Cerrar el caso

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“Lleva tiempo que salga a la luz lo que ha sido borrado.”  Patrick Modiano. Dora Bruder.

 

 

Para un gran número de personas la investigación criminal es un proceso fascinante. De ello dan cuenta las incontables películas, libros y series de televisión cuyos protagonistas son policías o detectives. Algunos tan famosos que se vuelven parte de nuestra cultura, como Sherlock Holmes, Kostas Jaritos, Philip Marlowe, Kurt Wallader, Edgar el Zurdo Mendieta o Andrea Mijangos.

 

Siguiendo sus aventuras recreamos una necesidad de domar la violenta realidad de nuestro mundo a través de la razón. En la detección de pistas, interpretación de evidencias y sobre todo la identificación del culpable, empleamos la mente para castigar al delincuente y restablecer la paz horadada.

 

En su ensayo La Novela Policial. Un tratado filosófico, Siegfried Kracauer nos dice que el criminal, como el crimen, no es más que la negación de lo  legal, alguien que altera el desarrollo normal de la sociedad sin estar contenido en ella. Y desde el principio de su obra nos aclara que a la novela policial no le interesa reproducir la realidad, sino imponer sobre ella el intelecto, deformándola y reduciéndola a un artificio útil para la narración del autor.

 

A la investigación criminal auténtica no le es ajena la construcción de discursos narrativos, ya que los informes policiales y los expedientes de averiguación previa o de procesos penales cuentan con historias y argumentos.

 

Si investigar es plantear hipótesis, es decir, establecer posibilidades que expliquen con congruencia qué fue lo que pasó y por qué; así como elegir entre todas las hipótesis aquella que resulte la más completa en función de las pruebas recabadas, entonces investigar es, al menos en parte, decidirse por el mejor relato.

 

Aquí, en el punto donde convergen la narrativa oficial y la narrativa literaria, las técnicas de investigación operan bajo las mismas reglas en ambos universos.

 

Del relato oficial de la policía provienen tanto la suspicacia revelada en frases como “actitud sospechosa” de la que están afectos muchos detenidos en flagrancia, como la candidez de no pocos acusados que admiten de forma expresa declarar sin coacción y por voluntad propia.

 

Pero la literatura tiene también su idea sobre cómo debe ser la investigación criminal. En sus novelas, Henning Mankell se refiere a la necesaria habilidad que debe tener un policía para encontrar la verdad, incluso cuando la rodean rumores (El hombre sonriente, La pirámide, El chino).

 

Y Petros Márkaris nos revela algunos secretos sobre cómo evitar encerrarse en el laberinto que supone la multitud de datos que rodea a una indagatoria (El accionista mayoritario, Con el agua al cuello, Suicidio perfecto).

 

Es también Mankell quien en su novela Huesos en el jardín, a través del inspector Wallander, nos recuerda que “muchas veces es tan importante poder descartar una pista como encontrarla. Cuando has descartado todas las hipótesis y sólo queda una cuyo argumento y pruebas coinciden, es hora de cerrar el caso”.

 

El pasado 27 de enero, en conferencia de prensa donde se presentó a Felipe Rodríguez Salgado como uno de los responsables del secuestro, homicidio y desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, el Procurador General de la República, Jesús Murillo Karam, manifestó, según consigna el buen amigo Gustavo Castillo, a pregunta expresa:

 

—Procurador, ¿se cierra el caso?

—La investigación se tiene que cerrar porque hay que castigar a los culpables; cerrar una investigación tal vez no es la palabra adecuada mientras no tenga yo detenidos a todos los culpables. No puedo cerrarla, es decir, no es la palabra adecuada; pero si usted me pregunta, los elementos que tiene la averiguación son suficientes para determinar que ahí los mataron y los incineraron, yo le diría sí.

 

Y muchos no le creyeron. Algunos exponen inconsistencias respecto de las explicaciones científicas de la versión oficial, otros han hecho de la desconfianza en las instituciones su modo primario de pensamiento. Hay quien permanece incrédulo en tanto no se respondan todas las preguntas que plantea el caso. Y los hay quienes piensan que al relato de la PGR le faltó lo que a muchas historias de fantasía y ficción: no logró suspender el descreimiento.

 

Yo tampoco tengo la respuesta, paisano. No tengo el expediente a la mano. Pero sí te puedo decir que la versión oficial no es la única narrativa sobre Ayotzinapa. Podrá ser aquella que produce consecuencias legales, pero no la que genere certidumbre para todos los sectores sociales.

 

Es que cuando socializas un relato: la verdad legal o la verdad histórica están condicionadas por la confiabilidad, o falta de ella, del autor del relato. Y este es un atributo que no se auto-asigna, se gana frente a esos mismos sectores sociales que pretendes convencer.

 

Tenía razón el Bardo, la cuestión es siempre la de Hamlet.

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