Badiraguato ‘blues’

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Mario Valenzuela, alcalde de Badiraguato, la soltó de golpe al enviado del diario El País: “sin el Chapo Guzmán hay más robos y desempleo en la región”. Aquellas palabras están llenas de nostalgia ante el mito ausente pero pegado como lapa en el imaginario popular.

Son palabras que brotan a un año de la detención de uno de los líderes del Cártel de Sinaloa, cuanto exhibe uno de los ángulos todopoderosos que existe en la mitología del narcotráfico: el del bandido benefactor, quien a diferencia de Prometeo no busca salvar la humanidad sino algo más sencillo, a los hombres y mujeres de su pueblo, con tantas necesidades insatisfechas que  Valenzuela nunca cubrirá, no porque no quiera, sino por los recursos magros del ayuntamiento que tiene a su cargo.

Esa figura legendaria del delincuente benefactor si es que existió, con el alcance extraordinario que dice la gente, y que es capaz de cambiar, así sea momentáneamente, la vida a los pueblos de las estribaciones de la Sierra Madre Occidental, hoy parece venir a menos porque los nuevos capos nacen y crecen en los centros urbanos, incluso, algunos de ellos son juniors de buen vestir, autos alemanes, viajes, yates, glamour, mujeres, coca y pocas joyas, pero de excelente factura. Nada qué ver con el arquetipo Marlboro deslavado que dejaron Caro Quintero o algunos capos tamaulipecos con Levis,  sombrero, camisa a cuadros y camioneta perrona, blindada y 4×4.

Badiraguato ya no es lo que fue en los setenta y ochenta del siglo pasado, generador indiscutible de hombres bragados que le facilitaron a la prensa crear una epopeya del narco aguerrido, amigos de los amigos, hombres sencillos, bondadosos, filiales, como cualquier otro del pueblo al que vuelven de vez en vez para mostrar y repartir. Hoy no parece haber más aquello, solo queda el recuerdo, el mito, la epopeya.

El mito del benefactor, recordemos, crece a golpe de repetir y multiplicar actos de conveniencia o solidaridad que se multiplican hasta el infinito en el imaginario popular, como una forma de resarcir sus pobrezas e imaginar un tiempo onírico, cálido como el vientre de la madre. Seguro. Es la exaltación del deseo profundo de la llegada de un ser omnipotente que en medio de las carencias reparte justicia en esos pueblos donde todo falta y no parece haber manera de cambiarlos.

Por algo inexplicable el mito en esos pueblos serranos alcanza niveles extraordinarios en la conciencia de gente consumida por la miseria, la ignorancia y el atraso, siempre a la espera de un ser providencial, o en otro sentido de los políticos que igual regresan en tiempo de elecciones para refrendar lealtades a golpe de prebendas y regalos. No es casual entonces que Badiraguato sea uno de los pocos municipios del estado donde no ha habido alternancia política y donde nunca ha perdido el PRI gracias a su voto clientelar.

Los capos y políticos sabedores de las debilidades en este municipio serrano no cambian la estrategia. Es la misma de siempre. Uno otorga  seguridad y empleos a los vecinos a cambio de protección y los otros, los políticos, prebendas por votos.

Badiraguato es uno de los municipios sinaloense con mayor pobreza extrema de acuerdo con la Coneval y eso lo explica la disyuntiva entre los jóvenes que tienen que decidir entre irse a buscar mejores horizontes o incursionar en el negocio maldito del narcotráfico. Que los viejos se vayan a los centros urbanos o quedarse a cuidar a sus deudos, su único patrimonio, y esperar pacientemente la muerte entre tanto olvido.

Quizá, por eso,  cuando el alcalde Valenzuela añora la presencia del Chapo Guzmán, está añorando el mito del bandido benefactor en esos pueblos olvidados de Dios. Habla desde el saber de lo que representaba el Chapo Guzmán, pero también desde el mito en que se transformó este hombre  —inteligente sin duda y sagaz como pocos— lejos, muy lejos, de la oficina de doña Martha Tamayo, a la que molesta los dichos de Valenzuela porque seguramente hablan mal de los gobiernos del PRI.

Eso significa que estos dirigentes políticos nunca han entendido la naturaleza de la gente de los altos y su culto al mito. El que les da seguridad y genera empleos, los que diría Sandra Ávila La Reina del Pacífico a Julio Scherer, le resuelve problemas al gobierno que no está creando y no los va a producir porque nunca los generó.

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