Nicaragua: Resistir en la clandestinidad

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Cientos de estudiantes nicaragüenses viven escondidos desde hace semanas por miedo a las detenciones arbitrarias que se han multiplicado. Como armas, solo tienen sus teléfonos celulares, todos cargados con Facebook Live, para lo que se ofrezca. Muchos temen por su vida. Ríodoce pasó una noche con sus líderes en una de las casas donde se esconden.

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“Ellos saben que estamos a acá”. Blanco, nombre de guerra de un estudiante de zootecnia de 28 años, está convencido de que el gobierno de Daniel Ortega tiene localizada la casa de seguridad donde se esconden los principales líderes estudiantiles de las protestas que pusieron al presidente contra las cuerdas desde el pasado 18 de abril.

“¿Por qué no entran? Porque saben que esto sería una atrocidad, que sabemos de tecnología y que los vamos a evidenciar. ¿Te imaginas 33 Facebook-Live viendo a paramilitares haciendo una misión? Aunque muramos, eso sería atroz”.

Hay cierta épica en sus palabras pero sobre todo pragmatismo. Los muchachos, chicos y chicas de 24 años de media, saben que pueden morir, como le ha pasado a más de 300 personas en menos de cuatro meses. También que si les capturan, les acusarán de terrorismo gracias a la ley aprobada en julio que criminaliza todo acto de protesta y por la que están siendo procesadas 138 personas, la mayoría jóvenes, a quien el gobierno considera criminales peligrosos que atentan contra la seguridad del país. Otros temen desaparecer, porque también han llegado denuncias de este tipo a algunos colectivos nacionales e internacionales.

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Blanco, sin embargo, cree que la estrategia juega a su favor porque sus enemigos “no nos leen”. Anclados en los dogmas del pasado, no entienden su forma de pensar.

En la casa de seguridad se les ve relativamente tranquilos aunque los nervios van por dentro. Las balas ya no silban sobre sus cabezas, pero el estrés les asfixia. Los compañeros muertos no les dejan dormir.

Jeancarlos López, estudiante de ingeniería de sistemas de 21 años, se quebró a la tercera semana. “Me puse súper enfermo”, confiesa. Pero su punto de inflexión fueron dos segundos del 19 de abril cuando apenas estaba comenzando todo: los que tuvo para decidir si ayudaba a un compañero herido por los antimotines o salía corriendo y se olvidaba de todo. Optó por quedarse aunque el joven, con una bala en el cuello, no sobrevivió.

Todos tienen una historia grabada a fuego porque esta crisis los tomó desprevenidos.

“Hay momentos en los que no encontramos explicación de lo que pasa”, dice Lester Alemán, estudiante de comunicación y el líder más mediático de todo el grupo. El primer día de diálogo entre sociedad civil y gobierno, el 16 de mayo, Alemán increpó a Ortega en su cara. “Ordene ahorita mismo el cese inmediato de los ataques (…) Ríndase (…) Lo que se ha cometido en este país es un genocidio (…) Esta no es una mesa de diálogo, es una mesa para negociar su salida”, le espetó. Al acabar la mesa, no pudo contener las lágrimas.

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Gracias a la estrategia ideada por Jeancarlos López, las cámaras de televisión estaban retransmitiendo en vivo ese acto, aunque no a todos les había parecido bien, y el mundo entero vio cómo un estudiante de 20 años encaraba al que todos consideran máximo responsable de la actual represión y del creciente autoritarismo que vive Nicaragua desde hace más de una década, cuando Ortega regresó al poder, en 2007.

“Cobro fuerzas cuando veo una mamá de algún héroe que cayó, me abraza y me dice ‘cuídate y sigue en la lucha, tienes que continuar esto por fulanito’, confiesa Alemán. “Eso me inspira”. El joven se levanta levemente sus grandes gafas de pasta para restregarse los ojos, muerto de cansancio. “Yo me digo, no te puedes dejar caer, por más que no vea a mi familia, pero estoy preso en mi mismo país”. Lleva once semanas escondido.

Son las nueve de la noche de un viernes de agosto. Acaban de cenar y ven las noticias de la televisión. No es un canal oficialista, así que en lugar de mostrar la supuesta “normalidad” que, según el gobierno, el país centroamericano ha recuperado, el noticiero habla de persecución política y más represión, de la pérdida de 215 mil empleos en menos de cuatro meses, según la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico.

DANIEL ORTEGA. En la celebración de los 39 años de la victoria sandinista. (Foto REUTERS).

Mientras escuchan o conversan, el teléfono celular, su principal arma, siempre está en sus manos, Facebook abierto, 24 horas conectados. El gobierno ha llenado las redes con información incriminatoria contra la mayoría de ellos y en muchos casos ha divulgado datos personales que han obligado a sus familias a huir para evitar a los delatores y a los fanáticos. Pero internet es su reino.

