Turismo prehispánico al estilo Disney

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Convertidos en “show” el patrimonio y las tradiciones mexicanas
La industria turística en México, anunciada en las últimas tres décadas como la panacea para sacar de la pobreza y el desempleo galopante a millones de mexicanos, resultó ser una falacia más del modelo económico, afirman especialistas.
Durante un foro en el que se discutieron los usos turísticos del patrimonio cultural, los antropólogos Lauro González Quintero y Cristina Ohemichen coincidieron que con el discurso de la supuesta rentabilidad económica, se abrieron al turismo los sitios arqueológicos, rituales y saberes tradicionales, para reducirlos a mero espectáculo; y que en el peor de los casos, sitios sagrados de culturas milenarias están siendo saqueados y destruidos por la avaricia de los desarrolladores inmobiliarios, con la complacencia del Instituto Nacional de Antropología, la UNESCO y las autoridades mexicanas.
En el foro, organizado por el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, los investigadores y académicos criticaron la visión “mercantilista” del Gobierno federal, de exhibir y denigrar “las joyas” del pasado prehispánico y colonial como cualquier producto cultural que se ofrece en Las Vegas o Disneylandia, donde los grandes beneficiados en el negocio son la clase política —desde funcionarios cercanos al Presidente, gobernadores, legisladores—, que coludida con las grandes empresas operadoras de turismo masivo y las grandes  firmas hoteleras, manipula la cadena de servicios turísticos y se lleva el grueso de las ganancias obtenidas en todos los destinos culturales y de sol y playa en el país.
Advierten que son estas mismas empresas, apoyadas por funcionarios y legisladores, las que han promovido la privatización del patrimonio cultural para apropiarse de sitios arqueológicos como Teotihuacán, Chichen Itzá,  Palenque, El Tajín y otros más, que en breve serán convertidos en escenarios adornados con luz y sonido para ofrecer al turismo extranjero desde espectáculos, hasta banquetes avalados por una Secretaría de Cultura que trae la consigna de entregar y comercializar todo el patrimonio cultural que sea considerado atractivo.
Historia sin valor
González Quintero,  catedrático por más de 50 años en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), señaló que esta tendencia a desvalorizar la historia y el patrimonio, se agudizó durante los  sexenios de Fox y Calderón, que autorizaron la destrucción y alteración del paisaje prehispánico, subordinando el patrimonio arqueológico a los intereses de la minería y proyectos inmobiliarios. Y el caso de Xochicalco y más recientemente “La Peña” en Valle de Bravo, es más que evidente.
Y como en todos los casos, dice el antropólogo, el INAH no solo se hace de la vista gorda, sino que aprueba y autoriza el cambio de uso de suelo y destrucción del patrimonio cultural, evidenciando el desinterés por asumir la defensa de los espacios arqueológicos por los favores y compromisos establecidos.
“México se está haciendo como esas familias ricas que han caído en la pobreza y no les queda otra alternativa que vender o rentar aquellos bienes heredados de sus antepasados. La diferencia es que aquí los responsables de custodiar el patrimonio lo hacen sin medir las consecuencias que trae la destrucción de estos bienes, que están fuertemente vinculados con la identidad multicultural”, agrega.
Añade que “eso es contrario a lo que dice la legislación, que privilegia la investigación para educar a la población y  transmitir el conocimiento de los ancestros que habitaron estos sitios. Ahora con el desligue el INAH-SEP para pasarlo a una Secretaría de Cultura se pierde el objetivo de preservar la historia y educar al pueblo o a quien vaya”.
Divisas que se van
Cristina Ohemichen, investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, destaca que México recibe anualmente 22.3 millones de turistas internacionales y es el país de América Latina más visitado por viajeros extranjeros.
“Sin embargo, pensar que es uno de los principales generadores de divisas para el país es mera falacia porque esos dólares que tanto se anuncia capta la industria sin chimeneas, la mayoría son repatriados por las mismas operadoras de turismo a sus países de origen, sobre todo Estados Unidos y Europa, aunque el Gobierno se empeña en contabilizarlos como si se quedaran aquí”, indica.
