Roberto Pérez, el artista sinaloense que amaba el mar y el sol

“En una ciudad, en un medio en el que la violencia ha tomado el poder, donde los barrios y comunidades han sido de muerte y drogadicción, es siempre más difícil crear remansos verdaderos apartados de los ruidos, malos olores e imágenes artificiales”, opinaba el artista plástico Roberto Pérez Rubio.

Agobiado por el cáncer durante tres años, que finalmente se le complicó con problemas cardiovasculares, aproximadamente a las 10:00 horas del sábado 17 de febrero, murió Pito Pérez.

Nació en Los Mochis, en 1935, pero residió en Mazatlán, donde expresó alguna vez que su existencia estaba regida por un ser muy exigente y que su sentido del éxito estaba en ser él mismo y crear buen arte.

Algunos de sus amigos lo recuerdan como un hombre creativo y polémico que recibió merecidos premios y reconocimientos.

El llamado “rebelde del color” incursionó en la pintura y la instalación, así como en la jardinería y el paisaje de autor.

Los restos del Pito Pérez fueron velados hasta la medianoche del sábado en su casa-taller-fábrica de jardinería, ubicada en calle Heriberto Frías 1406, entre Mariano Escobedo y Constitución, en el Centro Histórico de Mazatlán.

En su casa, la familia del artista regaló algunos libros de Terra Nostra, a los amigos dolientes que acudieron a darle el último adiós, pues el artista habría pedido a su familia que su cuerpo fuera cremado y las cenizas arrojadas al mar.

“¡Claro que amo el mar y el sol!”, decía con su característica vehemencia Pito Pérez, a quien sus allegados lo describían como un personaje culto, iconoclasta, creador, sensible, guerrero, controvertido y algo extravagante.

Desde que se supo en el puerto que Pito Pérez estaba enfermo de cáncer, no le faltaban visitantes a su casa, cuyas puertas estaban siempre abiertas para colegas suyos, amigos y periodistas con quienes era magnífico anfitrión.

El 2 de noviembre de 2017, Ríodoce visitó a Pito Pérez con el pretexto de preguntarle su opinión sobre la polémica ecológica que giraba en torno al proyecto del Parque Central, pero renuente a las entrevistas que transformaba alegremente en tertulias, dio un escrito donde esbozaba algunas ideas suyas.

Titulado Los árboles mueren de pie, está dedicado al Chino Araiza (el finado Héctor Araiza Quintero, quien fue maestro de Geobotánica en la Escuela Ciencias del Mar de Mazatlán) y Roberto Pérez Rubio, sustenta su nombre con su ser Eco anartista, y que textualmente se transcribe a continuación.

‘Los árboles mueren de pie’

Lo verde

Andy Warhol decía: Para poder vender tienes que tener un ‘finish product’.

“Una de las grandes limitaciones de Mazatlán como puerto turístico son sus áreas públicas, las zonas verdes. Éstas por sus dimensiones tan pequeñas no logran crear remansos verdaderos.

Nuestros gobernantes han visto siempre los espacios verdes, los parques y jardines como algo suntuario, como terrenos de reserva que se podrían usar posteriormente para construir auditorios inútiles, donde no pasa nada, zoológicos, espacios deportivos, comercios, fraccionamientos sin estilo, venta de chatarra comestible, etc.

De acuerdo con el crecimiento de la ciudad el plan de desarrollo no corresponde a la realidad actual. Los espacios públicos se disminuyen, las áreas verdes son tratadas sin conocimiento técnico ni visión artística.

Cuando construyeron los ejes viales, los puentes y se arrellanaron los esteros, el escaso vegetal existente se agredió de tal manera que se borraron hectáreas de manglares, se destruyó una impresionante cantidad de planta regional ya crecida y grandes extensiones de cubre suelo variado; demostrando actitudes de desprecio por la naturaleza y de ignorancia ecológica.

Es urgente proporcionar áreas verdes a los mazatlecos y personas que nos visitan. Espacios de recreo a sus habitantes; lugares de esparcimiento.

La falta de espacios verdes públicos, hacen que los parques y plazuelas estén sobre utilizados y, como resultado surge la destrucción y el deterioro exagerado.

