Vivir en el odio

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“… ya la experiencia nos indica que nada hay más
humano que la crueldad sin tope ni razón”
Xavier Velasco
Doña Panchita, vecina que vivía en la casa contigua a la de mis padres, decidió un buen día que deseaba visitar Israel. Cuando se enteró su hijo, quien también vivía en la cuadra con su familia, trató de convencerla para que desistiera. Tras escucharlo, y sin darle mayor importancia al asunto, le respondió: “Ay mijito, esos se han estado peleando desde antes que yo naciera y lo seguirán haciendo cuando me muera”. Doña Panchita tenía razón.
El conflicto entre Israel y Palestina, desde Sinaloa, parece lejos, muy lejos. Pero el dolor, el sufrimiento, la muerte, en particular de niños, nos confronta e interpela de manera personal.
Ojalá este fuera un conflicto en el cual de forma inmediata pudiéramos identificar a buenos y malos. Pero como todas las confrontaciones a lo largo de la historia demuestran, parece ser más complicado de lo que parece.
Todos sabemos que al finalizar la Segunda Guerra Mundial se buscó dar un territorio en el cual se asentara la nación judía, que tanto daño y pérdidas, humanas, culturales y materiales había sufrido, en particular a manos de los alemanes nazis.
Para rectificar esta injusticia se les dotó de un espacio de territorio en Medio Oriente. Tal vez alguien supuso, olvidó o aceptó olvidar que esa zona no estaba deshabitada. Ahí vivía el pueblo palestino.
A partir de ahí todo ha sido conflicto, incluso los pasitos hacia la paz desembocan en guerra. Golda Meir, Anwar El Sadat, Moshé Dayán, Múnich 1972, la OLP, el Achille Lauro, Entebbe, Yassir Arafat, Menahem Begin, Campo David, la Intifada.
Son muchos años y la paz no llega. Tal vez la paz nunca haya sido el objetivo colectivo. Tal vez siga siendo más importante descifrar y asignar culpas desde el inicio de los tiempos. Desde Engelberto de Tournai y Balián. O antes.
Así como existe la educación para la paz y en la paz, así encontramos también la educación para la guerra y en la guerra. Y se retroalimenta de los discursos del agravio, la rabia, la furia y el odio. Sean estos discursos políticos o religiosos. Se genera así una cultura de antipatía hacia los otros, los diferentes, a quienes se desea el mal.
Y en nuestros días eso significa la posibilidad de que los mensajes de odio lleguen a las redes sociales, como lo descubrió el periodista canadiense David Sheen al efectuar el pasado 10 de julio una búsqueda en Twitter de la palabra “aravim”, árabe en hebreo.
Entre los tuits que subieron jóvenes mujeres israelíes encontramos: “Muerte a estos pinches árabes”, “Les deseo una muerte dolorosa a los árabes”, “Desde el fondo de mi corazón, deseo que les prendan fuego a los árabes”, “Al final no habrá más árabes, Dios mediante”.
No creo que debamos rasgarnos las vestiduras, pero tampoco podemos pasarlo por alto. Tanto en Gaza como en Cisjordania, en toda Palestina e Israel, la vida cotidiana obliga a convivir con la violencia y la agresión. Una forma de reaccionar es el odio.
El problema es que odiar, hasta el momento, no ha solucionado absolutamente nada. Al contrario, proporciona el humus sobre el cual se cosecha, de nuevo, más violencia y agresión. “Ódialo tú también” le dijo Martin Riggs al sargento Murtaugh en Arma Mortal, cuando éste le confió que algunos días pensaba que Dios lo odiaba. Mal consejo, el odio correspondido se regenera hasta el infinito.
Y es esto lo que permite tomar las decisiones que culminan en acciones de guerra que provocan la muerte de israelíes y palestinos. Más de 200 víctimas al momento en que leas esta nota paisano. Incluyendo cuatro niños palestinos asesinados el 16 de julio mientras estaban en una playa en Gaza, cuando un buque de la armada israelí les lanzó varios proyectiles.
En 2001, Joe Sacco escribía en una especie de epílogo a la edición completa de su obra Palestine: “Palestinos e israelíes continuarán matándose unos a otros en conflictos de baja intensidad o con violencia aplastante (terroristas suicidas, helicópteros artillados y bombarderos jet) hasta que el hecho central, la ocupación israelí, sea considerada como un tema de derecho internacional y de derechos humanos”.
Shalom paisana.

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