El sobreviviente inaudito: A Dios no se le engaña (Parte V)

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Entonces me llevaron a la Isla Socorro. Es la isla más grande que hay ahí; yo ya la había visto antes. Creo que es la que vi cuando nos agarró la tormenta. La conocí por los cerros, el verde; es una isla grande. Me bajaron ahí.

Recuerdo que el “chaca” de los marinos, hable y hable por radio. El helicóptero de la Marina aterrizó en el atunero y ya se bajaron como ocho o diez soldados; se presentó el “chaca” conmigo, y me dijo que me iban a llevar a la Isla Socorro porque allá había médicos y camas de hospital.

Luego los del atunero me decían que no me iban a soltar; me dijeron: nosotros no lo vamos a soltar, ya nos habló el jefe y nos dijo que nos fuéramos así, con lo que traíamos. Y es que no habían llenado las bodegas todavía, pero los marinos les dijeron que no, que iban a mandar un avión de México para el traslado, para llevarme a Mazatlán, para no esperar el barco de las provisiones.

Y ya, los convencieron porque luego me dijeron los del atunero que no querían soltarme pero que era por mi bien, que les habían dado chance de completar la carga con las 200 toneladas que les faltaban, pero que no era lo más importante, que allá en Mazatlán nos encontraríamos de nuevo. Y ya, me tomaron fotos, me subieron los batos hasta el helicóptero; unos hasta tenían lo ojos llorosos porque como que me habían agarrado aprecio, como que me veían como un animalito. Total que se despidieron de mí, me anotaron sus nombres y teléfonos en una camiseta, sus sobrenombres, direcciones… y hasta me dijeron que podía trabajar con ellos en un barco atunero, que ellos iban a hablar con los jefes.

 

Después de Clarión no hay nada

Ya bajamos en la Isla Socorro y fue la primera vez que tenté tierra desde que salí del Castillo. Me llevaron a un hospital muy grande y más grande se me hacía porque yo era el único paciente. Estaba solo, los pasillos y las salas solas, un camerío, solo. Y el aeropuerto, está grandísimo, más grande que el de Culiacán, arriba del cerro, parejito, parejito, está hasta arriba.

Pos ya me llevaron con el doctor, un chilanguillo, y ahí está inyectándome suero y preguntándome qué onda, que si qué nos había pasado, que suerte había tenido, que por poco y no la hago…

Luego me dijo: ¿quieres escuchar música? Sale le dije yo, y me puso El mariachi loco. Y órale, qué “chilo” pensé yo, porque no oía música desde que salí del Castillo. Pero el cabrón no me la quitó en toda la noche; era un casete con la misma canción y le daba vuelta y vuelta y otra vez y otra vez, toda la noche hasta que amaneció y hasta que me sacaron de ahí. Ya me tenía bombo el doctor, imagínese. Fue el mismo que me platicó que en un tiempo ahí había gente y que la sacaron porque había explotado un volcán; que había ido el gobernador a inaugurar un Infonavit; que había un chingo de borregos en la isla…

Pero yo no sabía nada de esas islas; ni en el mundo las hacía. Ya luego me explicaron que la Isla Clarión es la que estaba al último; que eran cuatro; me dijeron por dónde había andado, las rutas que había tomado; los del atunero me mostraron un mapa y me explicaron. Y me dijeron que si no me hubieran hallado ahí, nadie me hubiera encontrado nunca.

 

Llamada insólita

Mi primer contacto con mi familia fue de arriba del barco con mi tío Ramón; traen teléfono satelital, son una chingonería esos batos. Me pidieron el número de mi tío y de volada, tin, tin, tin, tin y ya estaba ahí mi tío; estaba descansando en Los Cascabeles con su familia; era el 15 de agosto, un sábado. No, pues no lo creía mi tío. Y pues ya, me dijo: ahorita voy con tu mamá a avisarle. Ya con mi amá hablé de la Isla Socorro, un día después de que llegué.

Me platicó que estaba en la casa arreglando la enramada para la zafra del camarón cuando llegó una patrulla para decirle que habían hallado una panga con dos náufragos del Castillo pero que había uno muerto y uno vivo y que no sabía quién era el muerto y quién era el vivo. Mi amá, que ya traía luto desde muchos días antes porque le dijeron que yo ya estaba muerto, estaba desesperada; mi tío todavía no llegaba, pero al rato ya, llegó y le dijo que había platicado conmigo por teléfono, que estaba bien.

