Sigue el engaño de los enganchadores en el campo sinaloense

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Para miles de jornaleros del sur del país, el sueño no es americano. Es mexicano y está en Sinaloa. Aunque aquí, en los valles agrícolas que se extienden a lo largo del estado, son escasas las historias de éxito. Abundan, en cambio, las de marginación.
Hoy, el principal problema que viven los jornaleros agrícolas que llegan de estados como Oaxaca, Guerrero, Zacatecas, Veracruz, Michoacán y San Luis Potosí, es que vienen con engaños. Los llamados enganchadores, personas que llegan hasta sus pueblos para contratarlos, les prometen traerlos a Sinaloa para trabajar en el corte de tomate, berenjena, chile o pepino, con un sueldo de 250 pesos diarios, alimentación y alojamiento en campamentos con drenaje, agua y guardería.
Pero cuando están aquí los instalan en las llamadas cuarterías —galeras de cuartos de 2 por 3 metros sin servicios básicos— y les pagan de 50 a 120 pesos semanales, según los gastos que realizan en las tiendas de los campos agrícolas, en donde durante toda la semana les fían el pan, la Coca cola, el cuartito de arroz, a precios mucho más altos. Y en la raya se los descuentan.
Las empresas enganchadoras trasladan a los campesinos desde sus comunidades y los hacen firmar un contrato de tres meses, mientras que el pago por su trabajo se les da hasta finalizar el tiempo acordado. Mientras, se endeudan en las tienditas.
El coordinador de la Red de los Pueblos Indígenas, Crescencio Ramírez, explicó que el 40 por ciento de los jornaleros agrícolas llegan del sur bajo el esquema de las empresas enganchadoras, que son las que se encargan de pagar directamente al campesino, y muchas veces vulneran sus derechos, al no pagarles lo acordado ni otorgarles las prestaciones médicas que requieren. De esta manera, los campos agrícolas no se hacen responsables de ese personal.
El defensor de los jornaleros indígenas dijo que cada año confluyen en el estado alrededor de 40 mil jornaleros, de los casi 250 mil que emigran y regresan cada temporada alta. Se instalan en 170 campamentos concentrados en la zona centro, en los municipios de Culiacán, Navolato, Elota y Guasave.
En Villa Juárez, dentro del valle agrícola de Culiacán, llegan alrededor de 40 mil en los meses de noviembre, diciembre, enero y febrero que es temporada alta. Actualmente, en temporada baja, alrededor de 20 mil campesinos se quedan para trabajar en los invernaderos de la sindicatura. Y han hecho de Sinaloa su hogar otros 20 mil oaxaqueños, michoacanos o guerrerenses, cuyos hijos ya no quieren hablar su idioma original.

Juan López. Condiciones infrahumanas.
Juan López. Condiciones infrahumanas.

Ruta agrícola
A 15 kilómetros al sur de Culiacán, un entronque de la maxipista lleva a uno de los más grandes centros agrícolas. En el trayecto a Villa Juárez, bordean las cuarterías, los tractores, los depósitos de cerveza, los pequeños hangares que guarecen avionetas fumigadoras y los school bus, transportes escolares desechados de los Estados Unidos que sirven de transporte a los jornaleros.
Ahí vive desde hace 20 años Juan López García, cuando llegó con sus padres de Oaxaca a trabajar en el corte del tomate. Es uno de los 20 mil migrantes que llegó para quedarse. Ahora, como presidente del Frente de Unificación de Lucha Triqui, tiene un pequeño local en el centro de la sindicatura, perteneciente a Navolato, donde atiende problemas de los jornaleros migrantes.
Villa Juárez está rodeado de campos agrícolas: Alamito, La panza, Los ángeles, Salsipuedes, Oaxaca, Mula, Guerrero, san Luis, San José de Pénjamo, Tres Naciones, El porvenir, El nogalito, Santa Teresa, Estrella…
López García señaló que los principales problemas de los jornaleros se dan en las cuarterías, porque es ahí donde carecen de servicios sanitarios y de seguridad, además de que hay un elevado consumo de alcohol y droga como pegamento y cemento.
Pero lo que más me preocupa, dice el defensor indígena, es la forma en que se da la contratación de jornaleros, a través de empresas contratistas que se encargan del pago de los campesinos.
Expuso el caso de Martín, a quien trajeron de Oaxaca para trabajar en el campo Nogalitos por un lapso de tres meses, pero al mes lo despidieron sin pagarle un salario por el trabajo realizado. “Fuimos con la trabajadora social del campo y llamó a la contratista, pero insistía en que no le pagaría porque debía mucho en la tiendita. Luego de sacar muchas cuentas, con calculadora en mano, le dieron 700 pesos y con eso se regresó a su tierra”.
Cuenta que otro caso se dio en el campo Santa Teresa, donde tres familias fueron despedidas porque quebraron tres matas de chile “y también los contratistas les dijeron que ya no les debían”.
Hace un mes, el representante de la asociación civil envió una carta a los medios de comunicación nacional y a las autoridades de los gobiernos municipal, estatal y federal, para dar a conocer “los atropellos que sufren los jornaleros aquí en Sinaloa”.
A grandes rasgos, describe que “traen a gente de Veracruz, Guerrero, Oaxaca, Hidalgo y San Luis Potosí, contratada por tres meses y no les paga hasta concluir con el dichoso contrato” y hace un llamado “a la Secretaría de Trabajo, a los diputados locales que integran la comisión que se encarga de los migrantes en el Estado y a los integrantes de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas” para que volteen la mirada hacia los campos agrícolas de Sinaloa y paren los atropellos de los contratistas hacia los indígenas, uno de los grupos más vulnerables.
Juan López dijo que los jornaleros que laboran en los invernaderos tienen más suerte, “ellos viven en campamentos, les depositan con tarjeta de 700 a 950 pesos cada semana y tienen la posibilidad de comprar en los tianguis que se instalan alrededor de los campos, mientras que a los que llegan a través de los enganchadores les pagan en efectivo al concluir los tres meses del contrato y les descuentan todo”.
“Hay gente que no alcanza a liquidar su deuda en la tienda, y es una tristeza que la gente salga de su estado buscando trabajo y ni siquiera logre llevar algo de dinero a sus casas, y lo peor es que no conocen sus derechos y les da miedo protestar; es por eso que abusan de su condición”.
Cada fin de semana, los tianguis se extienden frente a los campamentos agrícolas. Ahí se acomodan los vendedores de ropa, de chácharas, de zapatos, de antojitos. Y no puede faltar el carro que en altavoz anuncia:
“¡para los niños chiquitos, delgaditos, que tienen manchas blancas, que están desganados, que no aprenden ni la A ni la O por lo redondo, o para la mujer en estado interesante que debe enfrentar el difícil arte del alumbramiento!”, los milagrosos frascos del tónico reconstituyente.

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