terreno a su alrededor. Una de ellas vio una pequeña hondonada en el terreno, y obligando al cuerpo a cortar la descarga, se calzó sus pantalones, tomó el machete y la pala y se encaminó al lugar. Picó con la pala, la metió con la fuerza de su pierna derecha y esta se hundió como cuchillo en un queso. Sacó la primera palada y el aroma nauseabundo invadió el lugar. Sus compañeras, despertaron con aquel tufo y sumaron esfuerzos, desenterraron una pierna.

Todas se desparramaron, y metros adelante una se topó con un brazo saliendo de la tierra, escarbaron y descubrieron tres cuerpos, apilados, uno sobre otro. Entre ellos, el cadáver de la China, y siguieron caminando como hormigas y descubriendo tumbas clandestinas como hongos. Otra más, y otra, y otra. Desenterraban tenis, mocasines, huaraches cruzados, pantalones de hombre y blusas.

En pocas horas, ellas habían regresado a la vida a 15 familias que desde años atrás vivían en el limbo, y dado nombre a aquellos que sólo eran huesos de desdichados que acabaron sus días en una tierra árida, a la que el grupo Rastreadoras de El Fuerte llegó por casualidad.

Ha llegado la tarde, y la exploración no ha tenido el éxito deseado.

Ella ya está más tranquila, sabiendo que los restos de su ser querido serán sepultados en una tumba en la que ya podrá llorarse a más no poder. Ahora podrá estar más tranquila.

Mirna Nereyda Medina Quiñonez, lideresa del grupo Rastreadoras de El Fuerte, asegura que la laguna de oxidación de Juan José Ríos se convirtió en la tumba masiva clandestina más grande localizada en Ahome, desde que ellas se dieron a la caza de fosas ilegales.

Artículo publicado el 21 de abril de 2019 en la edición 847 del semanario Ríodoce.

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