Y ya mi amá se fue a Manzanillo porque creía que me iban a llevar para allá. Me acuerdo que lo primero que me preguntó cuando me habló fue ¿Eres tu mijo? Sí ama, soy yo; era lo único que quería saber; cuídate, ¿vienes bien? Sí, voy bien… y ya me encamaron otra vez.

Otro día, como a las 10 de la mañana, había un chingo de soldados cuando me sacaron de la enfermería; soldados por aquí y por allá, había como unos ochos carros, tres adelante, cuatro atrás y yo en el medio, donde iba el capitán.

Ya en el avión, el “chaca” de la Naval me dijo: tú para mí no andabas en el tiburón; tú andabas pasando mota, pero si te hubiéramos agarrado con todo el colote, de todos modos te hubiera hecho el paro por lo que has sufrido, por la buena obra que hiciste con tu compañero; esa obra no cualquiera la hace; eso que hiciste de aguantar con el compañero y traértelo, compa, mis respetos; si hubieras venido como hubieras venido yo te hubiera hecho el paro, porque no cualquiera lo hace. Eso me dijo el “chaca”.

 

Puro mar…

Duramos como tres horas para llegar al aeropuerto de la isla. Íbamos el capitán, yo, otros compas y el muertito; ya lo llevaban en una bolsa. Pusieron soldados en fila, todo como una ceremonia; los carros también.

Al rato llegó el avión, grande, verde con gris; se despidieron llorando los batos, los navales; me dieron su direcciones, búscame para hacer algo; me decían que me podían ayudar, tomaron muchas fotos.

Ya me subí flanqueado por tres soldados; se tomaron las últimas fotos; nos subimos y yo iba a un lado del “chaca”… y por el otro, el cuerpo de Jorge. Me dijeron que si sentía algún dolor cuando se levantara el avión que les dijera; y ahí vamos; cuando se iba elevando me agarró un dolorazo del oído y hasta lloré pero no les dije nada; luego se me pasó. Duramos como tres horas volando: puro mar, puro mar, puro mar, puro mar…

 

Lo que son las cosas

 Iba viendo todo, pensaba en mi familia; en el sufrimiento que viví, en Jorge; en el pacto que hicimos para no tirarnos al mar si nos moríamos; porque yo también le había pedido eso, que si yo moría, él me llevara a la casa con mi amá.

Fíjese lo que son las cosas: yo no quería ir a ese viaje porque me acababa de robar una plebita de Navolato. Pero aparte yo ya había trabajado para ese señor y las cosas no habían salido bien. Entonces mandaron por mí y ya me fui a donde estaba la lancha ya cargada, lista. Mi mamá estaba enterada de todo, y mis tíos también. Ya estando ahí les dije: ¿saben qué?, yo no voy con este compa, o sea con el dueño; y alguien ahí me dijo que sí porque él ya había quedado con él y no lo iba a hacer quedar mal. Pues pa’ que luego ande hablando, como anduvo hablando la otra vez que dijo que me quedé con unos paquetes, que le robé… y ni me pagó el bato. No, no, a mí me pagó, tú hazle el paro; está bien pues, voy a ir, les dije, y ya de ahí nos fuimos.

 

Le decían el Diablo

Lloraba; entré en una situación muy desesperante desde que me subieron al atunero; no dormía, tenía pesadillas despierto; no sabía si era cierto lo que estaba viviendo, no quería dormirme porque tenía miedo de que al despertar todo fuera un sueño, porque ya había vivido eso muchas veces cuando soñaba que estaba en la casa, calientito, con mi amá, comiendo pan, tomado agua; tenía mucho miedo; duré como diez días para dormir.

Llegamos al oscurecer a Mazatlán y lo primero que me sorprendió es que había un chingo de carrozas de las funerarias que se peleaban el muerto, y ambulancias verdes, y la Cruz Roja… y yo arriba del avión, buscando, pero no veía a mi amá, a nadie de mi familia.

