La ceguera social

 

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Discapacitados visuales, a ellos nadie los ve

Viridiana sostiene con su mano izquierda un micrófono. Canta. Las notas de su voz entonan una canción en el verano culichi: “pasa ligera, la maldita primavera, pasa ligera”. Ella es invidente y se gana la vida cantando, es su único sustento, su trabajo.

Sentada sobre un banco, con su mano derecha busca en un recipiente las monedas que los transeúntes le dejan al pasar. “Pasa ligera, me maldice sólo a mí”, entona sobre la esquina de Ángel Flores y Álvaro Obregón, en pleno centro de Culiacán.

Ella nació en Celaya, Guanajuato y vive en unión libre con su pareja, quien también es ciego. Ambos se ganan la vida cantando en las calles, pues no tienen un empleo formal. Viridina hace una pausa y acepta platicar:

“Yo de hecho empecé a trabajar en este campo hace aproximadamente cuatro años, ya que yo no salía de mi casa para nada, yo era una persona como quien dice muy sobreprotegida. Hace un tiempo llegó mi pareja de Venezuela y él trabajaba en este campo, entonces él fue quien realmente me impulsó a este trabajo”.

En Culiacán no existe un dato reciente o exacto, pero según la comunidad de ciegos y débiles visuales, son alrededor de 485 las personas que tienen esta condición.

El dato duro lo respalda María Santa. Caminando entre un tumulto de gente, se para frente al atril en el salón de Cabildos, durante la sesión abierta que organiza el Ayuntamiento de Culiacán. Sonríe, ubica el micrófono y se expresa. Su voz tersa hizo honor a sus estudios en locución, oficio del cual tiene estudios, pero no un trabajo.

La estadística más reciente realizada en por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) data de 2010, y señala que las personas que tienen algún tipo de discapacidad son 5 millones 739 mil 270 en México.

Y en el atril, María no pide limosna ni ayuda, ella pide condiciones, pide vivienda y empleo, no dádivas.

“Yo vengo representando a la comunidad de ciegos y débiles visuales, porque la mayoría de nosotros trabajamos en la informalidad, es decir, no trabajamos en una empresa que nos ofrezca Seguridad Social, que nos ofrezca Issste y por ende no cotizamos en Infonavit ni en Fovissste, entonces por eso es que vengo a pedir no que nos regalen, porque estamos luchando por igualdad, se trata de ganárselo, pero que nos abran un poquito el camino”.

Con seis años de casada, María Santa es ama de casa. Tiene un título como profesional de la locución y dice tenerlo solamente de adorno. Desde niña tuvo esa inquietud. Comenzó a ir a la escuela a los 11 años para sus estudios de primaria, ya que antes de ello se refugiaba en su casa escuchando la radio y creció con la idea de ser locutora, por lo que se marchó a la Ciudad de México a perseguir su ilusión.

Ella es originaria de Michoacán, y en México, durante sus estudios, conoció a su ahora esposo, Carlos Enrique, quien es técnico en rehabilitación física y masoterapia. Explica que él labora en la informalidad, sus ingresos dependen de sus clientes, y no tiene acceso a un crédito hipotecario como el común de las personas.

“La mayoría de nosotros no contamos con 70 mil, o no sé cuánto pidan por un enganche, pero no es una cantidad chiquita, entonces por eso vine a hacer esta petición. La mayoría de nosotros vivimos en casa de renta y bajo condiciones del arrendatario”.

A pesar de sus estudios, María Santa es desempleada y no tiene acceso a un crédito hipotecario.

“Creo que todos tenemos ese derecho como ciudadanos… el derecho a la vivienda y para nosotros es lo doble de difícil que para la mayoría de las personas que gozan de sus ojos, de sus brazos, sus piernas, de todos sus sentidos, de todo su cuerpo, porque yo le aseguro que si ahorita usted y yo nos vamos a buscar un empleo, agarramos una pala para limpiar el monte y una escoba, a usted le van a dar el trabajo; si nos vamos al mercado a pedir trabajo lavando platos, a usted se lo van a dar y a mí no, porque siempre argumentan ‘es que tú no ves, cómo lo vas a hacer’, entones por esa desigualdad yo me vi en la necesidad de venir a pedir esto a nombre de todos mis compañeros”.

María Santa depende directamente de los ingresos de su esposo, Carlos Enrique, quien también es ciego y tiene estudios en masoterapia y rehabilitación física. Sin embargo, sufragar sus gastos es a veces difícil. Sin un empleo fijo, se mantienen con el trabajo diario.

“Ahí va saliendo. Con el trabajo de algún modo, pues va saliendo, tengo mis pacientes y eso, lo que sí es un poco difícil es que no tengo una quincena segura, es conforme a mis pacientes y ahí va saliendo”.

Y la historia se confirma con Viridiana, quien con sus estudios básicos en música, encontró en cantar en la calle una manera de subsistir, pero sin ninguna prestación. Ella, al igual que la mayoría de las personas con debilidad visual o ceguera, no tienen acceso a créditos hipotecarios ni a servicios básicos de seguridad social.

Al final de la plática, hace una reflexión: “Nosotros somos la discapacidad menos vista tanto por parte del gobierno como por parte de muchas instituciones, o sea, casi todo es como para sillas de ruedas, sordomudos, muchas otras discapacidades, entonces nosotros gracias a Dios podemos poco a poquito sostenernos, pero hay quienes no”.

 

 

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