Los políticos del último vagón

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Son muchos los sobrevivientes de la izquierda radical comprometidos con el obradorismo y su 4T. La mayoría de ellos se encuentran en la edad del sexto o el séptimo piso. Y todavía respiran revolución, pero son sus últimos respiros y quizá por eso, se han colgado con entusiasmo al obradorismo como una forma de reivindicación personal y estar curados en salud revolucionaria.

Atrás, en el vagón de los recuerdos, han quedado sus monólogos sobre el reformismo al que consideraban sus enemigos porque eran “contenedores del movimiento” y ahora vuelven para liberar las fuerzas de la revolución social.

Ya no repelen a los tránsfugas del PRI y el PAN y los llegan a considerar “compañeros de viaje” que cuando avance el “movimiento” los irán bajando en las estaciones del anhelado cambio de régimen.
Aquella plataforma para ir más allá de donde está dispuesto a ir Andrés Manuel en su lucha contra los conservadores y neoliberales.

Cuando, eso suceda, en su imaginario, serán la reserva del mejor obradorismo. Aquella vanguardia que no claudica. Que sabe lo que quiere porque ha dormido con la revolución cincuenta años. Y sabe también lo que le falta y lo que le sobra a este gobierno. Y no van a cejar en su empeño porque les asiste la razón histórica y será en honor a sus muertos. A sus sueños e ideales nunca cumplidos.

Pero la edad con sus males ya los alcanzó y eso no tiene remedio. Por eso el desespero de sentir que están en el lugar correcto de la historia. Y no van a transigir ante pequeñeces. Lo suyo es la revolución. La radicalización del movimiento. El programa alternativo y la profundización del movimiento de la 4T.

Solo que hay un problema técnico. No hay partido, como espacio de debate, donde se exprese la diversidad del movimiento. Y es que el partido y el movimiento tiene nombre y apellido.

Acaso ¿no se hizo patente en la contramarcha del 27 de noviembre en la Ciudad de México? O no nos dice nada el púlpito matutino donde es amo y señor o si no que se lo pregunten a la panista Xóchilt Gálvez, que intentó esta semana ejercer su derecho de réplica ante un infundio del presidente.

Las banderas de Morena y sus aliados en la contramarcha se guardaron para no restar visibilidad a Andrés Manuel. Que el nombre resonara y alcanzara el cielo. Esparciendo su aliento entre la multitud que lo vitoreaba. Y cuidado con el que intente matizar esa movilización. Porque viene la retahíla de yo estuve ahí. Yo lo vi. Lo toqué. No dejaré mentir. Es la defensa a ultranza del mito.

Y eso, quizá, no está en el guion del izquierdista tardío. O sí porque lo capturó la fascinación por el líder, y es que no hay que olvidar que la vieja izquierda mexicana culturalmente está impregnada de nacionalismo revolucionario. O ya olvidamos, el llamado de ¡Unidad a toda costa! durante el cardenismo que animó a José Revueltas a sentenciar como una maldición que en México existía un “proletariado sin cabeza”.

Pero, dirán, no, eso es cosa del pasado. Son locuras etílicas de Revueltas. Aquí está la reserva. Los que han picado piedra por décadas. Y saben lo que hay que hacer.

Pero en el fondo está ese desespero de pensar que se les fue la vida y nunca vieron el sol luminoso de la emancipación proletaria con el que alguna vez soñó Mao. Un gobierno de obreros y campesinos de hombres y mujeres libres. Por eso lo de abordar el último vagón de este tren llamado Andrés Manuel, que tiene como destino la idílica escena de la Cuarta Transformación.

Acompañar y defender a Andrés Manuel, es hacer la revolución, porque al hacerlo se acompañan y se defienden a sí mismos; es la idea lo que prevalece, el sentimiento de haber cumplido y contribuido; hacer lo que otros ya no pudieron, porque los alcanzó el tiempo de la despedida.

En definitiva, son en cierta forma, como aquellos personajes del escritor Luis Sepúlveda, que inmortalizó en su novela: Somos la sombra de lo que fuimos.

Se trata de tres viejos comunistas que están de regreso a su país luego de años de exilio y se reencuentran en Santiago. Entonces, en el último tirón de sus vidas, retoman la acción directa y se dan a la tarea de tomar por asalto un banco para sentir que el tiempo no ha hecho mella en su militancia. Pero el mundo había cambiado.

Artículo publicado el 11 de diciembre de 2022 en la edición 1037 del semanario Ríodoce.

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