Las dinastías panistas


Sylvia Treviño sale al quite de quienes acusan a los barones panistas de promover a sus esposas e hijas a cargos de elección popular, sacrificando el derecho de militantes de larga trayectoria.

Dice que comprende el malestar de sus correligionarios, y seguramente la crítica de los ciudadanos, que ven en estas formas patrimonialismo y poderes dinásticos. Pero, afirma, cada quien su trayectoria.

Yo tengo mi trayectoria en el partido y me merezco la promoción para ser compañera de fórmula al Senado de la República.
O sea, a las otras esposas e hijas, que se les mida por lo mismo.

Hasta aquí el argumento parece razonable, cada persona vale por lo que es, por lo que haya hecho con su vida, trabajo, aspiraciones y ambiciones.

Pero ¿hasta dónde se puede desprender ella del poder de su marido en el Partido Acción Nacional (PAN?), de alguien que ha sido diputado federal, local y alcalde, o dicho de otra manera, ¿qué ha hecho ella para que la gente diga es Sylvia, la independiente de su esposo?

O peor, que esa misma gente diga hasta donde es corresponsable de muchas decisiones que tomó su marido y que terminaron siendo motivo de cuestionamientos severos y pedidos de investigación por el mal uso de los recursos públicos.

Porque el malovismo de Carlos Felton es del dominio público y aquella corriente está construida con todo tipo de trapacerías para hacerse de dinero público. Hacer de la función pública, un asunto privado, de acumulación.

Si no, que lo digan Esperanza Kazuga y Humberto Becerra, quienes como regidores priistas documentaron los negocios que hizo con la renta de autos, la compra de las letras Mazatlán, etc.

¿Acaso, no se enteró, o como diputada no tuvo en sus manos el expediente que al menos ameritaba una investigación a fondo del Congreso, pero no se excusó de votar, votó a favor de la cuenta pública de su marido? Entonces es ahí donde ya no cuadran las cosas.

Se es Sylvia para las candidaturas, pero se es Felton para cuando se trata de transparentar los dineros públicos.
Es uno de los problemas que tenemos como sociedad, la doble moral, la apuesta al olvido, la idea de que en política se puede hacer de todo sin consecuencias.

Que la ética tiene límites familiares y cómo no, si al final, si hay beneficios éstos caen en las cuentas privadas, en los consumos, los deseos cumplidos.

Quizá por eso y más, es la continuación en la política partidista, que da todo mientras se va pisando a los que no tienen poder en el partido, los de abajo, los que hoy levantan la voz y dicen un ¡ya basta!

Y es que a ellos no les falta razón, han visto cómo su partido se ha desdibujado hasta parecer una caricatura de lo que fue en los tiempos donde los ideales marcaban sus ritmos, sus tiempos, sus luchas, sus candidaturas, el ejercicio público.

Y mucho de ese desdibujar se encuentra en la transformación de una organización de cuadros preparados, a la que hoy estamos viendo en la lucha por la sobrevivencia presupuestal de unos cuantos, de los mismos de siempre, que dejó de importarles el partido para concentrarse en sus ingresos, los beneficios y halagos de la política.

Es por eso qué ahí están los Higueras, los Felton, los Xóchihua, los Rojo o los Burgos, en las nominaciones a las candidaturas locales y federales.

Y en las contiendas siguientes, es seguro permanecerán en ellas, y es que no hay circulación de las élites panistas, como sí las vemos en otras formaciones que estimulan la participación de los jóvenes y mujeres (no hijos y tampoco esposas), en los cargos partidarios y de representación política.

O sea en el PAN sinaloense se vive paradójicamente una singularidad, ante la caída electoral en los últimos procesos por alguna razón se ha consolidado penosamente el patrimonialismo familiar.

Vamos, siendo justos, es el mismo síndrome que vive el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y Movimiento Ciudadano (MC), que no se quedan entre ellos los mejores sino los que buscan medrar de lo poquito, de las menudencias del reparto de un pastel.

Y eso es un daño que se le ha ocasionado al PAN, con estas prácticas patrimonialistas, que por supuesto no las salvan las expresiones de trayectoria e independencia que esgrime la diputada Sylvia Treviño y la gente no se equivoca cuando la identifica como la “esposa de Felton”. ¿Cómo?

Artículo de opinión publicado el 11 de marzo de 2018 en la edición 789 del semanario Ríodoce.

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