Agresión a periodistas

Periodistas. Víctimas del narco… y del Gobierno.
Periodistas. Víctimas del narco… y del Gobierno.

Agredir a periodistas solo es explicable en gobiernos dictatoriales y autoritarios.  En gobiernos que ante la frustración de no poder controlarlo todo vayan contra quienes corriendo riesgos buscan la información sustantiva. O peor, que los gobernantes no tengan control sobre las policías que actúan conforme sus estados de ánimo, presiones, emociones, temperamentos y  reglas no escritas.
Cuando esto sucede, y siempre habrá un margen para qué esto ocurra, estamos ante el imperio de la fuerza bruta y la policía, que debe ser la extensión del Estado de Derecho, se difumina en lo básico de la violencia contra los ciudadanos.
La andanada de agresiones que se ha dirigido especialmente contra los reporteros de Noroeste —cuarenta y siete distinto tipo y origen en los últimos años—, pero todas ellas con una constante, sorprendentemente impunes, son una muestra de qué los gobernantes están lejos de proteger a los periodistas que elogian y premian.
Ya lo decía hace 200 años el Joseph Fouché, el otro hiperrealista del arte de gobernar después de Maquiavelo: “Los gobiernos pasan, las policías quedan”, a la frase habría solo que agregar la paráfrasis de que: “Los gobiernos pasan, los periodistas quedan con su memoria”, para cerrar el triángulo problemático entre estos poderes.
Entonces, estamos ante esta encrucijada que establece esa doble permanencia por encima de los tiempos de los gobiernos con su singular distribución del poder. Los jefes de la policía cuando es necesario manejan el discurso institucional sin embargo saben que su margen de actuación es muy flexible. Cómo lo acaba de decir un general: En materia de seguridad es imposible no violar derechos.
En cuanto al periodista, sin otro poder que su teclado y oficio, los límites se los marca él mismo. Su ética, pero ante todo las circunstancias o sus compromisos con el poder.
Y de ahí los dos mundos, los que constantemente vemos en forma de imágenes, noticias, análisis y, sobre todo, en los textos cortos del twitter o facebook.
Noroeste, si tomamos en cuenta sus 47 denuncias sin consecuencias legales, a las que habría que agregar las ocurridas en Ríodoce y El Debate,  o los crímenes contra periodistas, son muestra que en la agenda política estas agresiones son temas que se les reduce a una declaración protocolaria con la promesa de que va a investigar, una disculpa por mera formalidad y vuelta a la hoja.
Hay molestia contra este medio. Lo vimos cuando se amenazó cuando se trató de investigar una información generada en medios de comunicación nacionales, sobre el presunto cerco policial que habría en torno al lugar de residencia del Joaquín el Chapo Guzmán. Las amenazas de inmediato se activaron contra los reporteros que solo hacen preguntas para informar. Luego en Culiacán y Mazatlán se repitió la dosis con violencia destruyendo incluso sus equipos de trabajo.
Quizá, nunca existió tal cerco, si nos atenemos a la información que ha ido apareciendo en los informes de la Secretaría de Marina que revelan detalles de la detención consignada por el propio Noroeste. Y sobre todo, por el silencio de aquellos medios que dieron la información de posibles vínculos entre el delincuente y las policías. No se diga la cautela con que el diario se alejó del tema para proteger a sus reporteros. La promesa inmediata de Malova de que se “va investigar”, es la anécdota conforme al guión de comunicación gubernamental. Y de lo otro, solo indica que andan sin control y el que se le cruza la paga.
En definitiva, las amenazas y agresiones físicas contra periodistas suben a la plataforma mediática uno de nuestros grandes rezagos, incluso mejor, una más de las grandes debilidades en la relación entre gobierno y periodistas en medios de comunicación incómodos.
Exhibe la pobreza del discurso que solo tiene como aliado el tiempo y, mejor todavía, el olvido. Que no es tal. Los políticos pueden olvidar pero los medios si quieren no olvidan y eso se traduce en no perder de vista la diferencia entre lo retóricamente efímero y lo sustancial. Lo que vale.
Ahí está la fuerza del periodismo sinaloense, que no es poca cosa en el paisaje nacional, sobre todo si hay unidad de medios y periodistas.

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