La primera experiencia que dejó atónito a Enrique Hubbard Urrea como Embajador de México en Filipinas, fue la de verse comprometido a cantar en un evento oficial luego de concluir su discurso pues así lo dicta la costumbre en ese lugar.
Le fue sugerida la de “Historia de un Amor”, aquel bolero con el que enamoró Pedro Infante en la época de oro del Cine Mexicano, pues es tal su popularidad y arraigo en Filipinas, que la gente cree que es originaria de ese país e incluso la cantan en español, relató el Embajador.
Acompañado por un trio, el rosarense canta y tiene un coro multitudinario de filipinos que siguen en la creencia que esa canción es de ellos.
“Así, con esa imagen en mente, piensen como es que se siente uno de impresionado cuando llega uno allá y encuentra estas costumbres, estas tradiciones, estas profundas raíces mexicanas”, comentó Hubbard Urrea durante la presentación de su libro.
Las extraordinarias coincidencias entre ambas culturas que prevalecen a pesar de que desde que México se independizó dejó de haber contacto con ese país, no dejaron de asombrar a los asistentes.
El dato registrado por el diplomático, sobre la fecha en la que un presidente de la República Mexicana hizo una visita oficial, es de 1964 con Adolfo López Mateos quien encabezó la última visita de Estado.
Titulado “Las Islas Mexicanas del Pacífico”. Testimonio de un diplomático mexicano en Filipinas, es el ejemplar que tuvo como comentaristas a José Ángel Pescador Osuna y a Emilio Goicoechea Luna.
Ambos expusieron con calidez y camaradería, el contenido del libro, en el que apenas con 150 páginas, se relata la estancia del Embajador por el archipiélago filipino.
Pescador Osuna deleitó y dio cátedra con su experiencia y describió no sólo el contenido anecdótico, sino la riqueza histórica y cultural que hay en cada página.
A Hubbard Urrea le divierte todavía el haber encontrados personas que se refieren entre sí como “compa” y “tocayo” en el idioma tagalo, aunque los mexicanos lo escuchen en español.
Se desconcierta también al reconocer que la cultura mexicana es inmensa, pero no existe un lugar donde pueda consumir un platillo con picante porque a los filipinos sencillamente no les gusta; no existen los limones, a cambio son utilizadas las naranjitas verdes para sustituírlos.
Cada detalle e indicio mexicano adoptado al estilo filipino, también fue observado por Goicoechea Luna, quien calificó como una gran virtud el haber concentrado en tan pocas páginas, tanto contenido.
La anécdota de los burros en Filipinas, que por momentos pareció una broma de Pescador Osuna, dejó de serlo al ser relatada por el Embajador.
La inexistencia de estos animales los obliga a utilizar como bestias de carga al carabao o búfalo, pero es lento, pesado y de costosa manutención, por lo que un día, el líder de la cámara de diputados hizo una propuesta al Embajador mexicano; ingresar al país 50 parejas de burros.
La inusual y entusiasta petición tenía como objetivo estrechar los lazos entre México y Filipinas, desde el punto de vista el diputado, pero la situación enganchó al diplomático en una peculiar búsqueda.
Hubbard Urrea relató cómo fue la odisea de investigar en qué lugares de México había criaderos de burros, pues el diputado quería que los animales llegaran a Filipinas en un navío desde Acapulco hasta Manila y que fueran recibidos con bombo y platillo al momento del desembarque, por lo que debían ser animales agraciados.
La historia está relatada en el libro y como bien dice su título, es el testimonio de un diplomático mexicano en Filipinas que ilustra y transmite la enseñanza de quien las vivió y sabe contarlas.