Los Valadés y la ignorancia de Malova y Felton

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Si hay una familia que ha dado lustre a Sinaloa en el mundo del periodismo, la cultura, la política y la academia, como en Puebla son los Serdán y en Durango los Revueltas, esa es la de los Valadés, como bien lo sostiene Faustino López Osuna.

Y no le falta razón al autor del Himno de Sinaloa y Premio Sinaloa de las Artes. La estirpe de los Valadés viene de muy lejos y está vinculada a la historia del estado.

Juan Jacobo fue un médico de una sólida formación liberal que defendió Mazatlán durante la invasión francesa del siglo XIX.

Uno más fue el periodista José Cayetano Valadés, tío homónimo de quien se identificaría como José C. Valadés, quien fundó y dirigió el periódico La Tarántula y fue asesinado por órdenes del entonces gobernador Francisco Cañedo para apagar las críticas severas que lanzaba contra el gobierno de Porfirio Díaz.

El relevo lo tomaría Francisco Valadés, quien junto con otros periodistas, de la talla de Amado Nervo, Juan José Tablada y Heriberto Frías, fundaron el periódico  El Correo de la Tarde, un medio que rápidamente se transformó en referencia obligada del periodismo sinaloense. Su talante crítico y vocación antidictatorial le ganaría la animadversión del círculo del poder que lo persiguió en su desempeño.

Más todavía, en las elecciones de 1909 estuvo impulsando la candidatura para gobernador de José Ferrel, primo y uno de los suyos en El Correo de la Tarde. A la derrota de Ferrel, que tiene ingredientes de fraude electoral, Francisco Valadés se traslada a la ciudad de México donde participa activamente en la lucha contra Díaz. Allá moriría.

Su hijo José C. Valadés continuaría en la línea del periodismo crítico y sería además promotor de organizaciones sociales y políticas, entre las que destacan la Confederación General de Trabajadores y del grupo promotor del Partido Comunista Mexicano en 1919, al que abandonó en 1925. No obstante, su búsqueda de la justicia no cesó, y fue pilar para la formación de la Federación de los Partidos del Pueblo de México.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial viaja a Europa y el norte de África. Y regresa a Mazatlán, donde se dedica de nuevo al periodismo con El Correo de Occidente, donde dirige la crítica en contra del entonces gobernador Pablo Macías, a quien acusa de estar detrás de la muerte del General Rodolfo T. Loaiza, en uno de los patios del Hotel Belmar en el Paseo de las Olas Altas con el brazo ejecutor del matón, el Gitano.  Muere en los albores de 1976 en la Ciudad de México.

Pero los Valadés no se agotaron en ellos. Está el músico Fernando Valadés, nuestro Agustín Lara, quien pese a su invalidez o quizá por ella, le cantó al amor con devoción y produjo canciones como Una noche más o Mala muy mala, entre muchas otras, lo que le mereció que se montara una escultura en su honor en el Paseo de Olas Altas.

Está también Miguel Valadés, quien fue cronista del puerto de Mazatlán durante muchos años y pilar para el rescate de piezas arqueológicas de la cultura totorame y la preservación del juego  prehispánico de la Ulama. Tuve el honor, como presidente de la Sociedad Histórica Mazatleca, de develar una placa donde fue su domicilio, en el Centro Histórico.

Y, sin duda, se encuentra quien es considerado el mayor constitucionalista que tiene el país: Diego Valadés Ríos, quien con un vasto curriculum académico le dio lustre a El Colegio de Sinaloa y siempre, cuando se le solicita, está dispuesto apoyar a las instituciones académicas. Yo mismo me vi favorecido con un artículo de su autoría para un libro sobre México que me tocó coordinar con el politólogo Manuel Alcántara y que publicó la Universidad de Salamanca en 2009.

Viene este recuento de la estirpe de los Valadés por dos hechos de autoridad que han ocurrido recientemente de escaso respeto por esta familia y que Faustino López Osuna, ha dado a conocer en un artículo que publicó recientemente en la prensa local. Me refiero al cambio de nombre de una avenida de Culiacán que llevaba por nombre el de Diego Valadés y que ahora se le ha puesto el de Francisco Labastida Ochoa, un ex gobernador que se  distinguió por su impulso a la cultura, hermano de un gran poeta y ex Presidente de El Colegio de Sinaloa. Lo lamentable ha sido que lo haya aceptado sin más, cuando en lugar de distinguirlo lo demerita.

Lo otro es cómo el área donde se encuentra la estatua de Fernando Valadés, el gobierno municipal la convirtió en el depósito de las letrinas públicas para los festejos de Carnaval.

No hay sentido de la proporción y del bochorno.

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