"¡Queremos ver a Gabo!", un grito de amor y despedida

Homenaje a García Márquez. La pasión de sus creyentes.
Homenaje a García Márquez. La pasión de sus creyentes.

Iván Páez
Lo que antes era una fila ordenada de admiradores y fieles lectores que esperaron por más de cuatro horas, terminó en una masa que intentaba tumbar la puerta del Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México, al grito de: “¡Queremos ver a Gabo!”.
Ni el cansancio, la lluvia y el aire que refrescó detuvo a los seguidores del Nobel colombiano, mexicano, latinoamericano…, que dejó el “realismo” para por fin disfrutar de lo “mágico” del añorado Macondo, mucho menos los iba a paralizar el discurso, en un homenaje, de alguien que “de seguro no conoce sus libros”, según una señora que, también gritó: “¡Peña ni siquiera ha leído la Biblia!”.
El recorrido para ver la urna con las cenizas de Gabriel García Márquez se terminaba ayer martes a las 19:00 horas, pero tres horas no fueron suficientes para quienes incluso estaban desde antes de las 4:00, cuando se abrieron las puertas al público: “¡No es justo, tenemos más de cinco horas esperando!”.
Algunos llegaban con flores amarillas, pero para los que no recordaron ese detalle, había quien las vendía, una por 15 pesos, o con suerte a 10, como ese señor de alrededor de 50 años, quien compró un rosal a punto de abrirse: “Es por el cariño. Yo  creo que ni a cinco mujeres les he regalado flores, en toda mi vida, pero esto es algo especial”.
Había quienes cargaban con la foto enmarcada que se tomaron con el escritor de Cien años de soledad, en alguna feria de libros o en un avión: “Esa novela, con la que ganó el Nobel, la escribió aquí en México. Se le ocurrió una vez que iba a Acapulco”, dijo el que acompañaba al que adquirió la flor.
En la fila, que iba desde el Hemiciclo a Juárez, en el pasillo entre la Alameda Central y Bellas Artes daba vuelta a la izquierda hasta Hidalgo, a la altura del metro, de donde la línea se devolvía a la calle del Benemérito de las Américas, y de ahí giraba para ponerse de frente a la Torre Latino y luego viraba hacia la entrada del Palacio, se veía desde niños que, tal vez, no han visitado Macondo, preparatorianos que quizá ya leyeron el obligado El Coronel no tiene quien le escriba, señoras que sueñan con un Aureliano Buendía, caballeros que se parecen al doctor Juvenal Urbino, hasta ancianos que de seguro en sus memorias tienen guardada a una jovencita triste.
Para algunos, la espera fue la oportunidad de encontrarse con un amigo, leer un cuento o un capítulo de alguno de los libros del mayor representante del realismo mágico latinoamericano, que las personas llevaban en ediciones viejas, especiales de aniversario, piratas, incluso firmados por Gabito; y quienes no contaban con un ejemplar, ahí podían conseguirlo a 50, 100 ó 150 pesos, dependiendo de lo conocido del título o del año de publicación.
La emoción de pasar, por mucho, por un minuto ante las cenizas, casi empujados por los elementos de seguridad, no se apagó jamás, sino lo contrario: aumentó cuando miles de mariposas tiñeron de amarillo el cielo de Bellas de Artes, al término del homenaje: “¿Serán de verdad? Pobres, se van a morir, porque está muy frío”.
Para entonces, ya después de las 9:00, la fila tenía más de media hora sin moverse; los pocos se fueron, pero la mayoría permaneció firme, como “frente al pelotón de fusilamiento”, y ante la sentencia de uno que pasaba y dijo que ya habían cerrado el Palacio, todos avanzaron y apoyaron el grito: “¡De aquí no nos vamos sin entrar!”.
“¡Queremos ver a Gabo!” y “¡Gabo, Gabo!”, no surtieron efecto. Al contrario, hicieron que la puerta se cerrara, pero: “¡Portazo!”, “¡Chaparro ignorante!”, “¡Todo por el enano ese!” y “¡Falta de respeto!”, lograron que se abrieran de nuevo, y se escucharan los aplausos y los “¡eeeeh!” Por eso, cuando uno gritó: “¡Gaviota, tu esposo es un idiota!”, hubo muchos “¡shht¡” temerosos de que la represalia fuera no dejarlos pasar. De suerte, alguien disimuló con: “¡Gabo, Gabo!”, y todos lo apoyaron, como disculpándose.
Nadie se quejó de que las cenizas ya no estuvieran ahí a las 10:00 de la noche, el hecho de hacer una media luna de la puerta izquierda a la derecha del Palacio, recorriendo, en el interior, el atrio en el que permanecían la base que sostuvo la urna, las coronas que mandaron Raúl y Fidel Castro “a un gran amigo de Cuba” y “al amigo entrañable”, las cientos de flores individuales y pequeños ramos en el suelo, que llevó el pueblo de México, fotografías con la leyenda: “Gabriel García Márquez, 1927-2014”, y un dueto que tocaba ballenatos, fueron suficientes para que las sonrisas y los flashes de las cámaras no se apagaran.
Una vez afuera, tampoco a nadie decepcionó ver el suelo tapizado de las mariposas amarillas de papel china que antes volaron alrededor del edificio, más bien fue la recompensa por la espera: ahora se añejarán entre las páginas de Doce cuentos peregrinos, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera, La hojarasca, La mala hora, Vivir para contarla
 
 
 
 

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