Los centros integralmente planeados como Loreto, Cancún, Huatulco, Los Cabos, Nuevo Vallarta que están interconectados con ese flujo global de turistas, tienen poca interrelación social y económica con las economías locales de los pueblos y ciudades, porque la mayor parte de los insumos que consumen provienen del extranjero. En apariencia son polos de desarrollo, pero más que eso funcionan como brazos o terminales de las grandes cadenas del ocio.
En este auge de la industria turística ha surgido una casta de “braceros del ocio”, vendedores de sonrisas que se desplazan de sus lugares de origen de forma temporal, fragmentando sus lazos familiares para vivir  en los centros turísticos de sol  y playa en condiciones de precariedad laboral y con horarios quebrados, en los que saben a qué  horas entran pero no la hora que salen, porque su disponibilidad y permanencia en el empleo están sujetas a los designios del patrón.
Tampoco se habla de esa inestabilidad en los empleos que crea el turismo, en el que un número importante de trabajadores de restaurantes tienen que vivir de las propinas que reciben, porque no están adscritos a ninguna nómina que les garantice las prestaciones sociales básicas como el acceso a la salud y la seguridad social. Se dice que el turismo genera miles de empleos pero no se menciona que son muy mal pagados, precarios, temporales y de muy baja calidad.
El grueso de las ganancias se queda en las sociedades creadas en torno a las agencias de viajes mayoristas, empresas de servicios, cadenas hoteleras y de restaurantes e  instituciones bancarias que facilitan el viaje a los consumidores.
La especialista en estudios sobre migración interna hacia los centros turísticos expone que estos desplazamientos forzados de “braceros del ocio” en busca de empleos ha creado asentamientos irregulares y sin los servicios básicos,  propiciando ambientes proclives a la proliferación de bandas juveniles, en las que abundan los niños y jóvenes que crecen en las calles y las esquinas, sin el apoyo familiar.
Destaca que a escala global, el turismo expresa las grandes desigualdades en las que unos viajan movidos por placer y otros por necesidades de trabajo. A nivel local, esta libertad y movilidad de unos significa la inmovilidad de los otros, los que se quedan a atender esos flujos de turistas.
Identidad transformada
Ciertamente el turismo ha conducido a la revaloración de monumentos históricos, zonas arqueológicas, paisajes, espacios y tradiciones, que con la bendición de la UNESCO han sido catalogadas como Patrimonio de la Humanidad. Sin embargo, el patrimonio cultural no se considera una de las materias más importantes, solo aparece marginalmente porque igual que los recursos naturales están subordinados a los intereses económicos del turismo, recalca Cristina Ohemichen.
Esto explica, dice, que no sea casual el auge de declaratorias de patrimonio nacional con el despegue turístico que experimenta México —y el desplazamiento de la actividad agrícola a un tercer plano—,  al posicionarse como el país con más sitios (34) de patrimonio de la humanidad en América Latina.
La investigadora sostiene que la “turistización” de las regiones indígenas ha conducido a la “folklorización” de las regiones indígenas y al uso mercantilizado de sus prácticas culturales, como los cantos y danzas. La historia y los bienes son dotados de nuevos significados para vincularlos a una imagen de la industria del espectáculo. Las viejas poblaciones mineras llamadas ahora pueblos mágicos, se utilizan como escenarios donde se adiestra a la gente para que opere como parte de esa escenografía.
Lamentablemente la UNESCO, que décadas atrás advertía sobre los impactos negativos de esta propuesta, ahora se suma al Programa con una visión optimista, anunciando cuentas alegres sobre las bondades del turismo, imponiendo su versión de que la patrimonialización de sus tradiciones es la única alternativa para sobrevivir, menciona.
En su opinión, esto implica que se está obligando a las etnias y comunidades culturales del país a negociar su identidad y presionándolos  a entregar sus territorios y saberes ancestrales.

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