Roberto Pérez Rubio: Facta non verba

perez rubio

A Roberto Pérez Rubio in memoria

 

Conocí a Roberto a mediados de los 80, me lo presentó Margarita Margolles Sierra, quien era mi compañera en la escuela de ciencias del mar en Mazatlán. Creo que desde que nos conocimos le caí bien al viejón pues nos unía el haber nacido en Los Mochis, aunque siempre renegaba de que los mochitecos (así decía él) éramos muy rancheros, nunca negó haber nacido en la ciudad cañera.

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En ese tiempo de época universitaria yo usaba huaraches, ropa de manta y cabello de hongo. Decía ser diferente aunque muchos andábamos igual, escuchábamos la trova cubana. Covers de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés rifaban en las peñas. Leíamos a García Márquez porque estaba de moda, eran tiempos felices.

En una de esas visitas me ofreció trabajar por las tardes con él en un vivero que tenían cerca de mi escuela, recuerdo que me dijo: Es muy fácil lo que vas a hacer, hay que cortar con tijeras todo lo feo, seco y paludo; lo demás solo te lo van a decir las plantas, cuál quiere más agua y cuál menos, tú no eres tonto y rápido vas a aprender.

“La casa del uno” se llamaba el viverito donde había un baño completo muy bien hecho con madera y adornado con carrizo y techo de palma y arriba un cuartito que a la postre se convirtió en mi hogar por un tiempo. Teníamos un jeep y un safari en el que Roberto acarreaba plantas a los hoteles donde desarrollaba los jardines; en ese entonces estaban construyendo Pueblo Bonito donde le ayudaba un jardinero muy diestro que se llamaba Crispín, quien era de la Lima en Culiacán y que tenía años trabajando con él.

En una ocasión me mandó Roberto junto con Crispín a Guadalajara a llevar unos cactus en el Jeep a una galería que estaba armando un amigo de él en una zona exclusiva de Guadalajara. Él se iría en avión y allá nos esperaría. Todavía recuerdo como si fuera ayer el zumbar de los trailers que nos pasaban en la vieja carretera a Guadalajara. Yo apenas sabía manejar y aun así nos la aventamos, llegamos vivos y con las plantas contentas. Ahí en esa galería hicimos un mural en un dos por tres. Roberto tiraba color como loco y yo lo secundaba, desde entonces amé el color, cuando regresamos teníamos la consigna de abrir la galería en el centro Histórico. Frente a la Machado abriríamos Arte Activo, la primera galería independiente en Sinaloa, eso era historia y nosotros la estábamos haciendo.

La casa de Roberto estaba llena de libros de arte, revistas como art fórum y art magazine llegaban cada mes con las noticias del mundo del arte de nueva York, París o San Francisco. Ahí supe de Jackson Pollock, Robert Delaunay, Kazimir Malevich, Willem de Kooning, Victor Vasarely, Alexander Calder, Mark Rothko, Georgia O´keeffe, Piet Mondrían, Vasily Kandinsky entre otros grandes pintores abstractos. Leía libros de arte acompañados de música clásica u ópera; era una maravilla a la que había que acostumbrarse.

Eran tiempos del gobierno de Francisco Labastida Ochoa y la Doctora María Teresa Uriarte que fraguaron el festival cultural de Sinaloa, que trajo infinidad de obras de primer nivel al Estado bronco.

Arte Activo organizó en esas fechas la primer bienal independiente en el estado. Yo aprovechaba la amistad que tenía el maestro con los museógrafos y tramoyistas del desaparecido DIFOCUR para venir a Culiacán y Los Mochis a pegar carteles sobre la bienal que organizaba Arte Activo.

Ahí conocí a grandes pintores que ahora son mis amigos. Se armaban unas tertulias épicas que a veces terminaban en pleitos entre los artistas que discutían sobre el dripiado, la aplicación, los materiales, o simplemente porque uno era mas gandaya que otros, no me toca a mí juzgar yo solo era un espectador más que aprendía con los artistas.

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Vino como jurado de la bienal la famosa crítica de arte Raquel Tibol, quien declaró ganador a José Kan Guerrero con una pintura figurativa muy colorida que aun debe de estar por ahí en la galería de Roberto, que espero y pronto se abra de nuevo.

Creo que hasta la fecha no he visto en galería alguna del estado un ambigú tan amplio en las exposiciones, era un verdadero buffet que preparaba la abuela, una señora que tenía un restaurant-fonda de comida yucateca justo casi enfrente de la galería en Los portales de Cannobio como se le conocía.

Panuchos, Salbutes, Papatzules y sin faltar la cochinita pibil y los frijoles puercos eran devorados por los invitados acompañados por pura pacífico de media que corría a raudales y si se acababa surgía la coperacha —no me van a dejar mentir Ernesto Hernández, Pepe Franco, Nino Gallegos, Joel Barraza, Luis Enrique Martínez, Juan José Rodríguez, Mario Rojas, María Muñiz, La Mirla, Lupita Veneranda, entre otros que recuerdo y que aún conservo su amistad.

Pero como todo tiene un principio y un final, poco después yo terminé mi etapa universitaria y había que partir. Tuve la fortuna en mi época universitaria sin proponérmelo, trabajar con dos de los más grandes artistas de Sinaloa: Oscar Liera en teatro y Roberto Pérez Rubio en la plástica, por lo que siempre estaré muy agradecido con la vida.

Nunca dejé de tener contacto con Roberto, cada que podía le visitaba en su casa en Mazatlán o le echaba una llamada por teléfono y en sus viajes a Estados Unidos que él hacía últimamente nos contactábamos por medio de Elga su hija. Tuve la fortuna de acompañarle en su última exposición en Culiacán Terra Nostra de la cual por cierto la tierra que utilizó en la obra se la llevé yo de Mochis.

Siempre me quedaré con esas palabras de él que repetía cada rato: Facta non verba: Has no digas, y aquí andamos…
Descansa ya el maestro Roberto Pérez Rubio con la seguridad de haber cumplido su misión en la vida, siempre le viviré agradecido por brindarme su amistad y enseñarme el mundo de la abstracción… y hoy que lo homenajeamos a poco más de un año de su partida, solo puedo decir de nuevo Facta non verba por siempre.

Artículo publicado el 17 de marzo de 2019 en la edición 842 del semanario Ríodoce.

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