Nueva York.- El Tololoche tiene problemas para dormir. O al menos eso dijo en su testimonio cuando le preguntaron por qué había buscado atención psicológica durante el tercer día de su testimonio en la corte federal de Nueva York. Después de tres atentados para asesinarlo a puñaladas en el 98, Miguel Ángel Martínez Martínez fue trasladado del Reclusorio Preventivo Oriente al Reclusorio Preventivo Sur, donde sufriría el cuarto atentado.
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Cuando el Tololoche conoció a Juan José Esparragoza el Azul en el Reclusorio Preventivo Sur, probablemente no se imaginó que él terminaría en la misma cárcel. En ese día de los 80, mientras disfrutaban de una fiesta con un bufet de langosta, codorniz, sirloin, coñac y whisky en la celda del narco, mucho menos aún se imaginó que casi 10 años después, un asesino a sueldo lanzaría dos granadas en su celda para intentarlo matar.
La noche anterior al cuarto ataque, afuera del reclusorio, el Tololoche escuchaba una banda de viento. “Estaban tocando una canción que le gustaba mucho al señor Guzmán”, recordó, “y la empezaron a tocar una tras otra vez… como 20 veces”.
A la mañana siguiente, un hombre aventaría dos granadas a su celda mientras un helicóptero sobrevolaba la prisión. Martínez Martínez, viendo al atacante desde un espejito al interior de su celda, se salvó aventándose “cabeza pa’ atrás” hacia el baño, donde había una bardita que lo protegió de las explosiones.
La misma noche de su testimonio en el juicio contra Guzmán Loera, desde algún lugar de Nueva York, Eduardo Balarezo, uno de los abogados del Chapo tuiteó una liga al corrido descrito por el Tololoche. “Ramón Ayala – Un Puño de Tierra“, leía el tuit. Ésta no era su primera publicación relacionada con el juicio. Anteriormente, Balarezo había tuiteado sus sospechas sobre la muerte de Héctor Beltrán Leyva en el Altiplano e incluso comentarios chuscos sobre la estatuilla de Jesús Malverde, vista en el cuarto de conferencias de los abogados.
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Los tuits tuvieron como respuesta una moción de la fiscalía, solicitando la amonestación del abogado por interferir con un proceso de juicio justo. Las tensiones entre el equipo de la defensa y la fiscalía han aumentado en los últimos días. Desde los alegatos iniciales de Jeffrey Litchman, la fiscalía ha presentado mociones para limitar el uso de evidencia que los abogados de Guzmán Loera pretenden usar para comprobar la corrupción gubernamental en las esferas más altas de la política mexicana.
Antes del contrainterrogatorio al Tololoche, la fiscalía intentó evitar que el abogado de la defensa William Purpura utilizara el polvo blanco de un paquete de edulcorante para demostrar cuánto era un gramo de polvo, e invitar al jurado a multiplicar ese montículo de polvo blanco por cuatro: la cantidad diaria de cocaína que consumió Martínez Martínez durante 15 años, ocasionándole una perforación del tabique que requirió un injerto de cartílago para conservar su nariz. El Juez Cogan permitió que Purpura utilizara el sobrecito de Splenda, y la imagen de montículo de polvo blanco se proyectó en las pantallas de la sala bajo la mirada ensombrecida del testigo.
La fiscalía también presentó una moción para sancionar al equipo de abogados del Chapo después de que su esposa, Emma Coronel Aispuro, fuera vista al interior de la corte con un celular en contra de las medidas de seguridad. En respuesta, los abogados de la defensa solicitaron entrar a la sala 8D con cafés, un privilegio que sólo se le había concedido al equipo de la fiscalía, aludiendo a “un trato equitativo”.
Mientas las tensiones entre los equipos de abogados aumentan, hay quienes empiezan a cuestionar el uso de los testigos cooperantes como base de la evidencia de la fiscalía. El juicio que durará cuatro meses, lleva apenas tres semanas, y la fiscalía ya ha mostrado un desfile de narcotraficantes ofreciendo detalles gráficos sobre una variedad de crímenes viles a modo de confesionario. A cambio de sus testimonios, el gobierno estadounidense les ofrece una recomendación para la reducción en sus sentencias, con el fin último de lograr darle una sentencia más larga a otro narcotraficante más.
El tercer testigo de este tipo en ocupar el estrado, causó incluso temor en la sala. Juan Carlos Ramírez Abadía, Chupeta, conoció al Chapo en un hotel de la Ciudad de México hace casi 30 años. Juntos, traficaron al menos 400 mil kilogramos de cocaína a Estados Unidos entre 1990 y 2007. Guzmán Loera, dijo el testigo, rompió records al reducir el tiempo de cruce por la frontera, de meses a una semana. El servicio del acusado era especialmente eficiente por lo bien aceitada que tenía la cooperación de funcionarios públicos y agentes policíacos, quienes ayudaban incluso a descargar los paquetes de droga. No por nada los colombianos le decían el Rápido.
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Chupeta, quien usaba guantes por una condición médica, relató también los 150 asesinatos que llegó a ordenar. Hasta entre criminales hay diferencias. Ningún otro testigo cooperante confesó haber asesinado o mandar asesinar a nadie. Puede ser que el Tololoche tenga problemas para dormir, pero Ramírez Abadía, con la cara deformada tras cuatro cirugías plásticas para cambiar su apariencia y evitar su arresto, pareció disfrutar su narración del asesinato que él mismo cometió, disparándole a su víctima en la cara.
Artículo publicado el 2 de diciembre de 2018 en la edición 827 del semanario Ríodoce.