Debido a su veloz crecimiento, el puerto necesita más atención. Definir un lugar con clase no es fácil, tampoco transformar un ecosistema semidesierto en tropical.

En el centro las plazuelas, los pequeños parques, los pocos espacios verdes son aburridos, todos se parecen, la misma planta sin diseño.

En La Marina se construyen viviendas multifamiliares con mínimos espacios verdes y escasos parques alrededor. No hay ambientación del entorno.

Hace más de 25 años se llevó a cabo la donación federal del terreno del Bosque de la Ciudad, y aun no sabemos del algún proyecto, una maqueta que informe al pueblo del uso y destino, reglamentos, etc.

El Acuario necesita un nuevo edificio, algo monumental con un verdadero ambiente marino, urge un proyecto que se eleve, con terrazas, restaurante, biblioteca e información cibernética sobre la vida marina.

El Acuario está rodeado de abandono. Construcciones que no se relacionan con un Acuario verdadero. Los espacios verdes totalmente olvidados. No hay estilo ni diseño definido.

Los niveles del zoológico no existen. Caminos abruptos, apenas se puede caminar. Un espacio improvisado donde da lástima lo que muestra: animales en hábitats sin un ambiente que corresponda a su realidad ecológica.

El Bosque de la Ciudad en realidad no existe. Hay árboles de tamaños y especies diferentes, pero eso no es todo. Está también La Laguna.

Hay desconocimiento del uso de este lugar: un bosque dentro de una ciudad, un bosque junto al mar”.

 

Un proyecto urbano que transformaría una gran zona. Una urbe ecológica.

Considerando la falta de parques de recreo en toda la ciudad es necesario dar a este “bosque” un sentido altamente social, un lugar donde vaya el pueblo, el turismo, un sitio extraordinario donde conviva gente de todas las clases sociales.

Los parques y plazuelas son lugares de encuentro, de diálogo, ahí la hostilidad no existe. Son espacios que solidarizan; aprendemos a observarnos los unos a los otros, a conocer las plantas, los pájaros, la vida…

En una ciudad, en un medio en el que la violencia ha tomado el poder, donde los barrios y comunidades han sido de muerte y drogadicción, es siempre más difícil crear remansos verdaderos apartados de los ruidos, malos olores e imágenes artificiales.

Urge pues, un plan de desarrollo urbano donde el aumento de áreas verdes se incluya como uno de los más importantes problemas ambientales de la ciudad y sus alrededores. Debe de impulsarse la inmediata reforestación urbana, tropicalizar el puerto.

Tenemos que modificar nuestra absurda actitud hacia la naturaleza, hay que adecuar los proyectos en marcha, de preservar e incrementar los espacios verdes existentes y despertar asimismo una conciencia ecológica en nuestro pueblo.

El deterioro, la contaminación constante no la resuelven los árboles, pero sí estimula y ayuda al medio ambiente. Son un elemento importantísimo si consideramos nuestro clima, el concreto de las calles, la polución de las fábricas y vehículos. Un árbol bien crecido es capaz de filtrar una tonelada de polvo al año, disminuye la velocidad del viento hasta un 50 por ciento, protege contra los rayos ultravioleta, puede absorber en una hora hasta 2.35 kilos de carbono y convertirlo en 1.7 kilos de oxígeno.

Además, aparte de beneficiarnos tan directamente, los bosques brindan refugio a multitud de aves y otros tipos de vida que han logrado ya adaptarse al ambiente urbano.

Un conjunto de árboles remedia el ruido, con la ayuda del sol aumenta la humedad atmosférica en diez por ciento y bajo su sombra es de dos a cinco grados más fresco. Los bosques, es cierto, son los pulmones de la ciudad.

La fealdad se ha apoderado de Mazatlán. La belleza casi ha desaparecido de nuestras calles ante la avalancha de construcciones sin cuidado de su entorno; horribles anuncios comerciales, de basureros improvisados, de postes y cables; de vendedores de condominios, de comida chatarra y artesanías; de vehículos chatarra, de lotes baldíos habilitados como estacionamientos, banquetas destruidas, etc., etc.

Ante este caos visual, la playa y los pocos árboles existentes son casi el único elemento que alegra, que serena, que dignifica”.

Artículo publicado el 25 de febrero de 2018 en la edición 787 del semanario Ríodoce.

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