Muchos aprovechan para reportarse con sus madres, decirles que están bien aunque sea una verdad a medias.

Hoy no hubo la tradicional asamblea que hacen a diario cada noche. Las reuniones de la jornada fueron muchas y están agotados. Aun así, Alemán deja de lado al joven angustiado que ha dejado traslucir minutos atrás y saca al líder de brillante oratoria que lleva dentro cuando se le pregunta por el momento que viven ahora.

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“Hemos entrado en la tercera fase de represión, la cacería de brujas, y estamos en un proceso de detenernos un momento, salvaguardar las vidas, retomar fuerzas, pensar en frío y accionar, una acción pacífica y cívica, como siempre”.

El joven se refiere a persecución sistemática que sufren no solo quienes participaron en las protestas, aplacadas con extrema violencia, sino quien les ayudó, les esconde o simpatiza con ellos.

Todas las opciones de desobediencia cívica están sobre la mesa, asegura Alemán, pero de momento, ya hay cita para la que quieren se convierta en una nueva gran marcha, el próximo 15 de agosto. Los estudiantes no quieren perder las calles, pese al miedo, mientras se trabaja para elevar la presión internacional contra Ortega y se intenta reactivar el diálogo. Y para todo ello hay que organizarse en la clandestinidad.

Los estudiantes mantienen una intensa actividad tanto dentro de casa como fuera, aunque entonces es necesario cuidar cada movimiento para minimizar los riesgos. Estos son los líderes que se reúnen con los representantes del resto de sectores de la Alianza Cívica (la que reúne a toda la sociedad civil opuesta a Ortega y que incluye, entre otros, a campesinos y empresarios). Son ellos también los que mantienen contacto con la Iglesia Católica y con los representantes de las distintas organizaciones internacionales dentro y fuera del país.

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La responsabilidad que sienten sobre sus hombros se ha multiplicado. “Ahora es más complicado porque todas las decisiones son políticas, tememos más presión”, explica Blanco, el mayor de tres hermanos que comparten lucha y escondite.

“Antes la población nos apoyaba en conjunto, como estudiantes, para defendernos de la agresión. Ahora esto se ha hecho más grande”. Sabe, además, que cada vez más nicaragüenses están huyendo del país.

MARCHA. Exigen la renuncia de Ortega. (Foto Jorge Cabrera, REUTERS).

Esta noche, Edwin Carcache acaba de saber que ya hay una orden de captura en su contra y decide hacer un Facebook Live para contar cómo se siente. “El peor error que podemos cometer es quedarnos parados, cansarnos (…) A mí no me van a callar por una orden de captura”. Luego habla con su novia. Su hija de 5 años no se le va de la cabeza.

Carcache nunca hubiera imaginado verse aquí. Antes del 18 de abril no estaba involucrado en política igual. Su vida era trabajar, estudiar y cuidar de su pequeña. “Nunca voté”, confiesa, aunque reconoce que su malestar con el gobierno existía desde hace mucho. Pero algo hizo click en su interior con las primeras protestas y la violenta represión oficial que las siguió.

Antes de dormir envía los papeles para solicitar medidas cautelares a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos porque se siente amenazado. De hecho, muchos en esa casa las tienen aunque son conscientes de que esa burocracia no para ninguna bala. La noche es tranquila y calurosa. Junto a las cosas de aseo hay una virgen.

A la mañana siguiente, Carcache se alista para ir a una marcha. Los líderes se sienten en la obligación de hacerse presentes. El reducto de paz se acaba en cuanto hay que salir a la calle. Ángel Roche, un joven de 23 años que estudiaba ciencias políticas, es el encargado de guardarle las espaldas y llevarle hasta el lugar del plantón. Ambos compartieron batallas durante su atrincheramiento en la Universidad Politécnica.

Son los momentos más tensos, sobre todo porque, como ya casi es costumbre cada vez que se convoca una marcha opositora, el gobierno invita a la suya “por la paz” y la policía ha cortado varias calles de la capital nicaragüense.

Carcache se hunde en el asiento del vehículo con vidrios polarizados mientras varias patrullas pasan al lado. Los nervios se palpan. Al llegar al lugar donde se está congregando la gente, todos vuelven a respirar. Hay entrevistas de algunos medios, selfies, abrazos. Los riesgos han valido la pena. El mensaje de que nadie tira la toalla está dado y será replicado hasta la saciedad en cada escondite, como cada uno de los actos que los estudiantes hacen cada día.

“Antes de amanecer la noche es más oscura”, me había dicho Blanco antes de salir de la casa. “El futuro es incierto pero lo vamos a lograr. Es cuestión de tiempo y de resistencia”.

Artículo publicado el 12 de agosto de 2018 en el edición 811 del semanario Ríodoce.

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