Y ya bajaron a Jorge y se lo llevaron a la funeraria que lo recogió. Y al rato no veía nadie pero vinieron por mí del hospital de la Naval; venía gente de México, me metieron pa’dentro y tampoco había nadie de mi familia; preguntaba por mi amá y nadie me daba razón. Ya cuando me pasaron a la camilla y me tenían con suero, llegó mi apá. Eran como las diez de la noche. Me dijo que mi amá venía de Manzanillo porque le dijeron que allá estaba… y ay viene pa’trás.

Lo primero que me preguntó mi apá fue de qué se murió el Diablo. ¡¿Quién?! El Diablo; ¡qué diablo! El Diablo. Así le decían a Jorge y yo no sabía. Pues se murió de hambre, de sed; se murió hace mucho, como más de un mes, le dije. ¿Y viene bien? Pues sí, viene normal, seco, se secó, nada más que cuando lo subieron al barco, los muchachos lo metieron a un tambo de 200 litros y lo llenaron de hielo y lo metieron a las congeladoras; entonces el bato se soltó y se empezó a despellejar, a aflojar la carne, pero venía bien, disecadito, seco, seco, completamente seco; yo creo que por tanta agua salada que tomaba. Cuando lo sacaron se quedó parado el cuerpo; estaba tostado, duro. Su papá lo recogió, no me dijo donde querían que lo enterraran, nomás quería que lo llevara con su familia. Luego supe que lo habían enterrado en Sánchez Celis, donde vivía su papá.

El 20 de agosto me vine al Castillo; del hospital naval me sacaron y me llevaron al Ministerio Público a declarar; fue solo una vez; ese mismo día me trajeron al Castillo en una camioneta de mi tío Ramón; yo me sentía bien y quería llegar al baile del 20 de agosto, Día del Ejido, pero antes de llegar a San Pedro se me acabó el aire; sudaba “machín”: quiero agua, quiero agua, les decía. Me bajaron y me metieron a un canal y por la misma piel bombeaba agua, por los poros; como que me había deshidratado. Y ya volví a revivir otra vez. Mi apá y mi tío se asustaron y decían que malamente me habían traído porque los marinos me decían que me quedara unos días más hasta que estuviera bien recuperado. Pero yo no, quería estar con la “plebe” porque me la acababa de robar. Después de eso le hice dos niños, son los dos que tengo con ella.

Cuando llegué al Castillo mucha gente fue a la casa; recuerdo bien que estaba sentado en la hamaca y un tío mío se me hincaba y me decía: perdóname hijo, perdóname, porque yo todo el tiempo le dije a tu madre que estabas muerto. Ella siempre dijo que estabas vivo pero yo no le daba esperanzas porque siempre pensé que habías muerto; perdóname, me decía, llorando fuerte.

Ahí me di cuenta de muchas cosas; de gente que sí lo quiere a uno; de gente hipócrita; de gente que decía: has de cuenta que volvió el diablo; miré caras de todas formas, gente que ni me mastica, de todas: aquí está otra vez este hijo de la chingada; y a los que les daba gusto verme. Fue el presidente municipal, el DIF me mandó despensas, me llevaban a checar con el médico.

 

Mi testimonio

Cuando ya me aliviané, le pedí a mi Dios que me ayudara a dejar el vicio del “cristal”.

Cuando andaba allá le decía: perdóname Señor, te prometo dejar el vicio y lo voy a dejar. Me acuerdo cuando andaba delirando, pensaba que agarraba el foco y ya que estaba a punto, llegaba un niño y me lo quebraba, y despertaba y decía: Señor, ayúdame, te lo prometo, lo voy a dejar pero sácame de aquí.

Cuando me le pegué a mi amá para venir a buscar otra vez la plebe que había dejado, volví a probar el vicio. A usted lo puedo engañar, a la gente, pero a él no; yo por eso nunca di mi testimonio; todo el tiempo me alejé de la gente que quería ayudarme con Dios, porque ya le había fallado a él; me alejé de la gente que me decía: vamos a ir a la basílica de Guadalupe para que des tu testimonio, o a Culiacán, a catedral, porque sabemos que Dios te mandó para que dieras tu testimonio.

Hasta ahorita estoy hablando. Yo sabía que a cualquiera podía engañar pero al Señor no. Esto que le estoy diciendo a usted es la verdad y nadie más que él y yo lo sabemos.

Reportaje publicado el 9 de abril de 2017 en la edición 741 del semanario Ríodoce.

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