Pedro Infante homenajeado en Hollywood

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Del libro Los Atarrayeros de Escuinapa

Pues sí, no hay tiempo que se tarde ni gota que no perfore hasta las piedras. En los Ángeles califórnicos, en el Paseo de la Fama se develó una Estrella en honor del sinaloense a mucha honra y convencimiento, Pedro Infante, alias el Mil Amores, alias Pepe El Toro, alias el indio Tizoc, alias el chofer Macalachimba que seducía a las ricas de las Lomas de Chapultepec, padre de más de cuatro (si no que lo diga su multifamiliar de viudas) que fue super carismático, más que todos los presidentes nacionales desde Ruiz Cortines y hasta la fecha así como los últimos diez gobernantes de Sinaloa. Qué culpa tuvo el exbaterista del conjunto musical llamado La Rabia de poseer el “hechizo de la liviandad”, como así escribió un día inspirado el Flaco Lara. Simpatía, tablas de gran actor (no fue bohemio porque prefirió siempre el gimnasio fisicoculturista de las cantinas egregias de Sinaloa), y a pesar de contar con una pequeña voz modulada, cantó mientras vivió, canciones que México entero no olvida.

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El reconocimiento que le hicieron allá entre los primos gringos, dicen que opacó similares eventos que antes se hicieron a Sofía Loren, Paul Newman, Sidney Poitier y otras 27 celebridades; y todavía hay más de esta chanfaina de festejo descomunal que la chicanada sintió refresco civil, pues después de lo que sucede en el Sureste Mexicano, no cualquiera se siente bien. El sinaloense sacó su sombrerote de charro, traje de chinaco elegante y gritos de jajajay a bordo de un caballo color cenizo, para celebrar; ni Hollywood ni nadie podrán dejar de reconocerlo. Y eso que se murió en un avionazo yucateco allá en el año de 1957, hace ya casi 37 años.

Mexicanos que han tenido un reconocimiento de esta naturaleza son Dolores del Río, Cantinflas, Pedro Armendáriz, Anthony Quinn y Ricardo Montalbán. Con el sinaloense se habían tardado dizque porque nunca filmó películas en aquellas tierras, si acaso se presentó en vivo y directo en el Million Dollar y Hollywood Paladium antes de morir. La chicaniza llevó mariachis, lloró cuando cantaron todos a coro el Amorcito corazón llevando el estandarte del indio Tizoc al que inmortalizó sin que pudiera opacarlo María Félix en la misma película, nuestro paisano universal, el único que tenemos en ese nivel hasta ahorita. El exbaterista de la orquesta La Rabia se vistió de luces mejor que el Cid Campeador, ganó batalla que nosotros, cualquier mexicano orgulloso, intuíamos que la tenía ganada pero de largo, hace más de treinta años. En Sudamérica se admiraron de que algunos japoneses no lo conocieran el día del evento, pues el sinaloense se creyó pájaro libre que dominaría vientos y por ello se murió en un costalazo aéreo.

En el exterior dicen todo lo que se puede decir sobre Pedro Infante. En cambio en Sinaloa todavía no acaban de aclarar dónde nació. Los más enterados afirman que fue en Mazatlán y que se fue a trabajar como carpintero a Guamúchil. En este otro lugar se adjudican también su nacimiento. Nomás falta que en Chilangolópolis hagan trámites para disputar su origen, porque acá, en esta ciudad, hizo roncha y tuvo amores múltiples, además de que la fama la sustentó en personajes de la clase popular citadina pues no hubo oficio o cargo que se dejara de representar en sus películas. Es más famoso que las tortas y los tacos de suadero, vamos, hasta que los tamales más sabrosos.

La casa que en Mazatlán ostenta una placa como lugar en el cual nació este gran actor, no tiene ninguna relevancia. Ni el gobierno municipal, mucho menos el estatal, se preocupan de perpetuar siquiera por un mayor tiempo la memoria de este sinaloense enorme, el gran Pedro Infante que fue querido por mujeres, envidiado por la gente gay, temido por los rufianes, era gran bailarín con tambora tocando, para servir a usted.

Si efectivamente nació en Mazatlán, allá por el paseo Claussen, lo de menos sería quitar la placa de este alemán y ponerle el nombre del actor que afamó a Sinaloa. Es cosa de querer para poder rectificar nuestro odio contra los nuestros. Quienes son hijos de esta tierra pródiga y formidable no son queridos. Pero a Pedro no hay nadie que se le iguale y ni lo habrá en otro trecho más largo.

Contra Infante nosotros los del rumbo, encontramos indiferencia en las autoridades, entre los burócratas desalmados que porque ellos son grises desde su origen, tienen mucha envidia por el recuerdo del inmortal paisano. Para mí que fue de más perfil y figura que Heraclio Bernal, aquel guerrillero del sur que tenía plata sellada en Guadalupe Los Reyes. Los de Tepito y los de Peralvillo lo veneran como a un dios. Las abuelas juran y perjuran que no se ha muerto, que está escondido en algún lugar porque agarró cicatriz fea en el avionazo, pero todavía tendrán que verlo aparecer; así es el novelón de estas rucas amorosas por la nostalgia y los recuerdos que les dejó, sobre todo vestido de policía de tránsito. Ahora en Los Ángeles le hicieron un homenaje A toda Máquina. Bien, muy bien, acertados estuvieron los califórnicos.

Artículo publicado el 14 de abril de 2019 en la edición 846 del semanario Ríodoce.

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