La policía de la mente

El pasado 18 de diciembre en Zaragoza, España, un juez ordenó que se llevara a cabo una prueba de “registro cerebral” al indiciado Antonio Losilla Longares, quien lleva un año en prisión y es sospechoso de haber asesinado a su esposa Pilar Cebrián, de 51 años, quien desapareció en abril de 2012 y Losilla no presentó la denuncia hasta pasado un mes, de acuerdo con información del sitio Neurolab. A esto se suma el hecho de que aparecieron restos de sangre en el garaje del domicilio. A la fecha, el cuerpo no ha aparecido y la policía no cuenta con otros datos que acrediten el destino de la mujer.
En nota del 15 de diciembre escrita por la periodista Patricia Peiró para El País, se explica que la investigación había llegado a un punto muerto. Entonces la casualidad entró en acción. Un neurofisiólogo jubilado, el doctor José Ramón Valdizán, se cruzó en un pasillo de un hospital con la sicóloga forense del caso y le habló de la técnica llamada Potencial de Evocación Cognitiva.
El test parte del hecho de que el cerebro es un gran almacén de información y con esta técnica se puede descubrir si un probable responsable almacena en el suyo los detalles de un supuesto crimen. Verás paisano, existe una onda cerebral llamada P300 que es en realidad un impulso eléctrico que el cerebro emite 300 milisegundos después de que se le ha formulado una pregunta. Si el individuo recuerda el hecho por el que se le interroga, la onda es más alta que si tiene delante algo novedoso.
Cuando se mide la actividad eléctrica en el cerebro de una persona, existen una serie de señales, denominadas potenciales evocados, que aparecen en determinadas circunstancias. La señal llamada P300 se considera un potencial de reconocimiento, una manifestación de que nuestro cerebro ha reconocido algo en forma automática. Debido a la rapidez con la cual se presenta el reconocimiento, se considera a la señal como no manipulable.
La detección de este tipo de señales se utiliza, por ejemplo, en el diseño de dispositivos para facilitar la vida a personas que presentan problemas de movilidad. Si una persona paralizada hasta del habla quiere comunicarse, una computadora pasa delante de sus ojos un listado de símbolos o letras y la señal P300 se activa cuando pasa el signo que quiere utilizar.
El empleo forense de esta técnica tiene su antecedente en las investigaciones del científico norteamericano Lawrence Farwell, quien la denominó “Huella dactilar cerebral” (Brain fingerprinting). En los EE.UU. la técnica fue declarada admisible por una corte en 2011 en el juicio de Terry Harrington contra el Estado de Iowa.
Volviendo al caso español, el juez obligó a Antonio Losilla a someterse a la prueba, pues inicialmente se había negado y también desestimó los argumentos de su abogado quien expresó que el test constituía una vulneración del derecho de todo acusado a no auto incriminarse. La prueba consistió en ponerle ante una serie de preguntas que solo el autor del crimen debe conocer y observar su actividad cerebral. Aún no se conoce el resultado.
Desde el punto de vista técnico, los tests que implican la detección de la señal P300 tienen limitaciones. El método detecta las respuestas cerebrales de procesamiento de información que revelan la información que se almacena en el cerebro del sujeto. Pero no detecta cómo llegó esa información ahí. Este hecho tiene implicaciones respecto del cómo y cuándo puede aplicarse la técnica.
Por ejemplo, si el inculpado posee información del caso en virtud de haberlo presenciado como testigo, su reacción mediante la señal P300 no implica necesariamente se responsabilidad. O bien, si admite las circunstancias de tiempo y lugar pero no así la intención criminal, será imposible atribuirle culpabilidad mediante esta técnica.
Además, expertos consultados por el sitio web Neurolab expresaron serias dudas sobre el margen de error de la prueba. Para calibrar la señal cerebral de un sujeto se necesitan largas series de tests no relacionados con lo que se investiga, antes de poder proceder al registro preciso de la señal. La posibilidad de alterar el resultado, además, es real. El sujeto puede introducir señales falsas con procedimientos sencillos como parpadear, mover un pie o cambiar sus tareas mentales, o sea, pensar de determinada forma en las imágenes que le ponen, para dar una lectura falsa en el registro.
No obstante, la que tal vez sea la objeción fundamental a esta técnica tiene que ver con la crítica al supuesto sobre el cual opera: el cerebro registra objetivamente los hechos que presencia, sin interpretarlos. Lo cual, por supuesto, es mentira. La actividad cerebral no es el testigo fiel de lo que ha hecho una persona. Bajo determinadas circunstancias un sujeto puede auto convencerse de que es culpable y, en consecuencia, daría una lectura falsa en el encefalograma.
La Ciencia, paisana, a pesar de todos sus avances, aún no puede sustituir a los tribunales en su tarea de emitir el juicio de culpabilidad de una persona. Aún no llegamos a la era de los jueces-robot…aún.

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